La intromisión exterior ha desatado el horror en Siria. Debemos dar un paso atrás


Londres, Reino Unido. - Las armas y el dinero occidental han prolongado e intensificado esta guerra civil. Nuestras únicas obligaciones son dejar de tomar partido y ayudar a aquellos que están huyendo del conflicto



Un hospital bombardeado en Siria
Un hospital bombardeado en Siria

Las noticias de este viernes de que el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, y el ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, han estado en Ginebra debatiendo el final de la guerra en Siria debería alimentar los ánimos de todo el mundo. ¿Por qué no lo hace?

La respuesta es que estas y otras potencias exteriores lo han intentado muchas veces antes y han fracasado. Han fracasado, en gran medida, porque unos y otros han ayudado también a que la guerra continúe ayudando al bando que han escogido. Es por esto que 250.000 sirios han muerto, millones se han convertido en desplazados y una reliquia de la civilización mundial ha sido destrozada. La realidad es que, desde que Estados Unidos invadió Oriente Medio en 2003, las políticas mundiales extranjeras hacia Siria han sido un ejemplo de manual de fracaso diplomático.

En 2011, la comunidad de inteligencia (y sus medios afines) predijeron que Asad seguiría la senda de los otros dictadores de la Primavera Árabe. Caería y occidente podría promover en Siria un nuevo comienzo al estilo de las democracias occidentales. Una vez que este derrocamiento no se produjo, los halcones (incluido el británico David Cameron) defendieron que occidente invadiera y lo derrocase, instaurando un gobierno de “nuestros” sirios, en paz entre los unos y los otros, y también con el mundo.

La lección que nos da Afganistán, Irak, Egipto y Libia es que el mundo rara vez se comporta como los eruditos de occidente exigen. Las naciones se labran sus propios caminos y sus propias guerras. El horror de Siria comenzó con una sublevación sectaria fruto de su propia y peculiar manera de producirse.

Cuando quedó patente que Asad no iba a caer, occidente ayudó a sus enemigos con dinero, armas y, por encima de todo, esperanza. Al poco tiempo se les sumó ISIS, saliendo del refugio seguro suní que les dejó la desastrosa intervención estadounidense y británica en Irak. Con Rusia y Hezbollah arrastrados a seguir a Asad, el escenario para una tormenta perfecta estaba listo. Y así ha sido desde entonces.

La realidad en esta parte del planeta es que el orden y el poder parecen superar invariablemente la democracia al “estilo occidental”. El apoyo occidental a los enemigos de Asad, y al derrocamiento de Saddam y de Gaddafi, no ayudaron a la causa de la democracia sino a la del caos. Demuestra la arrogancia de un imperio sin su auténtico compromiso. Implica que pasan por alto la vieja máxima de "mejor mil años de tiranía que un día de anarquía".

El mundo exterior tiene dos simples deberes en cuanto a las guerras civiles de los demás. Una es no tomar partido para “dar la oportunidad” de resolver el conflicto de manera interna y no alimentar el terror con armas, bombas o esperanza de refuerzos. El otro es ayudar a aquellos que huyen del horror de la guerra cuando quedan a merced del resto de la humanidad.

Estas obligaciones se pueden cumplir, pero no lo hacen. Es poco probable que estos deberes hayan estado presentes en la agenda de Ginebra.

Simon Jenkins
 

Domingo, 28 de Agosto 2016
eldiario.es, España
           


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