De la bienvenida al rechazo: Refugiados polarizan debate en Alemania
DPA (Deutsche Press Agency-Agencia de Prensa Alemana)
Berlín, Alemania. - Todo aquel que quiera hacerse una idea del estado de ánimo político en la potencia europea debe dejarse caer estos días por las calles de Maguncia, en el oeste del país. Tras el asesinato de una joven alemana por parte de un iraquí, hay tensión.
A orillas del río Rin, se han convocado este fin de semana más de media docena de manifestaciones y marchas solidarias en memoria de la joven Susanna, una adolescente de 14 años que fue presuntamente violada y asesinada por un refugiado iraquí.
Los asistentes a las protestas están divididos. Unos alzan su voz en contra de los "criminales extranjeros" y de la inmigración ilegal. Otros condenan los prejuicios racistas que se instalan con gran rapidez entre la opinión pública germana.
El partido ultraderechista y de tintes xenófobos Alternativa para Alemania (AfD), tercera fuerza política en el país tras las elecciones generales del pasado mes de septiembre, llama a sumarse a las manifestaciones. Su lema: "¡Ya basta!".
Tres años después de que Alemania recibiese en plena ola migratoria a casi un millón de refugiados, una profunda grieta atraviesa el país.
El caso de Susanna recuerda demasiado a otro ocurrido en 2016 en la ciudad sureña de Friburgo, donde otro refugiado violó a otra joven y la ahogó hasta provocar su muerte. También trae a la memoria otro asesinato cometido el año pasado en la localidad de Kandel, cerca de la Selva Negra, en el que un joven peticionario de asilo afgano figura como presunto autor de la muerte de una adolescente de 15 años.
Con suma rapidez se trazan paralelismos. El patrón parece repetirse: un terrible crimen en el que una joven resulta asesinada y un refugiado se erige como principal sospechoso.
Cada vez que este tipo de tragedias sobrevienen, aumenta la indignación y la ira. Cada vez, se repite también la pregunta: ¿En qué medida se trata de casos aislados?
"No estamos ante otro caso aislado", opina la etnóloga y directora del Centro de Investigación del Islam Global de la Universidad Goethe de Fráncfort, Susanne Schröter. Esta experta entiende que en Alemania se está produciendo un choque cultural y en este sentido recalca que la sociedad alemana precisa plantearse ahora conceptos para relacionarse con hombres agresivos y criados en base a un modelo patriarcal.
Cada crimen se convierte en una especie de thriller político que mantiene en vilo al país. El caso polariza a la opinión pública con una inusitada rapidez. Se trata de algo jamás visto con anterioridad.
El diario sensacionalista "Bild", el más leído en Alemania, exigió en sus páginas que el Gobierno liderado por la canciller Angela Merkel se disculpase con la familia de la joven Susanna. El sábado, desde la cumbre del G7 celebrada en Canadá, la mandataria alemana expresó su indignación por un "crimen atroz" que debe ser castigado con contundencia.
Las emotivas reacciones que ha provocado el asesinato de la joven Susanna evidencian cómo y cuánto ha cambiado Alemania en los últimos tres años.
Las imágenes de ciudadanos alemanes recibiendo a refugiados con pancartas de bienvenida en estaciones de tren y que conmocionaron al mundo en 2015 han dado paso a un mayor recelo. Ya en aquel entonces algunas voces alertaron de que el espíritu del buen samaritano no se mantendría.
Las primeras alarmas saltaron en Colonia durante los festejos de fin de año de 2015. Cerca de un millar de mujeres fueron atacadas y acosadas presuntamente por refugiados. Al año siguiente, en el país se perpetraron tres atentados islamistas, siendo el más grave de ellos el ocurrido en un mercado navideño en Berlín y que costó la vida a doce personas. Los tres autores de los ataques habían llegado a Alemania como refugiados.
Ahora, con el caso de la joven Susanna, los solicitantes de asilo vuelven a estar en el punto de mira en la primera economía europea. A estas alturas muchos observan con preocupación cómo determinadas circunstancias y errores que rodean el crimen dan alas a ultraderechistas como AfD y a colectivos muy críticos con la inmigración.
