Contrarrevolución y violencia política en la España de los años treinta
Público, Madrid, España.
MADRID. - "Cuando llegue el momento, o el Parlamento se somete o lo hacemos desaparecer". Las palabras de José María Gil Robles, líder de las derechas durante la década de los treinta, resonaban en los oídos de los españoles casi a diario. Sus palabras son también el mejor ejemplo del ataque sistemático de las fuerzas conservadoras a la II República durante su existencia.
De izquierda a derecha, José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, Ramiro Ledesma Ramos, fundador de JONS y Julio Ruiz de Alda.
"La presencia de la violencia en la Política es una de las peculiaridades más arraigadas de nuestra difícil trayectoria contemporánea", afirma Aróstegui en la introducción. Esa violencia traspasó el primer periodo de democracia plena y se instaló en la II República, proyecto político a mitad de camino entre la democracia liberal y los movimientos obreros de masas.
Entre las fuerzas conservadoras se extendió el mito de que República era sinónimo de revolución. "En sus múltiples discursos la Contrarrevolución comenzó a adquirir consistencia cuando identificó esos dos conceptos", comenta Gonzalez Calleja.
Desde que las derechas tomaron conciencia, se fueron conformando en un bloque antirrepublicano que el autor denomina contrarrevolucionario. La expansión del mito entre los conservadores se contrapone, paradójicamente, a la oposición que se implantó entre la extrema izquierda contra una república de carácter burgués. Esa oposición fue creciendo al observar algunos de esos partidos que la democracia burguesa no era el camino revolucionario que anhelaban.
Época dorada
"La tarea contrarrevolucionaria resultó, en efecto, extremadamente ardua, porque los grupos que se oponían a la República no habían desarrollado tácticas de enfrentamiento político intenso". Ese extracto del libro resume la trayectoria que debieron seguir los movimientos contrarios al proyecto republicano: primero cohesión y luego dotarse de mecanismos de lucha política.La España de los años treinta "se convirtió en la época dorada de la extrema derecha española", pero la década comenzó con pequeños movimientos monárquicos que no dudaban en emplear la violencia y que eran respondidos con violencia. El movimiento que pretendía retomar el régimen monárquico consiguió un sostén fundamental en la Iglesia católica. En mayo y junio de 1931, tan sólo unas semanas después de la proclamación de la República, el cardenal Segura apoyó a Alfonso XIII públicamente. Durante su discurso epistolar, pedía abiertamente "una cruzada de oración y penitencia". Segura, íntimo amigo del general Queipo de Llano, obtuvo el apoyo de los obispos españoles.
El enfrentamiento de la jerarquía eclesiástica en plena euforia por la proclamación de la República, generó un profundo malestar entre la ciudadanía española. Se dieron entonces los primeros actos de violencia contra unos monárquicos que no aceptaban el nuevo régimen emanado de la voluntad popular y la Iglesia que lo apoyaba.
El fracaso de los monárquicos se contrapuso con el ascenso progresivo de los fascismos entre 1931 y 1933. En ese periodo, tres partidos irrumpieron en el panorama político español, el Partido Nacionalista Español, las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) y Falange. Inspirados en el fascismo italiano, trajeron a las derechas españolas un nuevo sistema de actuación política basado en la violencia.
1934 es el año clave en la conjunción de fuerzas conservadoras. Un año antes, gran parte de las fuerzas conservadoras se unieron en la CEDA, un partido que les aglutinaba y que adoptó el lenguaje político del fascismo progresivamente. Durante ese año, la Revolución de Asturias se convirtió en la yesca que radicalizó a las derechas.
Desde ese año y favorecido por un vocabulario militarista y violento en la política, se produjo una escalada de la violencia en las calles que alcanzó cotas muy elevadas en 1936. Entonces la situación era ya irreversible y España se encaminó a una guerra civil en la que las mismas fuerzas aglutinadas en la CEDA tuvieron un papel fundamental.