El invisible tren del Líbano


BEIRUT. - El tren, el tren invisible, es más que una nostalgía en El Líbano. ¨Sin trenes, sin estaciones, sin vías, nuestra querida patria -ha escrito Raymond Udi- se busca a si misma. De hilo en aguja las locomotoras lanzadas sobre las vías tejían de estación a estación nuestra unidad nacional¨.



Fue la compañía otomana de ferrocarriles que empezó en 1895 la construcción de la primera línea cuyo objetivo era comunicar Beirut con Damasco permitiendo a la capital siria su acceso al mar. Esta primera línea subía al Monte Libano, hasta el collado de Dar El Baidar a mil cuatrocientos metros de altura, para descender a la planicie de la Bekaa, cuya estación de Rayak no solo fue gran centro ferroviario del Oriente Medio, base militar, sino una población moderna con las primeras salas de cine del Levante. El primer tramo de curvas interminables se construyó para trenes de cremallera que caminaban lentamente, transportando sobre todo en verano, a los beirutíes que iban a Aley, Bhandum, Sofar, apreciadas localidades estivales. En Sofar se perforó un túnel, cegado en los años de la guerra civil terminada hace un cuarto de siglo. Después fueron construidas las líneas de Rayak a Baalbek, de Trípoli, Beirut y Homs, y la vía del litoral mediterráneo hasta Haifa, en Palestina… destinada principalmente al trasiego de tropas occidentales. Fueron soldados del imperio británico que tendieron en 1942 estas vías. ¡Eran tiempos en que se podía viajar desde Londres a El Cairo, pasando por Estambul, y Alepo, con su ramal hasta Bagdad! Entre mis papeles guardo como oro en paño un cartel del ¨Simplon -Orient Express- Taurus Express¨. Europa-Asia-Africa del hotel Palestina de Bagdad. Las guerras destruyeron o inutilizaron esta red ferroviaria. Primero la de 1948 con la derrota de los árabes por Israel que la convirtió hace tiempo en fantasmagórica. Después la guerra civil libanesa de tres lustros entre 1975 y 1990. En las estaciones de Rayak, de Trípoli entre hierbajos, sobre vías muertas, hay herrumbrosas locomotoras a vapor, rusas americanas, polacas, francesas, alemanas, desvencijados vagones en cuyo interior crecen, a veces, árboles y matorrales, esqueléticos depósitos de agua, como en los juegos de trenes de nuestra infancia. De las cuarenta y siete estaciones, ninguna se ha salvado. Todas están abandonadas, en ruinas. Si no fuese por el empeño de un grupo de libaneses de reivindicar el ferrocarril, organizando campañas de sensibilización pública, exposiciones de espléndidas fotografías incluso en el vestíbulo del aeropuerto de Beirut , el tren muerto para siempre. El inolvidable Alvaro Ruibal, empedernido viajero en tren, hubiese compuesto su conmovedora elegía. Vanas han sido las tentativas de resucitarlo en su tramo de Beirut a Trípoli, pese a que tanta falta hace en este país huérfano de transporte público, sepultado por un caos automovilístico enervante. Pero este tren invisible sin locomotoras, ni vagones, ni railes, ni estaciones, cuenta con una Compañía estatal intacta. En Trípoli tiene su sede con su consejo de administración, sus funcionarios y empleados. Se abusó hace años de calificar El Líbano como país surrealista. Las fotografías de las naturalezas muertas del tren son una pequeña obra de arte. Tomás Alcoverro
Lunes, 28 de Abril 2014
La Vanguardia, Barcelona, España
           


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