Las autoridades alemanas informaron el jueves de que el presunto asesino de la adolescente, Ali B., había abandonado el país desde el aeropuerto de Düsseldorf rumbo a Irak vía Turquía con sus padres y cinco hermanos el pasado 31 de mayo, presuntamente una vez perpetrado el crimen.
El veinteañero y sus parientes pudieron salir gracias a un salvoconducto que se cree que fue expedido por la embajada de Irak y donde aparecían nombres diferentes a los de sus pasaportes y que usaron para sus billetes de avión.
Anteriormente, a finales de 2016, las autoridades germanas habían rechazado la solicitud de asilo de Ali B., aunque, a pesar de que se había enfrentado varias veces a la Policía y de que su nombre aparecía vinculado a la violación de una niña de once años, nunca llegó a ser expulsado de Alemania porque su abogado recurrió la decisión.
Las investigaciones de la Policía alemana apuntan a que el acusado violó, estranguló y enterró a la joven. Pocas horas después de haber huido a su país natal, Irak, fue detenido por las fuerzas de seguridad kurdas. Este sábado fue entregado en Fráncfort a las autoridades alemanas para que comparezca ante la justicia y sea procesado por el crimen que presuntamente cometió.
El caso Susanna, además de abrir una brecha que parte en dos a la opinión pública germana, también ha dibujado una Alemania en la que se ha perdido el control de una política de asilo con muchos agujeros y en la que el Estado se ha visto sobrepasado. Un panorama que a duras penas puede comulgar con una sociedad acostumbrada a cumplir con la ley y el orden.
Con cada vez más frecuencia, los ciudadanos alemanes exigen castigos ejemplares para quienes no respetan las normas.
La madre de la joven asesinada criticó con dureza la actuación policial. Según relató, denunció la desaparición de su hija un día después de no tener noticias suyas pero los agentes tan solo comenzaron a investigar en serio el caso una vez que fue hallado el cadáver.
Una semana después de interponer la denuncia en comisaría, la progenitora recibió un mensaje de una amiga de su hija en el que le indicaba que el cuerpo sin vida de la joven yacía en una vía del tren.
Las fuerzas de seguridad no interrogaron a esta chica porque se encuentra de vacaciones con su familia. Los datos relevantes del caso los aporta un adolescente de 13 años. Él es quien les comenta a los policías el posible lugar del crimen y apunta a Ali B. como principal sospechoso. Este joven, clave en la investigación, es un refugiado afgano.
Los asistentes a las protestas están divididos. Unos alzan su voz en contra de los "criminales extranjeros" y de la inmigración ilegal. Otros condenan los prejuicios racistas que se instalan con gran rapidez entre la opinión pública germana.
El partido ultraderechista y de tintes xenófobos Alternativa para Alemania (AfD), tercera fuerza política en el país tras las elecciones generales del pasado mes de septiembre, llama a sumarse a las manifestaciones. Su lema: "¡Ya basta!".
Tres años después de que Alemania recibiese en plena ola migratoria a casi un millón de refugiados, una profunda grieta atraviesa el país.
El caso de Susanna recuerda demasiado a otro ocurrido en 2016 en la ciudad sureña de Friburgo, donde otro refugiado violó a otra joven y la ahogó hasta provocar su muerte. También trae a la memoria otro asesinato cometido el año pasado en la localidad de Kandel, cerca de la Selva Negra, en el que un joven peticionario de asilo afgano figura como presunto autor de la muerte de una adolescente de 15 años.
Con suma rapidez se trazan paralelismos. El patrón parece repetirse: un terrible crimen en el que una joven resulta asesinada y un refugiado se erige como principal sospechoso.
Cada vez que este tipo de tragedias sobrevienen, aumenta la indignación y la ira. Cada vez, se repite también la pregunta: ¿En qué medida se trata de casos aislados?
"No estamos ante otro caso aislado", opina la etnóloga y directora del Centro de Investigación del Islam Global de la Universidad Goethe de Fráncfort, Susanne Schröter. Esta experta entiende que en Alemania se está produciendo un choque cultural y en este sentido recalca que la sociedad alemana precisa plantearse ahora conceptos para relacionarse con hombres agresivos y criados en base a un modelo patriarcal.
