El camino de los volcanes

Página 12, Argentina

En el oeste de la provincia de Catamarca, una espectacular ruta panorámica se interna en “los Seismiles”, un sector de la Cordillera de los Andes donde se levantan 19 volcanes que superan los seis mil metros de altura. El camino termina en el Paso San Francisco, fronterizo con Chile.

El camino de los volcanes

El auto se desliza con suavidad por una recta ruta de asfalto que parece desenrollarse como una lengua de camaleón, rasgando por la mitad una árida altiplanicie de pastos ralos. La recta sigue más allá del alcance de la mirada, formando una engañosa cuña de dos rayas paralelas que parecen encontrarse en un inalcanzable punto lejano. Y al fondo, un espejismo dibuja un charco rojo que es en realidad el reflejo de una montaña con sus minerales al desnudo, en este caso cobre oxidado.
Vamos rumbo a “los Seismiles”, el ilustrativo nombre de un circuito del oeste de Catamarca que avanza entre descomunales volcanes de más de seis mil metros y culmina en el Paso San Francisco, en el límite con Chile y en plena Cordillera de los Andes.
Durante la recorrida de los 197 kilómetros asfaltados de la RN 60, que llega hasta el Paso San Francisco, se atraviesa la parte baja de un gran valle con 19 volcanes que se suceden uno tras otro con la característica forma cónica de bonete trunco. Y a sus pies se distinguen las coladas basálticas con que los volcanes vaciaron por completo su contenido, derramándolo por el valle como ríos de lava convertidos en oscuros escoriales.
Hace algún tiempo –en el Cretácico, unos 80 millones de años atrás– este pacífico lugar era un infierno de volcanes en erupción, mientras surgía desde el fondo del océano la Cordillera de los Andes. Hoy en día es un desierto: sin embargo, una nutrida fauna le da a la zona una vida inusitada. Como aquel medio centenar de flamencos que parecían como petrificados, con las patas sumergidas en un espejo de agua. Y que al acercarnos remontaron vuelo para desaparecer aleteando tras una serranía como una nube rosada, dejando detrás un ambiente de colorida desolación que es la esencia misma del lugar.
PASO A PASO El paseo por los Seismiles es una excursión relajada, que se puede hacer con un vehículo común desde los pueblos de Fiambalá o Tinogasta. En un día entero sobra tiempo para ir y volver disfrutando del paisaje sin premura, e incluso para darse un chapuzón en una terma que hay junto a la ruta (una opción diferente a las tradicionales termas de Fiambalá).
El circuito comienza 50 kilómetros al oeste de Fiambalá por la ruta que lleva a Chile. Si bien se parte desde los 1550 metros de altura y se llega a los 4726 metros en el Paso San Francisco, el punto más alto del camino, la pendiente es muy suave y los autos no son exigidos en lo más mínimo. De todas formas hay que subir de a poco para aclimatarse a la altura (se recomienda además comer muy liviano y tomar todas las precauciones posibles contra el apunamiento).
Los primeros 45 minutos son sinuosos, pero sin precipicios a los costados: sólo largas planicies que se extienden hasta el pie de los volcanes y los cordones montañosos. En el trayecto no se pasa por un solo caserío ni pueblo, sino por parajes desolados como el llamado Guanchín, donde se encuentran los restos arqueológicos de un poblado diaguita habitado entre 700 y 800 años atrás.
En la primera parte del trayecto el paisaje ya es muy árido, aunque se levantan todavía algunos algarrobos solitarios y arbustos como la retama, la jarilla, el cachiyuyo y la gramilla. En el paraje Loro Huasi la topografía del terreno cambia abruptamente y brotan de la tierra unas placas sedimentarias que, al surgir la Cordillera, quedaron con las puntas señalando al cielo. Luego el viento las afiló como cuchillas, haciéndolas parecer puntas de flecha amontonadas.
A la derecha de la ruta corre el río Guanchín, alimentado por los deshielos cordilleranos. Y en La Angostura alcanzamos los 2000 metros, así que desaparecen todos los árboles. Las montañas son cada vez más variopintas, algunas cubiertas de arenisca roja del Paleozoico –280 millones de años– y otras muy oscuras por la magnetita oxidada del Ordovícico, todas sin el más mínimo arbusto. A la distancia los cerros parecen cubiertos por un degradé aterciopelado que alegra la desolación de este gran cementerio geológico.
