Bajo la mirada del Monte Fuji, en el corazón del reino del té

AFP (Agencia France-Presse)

HIGASHIYAMA, Japón. - Es imposible no verlo. Como tatuado en la falda de la montaña Agawatake se erige un gigantesco "kanji" (ideograma chino) de 130 metros de ancho: "cha", el té, modelado con cipreses de decenas de metros de altura.

Bajo la mirada del Monte Fuji, en el corazón del reino del té
A principios de mayo, la prefectura de Shizuoka, en el suroeste de Tokio, organiza un festival mundial del té con la participación de numerosos países productores. Y no es casualidad: esta región que alberga el mítico monte Fuji, produce cerca del 40% del té verde de todo Japón.
"Este Festival, que se celebra cada tres años, es una combinación de cultura e industria", dice a la AFP el director de la oficina provincial del té, Mitsuru Shirai.
"Es el té el que nos ha creado", dice con cierto orgullo. Y es que en esta provincia se cultiva el té desde mediados del siglo XIII. Aquí se vive para y por el té. Hoy las preciosas pequeñas hojas torrefactas al vapor de agua hacen vivir a 15.000 agricultores y a sus familias. En total, mueve 800 empresas, 100.000 empleos y un volumen de negocios de casi 44.000 millones de yenes (unos 343 millones de euros).
Basta con recorrer la región para convencerse: valles, laderas de montaña, por todos lados hay plantaciones de té hasta el infinito y de todos los tamaños que van desde unas simples plantas en el jardín de una vivienda, redondeados como un biscocho que acaba de salir del molde, hasta decenas de hectáreas de oleadas verdes y ondulantes que tapizan colinas y valles como un edredón.
Esta belleza sería totalmente bucólica si no fuera por la presencia inesperada y poco estética de miles de ventiladores eléctricos. "En caso de helada, los prendemos para mantener el aire caliente en el suelo", explica el doctor Hidehiro Inagaki, especialista del té. Hace tres años, una ola de frío provocó la pérdida de 14.268 hectáreas, más del 60% de la superficie plantada, recuerda.
Durante cuatro días, este festival mundial del té, organizado durante la primavera (habrá otro aún más grande en otoño), acogió a miles de visitantes, particularmente en el Museo del Té, ubicado cerca de la capital regional Shizuoka, en donde tuvieron lugar exposiciones, ceremonias, degustaciones y coloquios, siempre en torno al té, bajo todas sus formas.
Este museo instalado alrededor de una plantación de té de más de diez metros de alto, al interior del inmueble, y que podría engañar incluso a un experto -es artificial- reúne una impresionante cantidad de objetos relacionados con el té y su cultura. Además, los visitantes tuvieron la oportunidad de saborear diferentes tipos de té en elegantes salones turcos o nepalíes.
Aunque no se extienden sobre el tema, los organizadores tuvieron que hacer lo posible para no ofender a ningún país: China y Corea del Sur no se llevan muy bien con Japón ni con Taiwán, una provincia "rebelde" según Pekín, y que figuraba entre los países invitados.
Así, los stands de China y Taiwán fueron instalados a una distancia suficientemente importante para evitar miradas hostiles.
Olvidar Fukushima
Este festival tiene también como objetivo mostrar la excelencia del té producido en la provincia, y que se vende en algunas tiendas de lujo en el extranjero, como "Mariage Frères" en París.
Y quizá era también necesario olvidar Fukushima.
Unas semanas después de la catástrofe nuclear de marzo 2011, el viento llevó a la nube radiactiva hacia esta prefectura, a cientos de kilómetros al sur. Y la lluvia acabó con todo.
Dos años después del desastre de Fukushima, se siguen midiendo los niveles de radiactividad en muestras analizadas en el Instituto de Búsqueda sobre el Té. "Este año, el gobierno ya no obliga a proceder a análisis, pero a nivel de la prefectura lo seguimos haciendo", explica el responsable del Instituto, Kazuo Mochizuki.
En instalaciones un poco vetustas, unos veinte investigadores pasan su vida desarrollando nuevas variedades de té, imaginando nuevos tratamientos contra los males que afectan a las plantas o creando nuevos métodos para que crezcan más hojas, explica Mochizuki, que trabaja desde hace 20 años en este Instituto fundado en 1908.


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