Cada crimen se convierte en una especie de thriller político que mantiene en vilo al país. El caso polariza a la opinión pública con una inusitada rapidez. Se trata de algo jamás visto con anterioridad.
El diario sensacionalista "Bild", el más leído en Alemania, exigió en sus páginas que el Gobierno liderado por la canciller Angela Merkel se disculpase con la familia de la joven Susanna. El sábado, desde la cumbre del G7 celebrada en Canadá, la mandataria alemana expresó su indignación por un "crimen atroz" que debe ser castigado con contundencia.
Las emotivas reacciones que ha provocado el asesinato de la joven Susanna evidencian cómo y cuánto ha cambiado Alemania en los últimos tres años.
Las imágenes de ciudadanos alemanes recibiendo a refugiados con pancartas de bienvenida en estaciones de tren y que conmocionaron al mundo en 2015 han dado paso a un mayor recelo. Ya en aquel entonces algunas voces alertaron de que el espíritu del buen samaritano no se mantendría.
Las primeras alarmas saltaron en Colonia durante los festejos de fin de año de 2015. Cerca de un millar de mujeres fueron atacadas y acosadas presuntamente por refugiados. Al año siguiente, en el país se perpetraron tres atentados islamistas, siendo el más grave de ellos el ocurrido en un mercado navideño en Berlín y que costó la vida a doce personas. Los tres autores de los ataques habían llegado a Alemania como refugiados.
Ahora, con el caso de la joven Susanna, los solicitantes de asilo vuelven a estar en el punto de mira en la primera economía europea. A estas alturas muchos observan con preocupación cómo determinadas circunstancias y errores que rodean el crimen dan alas a ultraderechistas como AfD y a colectivos muy críticos con la inmigración.
Las autoridades alemanas informaron el jueves de que el presunto asesino de la adolescente, Ali B., había abandonado el país desde el aeropuerto de Düsseldorf rumbo a Irak vía Turquía con sus padres y cinco hermanos el pasado 31 de mayo, presuntamente una vez perpetrado el crimen.
El veinteañero y sus parientes pudieron salir gracias a un salvoconducto que se cree que fue expedido por la embajada de Irak y donde aparecían nombres diferentes a los de sus pasaportes y que usaron para sus billetes de avión.
Anteriormente, a finales de 2016, las autoridades germanas habían rechazado la solicitud de asilo de Ali B., aunque, a pesar de que se había enfrentado varias veces a la Policía y de que su nombre aparecía vinculado a la violación de una niña de once años, nunca llegó a ser expulsado de Alemania porque su abogado recurrió la decisión.
Las investigaciones de la Policía alemana apuntan a que el acusado violó, estranguló y enterró a la joven. Pocas horas después de haber huido a su país natal, Irak, fue detenido por las fuerzas de seguridad kurdas. Este sábado fue entregado en Fráncfort a las autoridades alemanas para que comparezca ante la justicia y sea procesado por el crimen que presuntamente cometió.
El caso Susanna, además de abrir una brecha que parte en dos a la opinión pública germana, también ha dibujado una Alemania en la que se ha perdido el control de una política de asilo con muchos agujeros y en la que el Estado se ha visto sobrepasado. Un panorama que a duras penas puede comulgar con una sociedad acostumbrada a cumplir con la ley y el orden.
Con cada vez más frecuencia, los ciudadanos alemanes exigen castigos ejemplares para quienes no respetan las normas.
La madre de la joven asesinada criticó con dureza la actuación policial. Según relató, denunció la desaparición de su hija un día después de no tener noticias suyas pero los agentes tan solo comenzaron a investigar en serio el caso una vez que fue hallado el cadáver.
Una semana después de interponer la denuncia en comisaría, la progenitora recibió un mensaje de una amiga de su hija en el que le indicaba que el cuerpo sin vida de la joven yacía en una vía del tren.
Las fuerzas de seguridad no interrogaron a esta chica porque se encuentra de vacaciones con su familia. Los datos relevantes del caso los aporta un adolescente de 13 años. Él es quien les comenta a los policías el posible lugar del crimen y apunta a Ali B. como principal sospechoso. Este joven, clave en la investigación, es un refugiado afgano.