Barracones para nazis y judíos
El País, Madrid, España
Miranda de Ebro fue el último campo de concentración en clausurarse - En la II Guerra Mundial albergó a 15.000 extranjeros, entre ellos a dos futuros Nobel. Julián Moreno tuvo la osadía de tener hambre y comer. En el basurero del campo de concentración de Miranda de Ebro descubrió un manjar: cáscaras de naranja. A los militares no les gustó.
Prisioneros del campo de concentración de Miranda de Ebro
La documentación custodiada durante décadas en el Tribunal de Cuentas, hurtada a los investigadores hasta 2008, ayudará a esclarecer más aspectos de lo ocurrido en los 132 campos de concentración que se registran en ese fondo. Hubo alguno más: hasta 190, según el historiador Javier Rodrigo. Tal vez cuando se cruce la información del Tribunal de Cuentas, disponible desde esta semana en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, con la existente en los archivos militares de Ávila y Guadalajara se pueda trazar el mapa definitivo de los campos franquistas, a los que la historiografía ha comenzado a dedicar atención en los últimos años.
José Ángel Fernández López no es historiador, pero ha vivido 20 años obsesionado con el campo de Miranda de Ebro. En ese tiempo, ha rastreado las identidades de sus prisioneros, ha recopilado fotografías tomadas por extranjeros y ha narrado la evolución del recinto en un libro: Historia del campo de concentración de Miranda de Ebro (1937-1947). "Se construyó inicialmente con el material de un circo abandonado, cerca de la vía del tren y del río Bayas", explica. El tren facilitaba el trasiego de prisioneros en vagones de ganado y mercancías. El río impidió infecciones mayores. "No había letrinas al principio. Los presos construyeron un andamiaje hasta el centro del río para usarlo como letrina", describe.
En su diseño, Miranda de Ebro se asemejó a los campos alemanes, con sus barracones y alambradas para cercar cuatro hectáreas. En su finalidad, por fortuna, no. En los campos franquistas se recluía, se clasificaba y se reeducaba. A estos criterios se ajustó al principio Miranda de Ebro. Tiempos duros. Los de las cáscaras de naranja, el hambre, el frío, el tifus, la disentería, las palizas. Son los días en los que fallece Julián Moreno, cuando el campo acoge a derrotados que se clasifican -afectos, desafectos o indiferentes al nuevo régimen- antes de decidir si engrosarán los batallones de trabajo, quedarán en libertad o se someterán a un consejo de guerra.
Las altas y bajas mensuales de cada campo remitidas al Tribunal de Cuentas muestran un cambio en Miranda de Ebro durante la II Guerra Mundial. Sólo en agosto de 1943, el listado detalla la identidad de 3.265 extranjeros: alemanes, italianos, polacos, franceses, apátridas (la etiqueta aplicada a los judíos por el régimen español). Se desataron tales conflictos entre ellos que se delimitaron dos áreas. "Había una alambrada entre las zonas para evitar enfrentamientos, pero el trato que recibieron los alemanes era distinto, tenían incluso permiso para pasear por el pueblo", explica José Ángel Fernández.
Por el campo pasaron 80.000 prisioneros, en los que se incluyen 15.000 extranjeros, la mayoría de nacionalidad francesa. Entre ellos, José Ángel Fernández descubrió la presencia de Jacques Monod y François Jacob, que merecieron el Premio Nobel de Medicina en 1965 por sus trabajos en biología molecular, según la información que le facilitaron ex combatientes franceses de la II Guerra Mundial. También hubo "celebridades" del otro bando en Miranda de Ebro, como Walter Kutschmann, un criminal de guerra que tuvo varias vidas. En su vida de jefe nazi ordenó ejecutar a 1.500 judíos en Polonia. Cuando Kutschmann olfateó la derrota, aprovechó su traslado a Francia, desertó y cruzó los Pirineos. Y comenzó otra vida en el campo de concentración de Miranda de Ebro, que abandonó bajo la identidad de un carmelita. Llegó a Argentina en 1947 donde vivió como jefe de compras de la casa Osram sin llamar la atención hasta que el cazanazis Simon Wiesenthal le identificó en 1975.