De inmediato aparece a la vera del camino el Refugio Nº 1, el primero de los seis que hay a lo largo del circuito y que son como casitas triangulares de cemento con techo de metal. En el interior los refugios tienen leña y un sistema de radio, para pedir ayuda en caso de algún desperfecto técnico. Muchos ciclistas las usan para dormir, aunque en verdad sirven para los días de invierno más crudo, cuando alguna nevada puede volver el camino intransitable. Además, en verano puede ocurrir que un badén originado por las lluvias corte el camino.
A los 3000 metros llegamos al Valle de Chaschuil, término que en idioma cacán –la lengua de los diaguitas– significaba “reunión de valles”. Aquí comienza a faltar un poco el oxígeno (lo ideal es mascar hojas de coca) y la vegetación se reduce a su mínima expresión, con algunos pastos duros como el coirón que se levantan unos centímetros del suelo como barbas invertidas. En este valle hay también un arroyo donde habita una comunidad de cangrejos que nadie se explica cómo llegaron hasta allí. Y a un costado de la ruta se ven los restos de un refugio de piedra levantado alrededor de 1770 por quienes llevaban ganado a Chile.
HACIA LO ALTO Las montañas más altas siguen sin aparecer, pero al norte ya se divisa el volcán Inca Huasi (6640 metros), el primero de los Seismiles, que no perderemos de vista en todo el viaje. En la cima del Inca Huasi se encontró un santuario inca con una estatuilla de plata que hoy se exhibe en el Banco Nación de San Fernando de Catamarca, aunque hay una réplica en el Museo del Hombre en Fiambalá.
Estamos más o menos a mitad del recorrido y a la derecha se ve la cordillera de San Buenaventura, el límite austral de la Puna. A la altura de Cortaderas –3400 metros– aparece un inesperado hotel en medio de la nada, con una vista increíble y todas las comodidades, por ahora todavía está cerrado, pero se espera la inauguración en pocos meses.
El paisaje es cada vez más desértico, aunque cada tanto se cruzan en la ruta burros salvajes y aparecen lagunas con gallaretas, patos cordilleranos y más flamencos. También continúa junto a la ruta el río Guanchín, donde está permitido pescar truchas de noviembre a marzo.
Las montañas y volcanes mayores comienzan a verse en el paraje Casadero Grande (3600 metros), donde suelen acampar algunos de los centenares de escaladores que llegan a esta zona cada año, procedentes de todo el mundo, para escalar las cimas de los Seismiles.
En el horizonte aparece luego el Ojos del Salado, que con sus 6864 metros es el volcán activo más alto del mundo, y sin duda uno de los platos fuertes para los montañistas. Desperdigados en el horizonte se yerguen los volcanes Walter Penk, Nacimiento y Aguas Calientes.
En el paraje La Gruta, a 4100 metros, hay un campamento de Vialidad Nacional y están las oficinas de migraciones donde se tramita el cruce a Chile. Desde allí hay 21 kilómetros hasta el Paso San Francisco, justo en el límite de las altas cumbres de los dos países.
El hito limítrofe se encuentra a 4726 metros: aquí la altura se hace sentir, particularmente en la falta de fuerzas del cuerpo. Pasado ese límite se puede seguir unos kilómetros más hasta la Laguna Verde chilena y pegar la vuelta, o bien seguir 280 kilómetros no pavimentados hasta la ciudad chilena de Copiapó –famosa por sus playas– y luego hacia el desierto de Atacama. Pero ése ya es otro viaje.
De regreso hacia Fiambalá o Tinogasta, en el paraje La Gruta un desvío a la derecha (no señalizado) lleva hacia un cercano piletón techado, con una pequeña terma de aguas sulfurosas. El lugar es ideal para un picnic liviano, ya que hay incluso bancos para sentarse.
El viaje a los Seismiles termina con sensaciones encontradas. Por momentos hay un ambiente con reminiscencias del paraíso, especialmente al toparse con las lagunas color turquesa llenas de coloridas aves. Pero en otros lugares se vive la sensación de atravesar los restos de un remoto Apocalipsis de fuego, de los tiempos en que la Tierra era una gran bola de magma burbujeante. De aquel entonces quedan enormes cráteres calcinados, cerros de basalto, arenales negros y coladas de lava. Por eso los Seismiles son algo así como el núcleo de un infierno extinguido hace millones de años, donde reina por contraste la paz más absoluta del universo.



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