Barcelona se puso flamenca
El Periódico de Catalunya, Barcelona, España
BARCELONA. - Hubo un tiempo en que la Lliga Regionalista y Esquerra Republicana de Catalunya se disputaban a la cantaora Lola Cabello para que actuara en la fiesta de su partido y no en la de su adversario en las urnas.
Carmen Amaya, en Villa Rosa
Montse Madridejos le ha dedicado cinco años de investigación exhaustiva a El flamenco en la Barcelona de la Exposición Internacional 1929-1930 . El libro es una fotografía en alta definición de casi todo cuanto existió de flamenco en Barcelona en aquellos años previos a la proclamación de la segunda república. Cada noche había no menos de 10 espectáculos en cartel. Eran más de 400 los artistas que vivían del duende, entre tocaores, bailaores y cantaores, y entre ellos estrellas internacionales, como la impetuosa e irrepetible Carmen Amaya, un ejemplo más de cuán farisaica es a veces esta ciudad con su pasado. A Picasso, malagueño, le trata como a un hijo legítimo, con su museo y todo. A Amaya, barcelonesa, tiende a olvidarla como a una bastarda.
Pero el libro no es un retrato ni una enciclopedia. Es una tesis doctoral que primero, es cierto, retrata con exactitud radiográfica una Barcelona olvidada que aparece en muy contadas ocasiones en la literatura ( Vida privada , de Josep Maria de Sagarra, es una dignísima excepción), pero que después, en segundo lugar, bucea en busca de qué fuerzas soplaron para apagar esa llama, que curiosamente no fueron solo las del catalanismo más esencialista. Enric Prat de la Riba, prohombre del protonacionalismo catalán, desaconsejó que los niños asistieran a espectáculos de flamenco por insanos. Pero con más empuje censuraron el arte de la roja pasión los anarquistas y los sindicalistas, ya que consideraban que los tablaos embrutecían y alienaban a la clase obrera. Tenían sus motivos para recelar, pues no en vano a algunos de los recónditos locales del Barrio Chino iban caras bien conocidas de la burguesía catalana en busca de diversión, lo que en último término hizo que otra parte de la burguesía catalana, la que ni por asomo entraría en aquel barrio, se uniera sin saberlo a anarquistas y catalanistas en su cruzada de menosprecio contra el flamenco.
El clímax de aquellos poco estudiados años llegó con la Exposición Internacional de 1929. El Poble Espanyol de Montjuïc fue un exitazo turístico, y en especial sus tablaos. Barcelona alcanzó una fama internacional inédita hasta entonces, pero antes de todo aquello el flamenco ya estaba allí, sobre todo de la mano de los Borrull, que fueron a ese negocio en la ciudad lo que los hermanos Warner fueron a Hollywood. La tesis de Madridejos sigue por ejemplo la pista de cómo el Villa Rosa, el más famoso local de esa familia, situado en el número 3 de la calle del Arc del Teatre, tuvo la fortuna de que un día unos amigos le organizaran una juerga allí a Santiago Rusiñol, lo cual dio a conocer el establecimiento. Después vendrían las noches de champán francés y coñac bien caro y de las peleas organizadas para que los extranjeros se lo pasaran bien, en las que los desperfectos se pagaban de antemano. La lista de famosos que por ahí pasaron es larga.
RESUMEN Y PREGUNTA / La cuestión final es que Barcelona conoce poco o nada su pasado flamenco. Unos acordes apenas. A menudo desafinados, pues se sostiene a veces con desatino que los tablaos que ofrecían flamenco a los turistas en los años 50 y 60 eran una maniobra del franquismo para españolizar Catalunya. No es así. Barcelona fue a principios del siglo pasado la ciudad más flamenca de España. Mucho tuvo que ver en ello la gran oleada migratoria que conllevó la Exposición de 1929. Cabe si acaso la pregunta de si el turismo terminó por emputecer esa expresión artística. La autora de la tesis dice que no. «Sin gitanos no habría flamenco, pero sin turismo probablemente tampoco habría sobrevivido».