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MADRID. - La gran complicidad internacional con las masacres periódicas israelíes no se gestan por miedo a Israel, sino por miedo a lo que representa el Estado judío. Israel es el símbolo más emblemático, la patria territorial del sionismo capitalista que controla el mundo sin fronteras desde los directorios de los bancos y corporaciones trasnacionales. Israel, básicamente, es la representación nacional de un poder mundial sionista que es el dueño del Estado de Israel tanto como del Estado norteamericano, y del resto de los Estados con sus recursos naturales y sistemas económico-productivos. Y que controla el planeta desde los bancos centrales, las grandes cadenas mediáticas y los arsenales nucleares militares.
El mito del «antisemitismo»
A este fenómeno de «poder capitalista mundial» judío, y no a Israel, es lo que temen los presidentes, políticos, periodistas, e intelectuales que evitan puntillosamente condenar o nombrar los periódicos genocidios militares de Israel en Gaza, repitiendo lo que ya hicieron durante la masacre israelí en Libano en el 2006.La gran complicidad internacional con las masacres periódicas israelíes no se gestan por miedo al Estado de Israel sino por miedo a lo que representa el Estado de Israel.
No se trata de Israel, un Estado sionista más, sino del «Gran Israel», la patria del judaísmo mundial (con territorio robado a los palestinos), de la cual todos los judíos del mundo se sienten sus hijos pródigos desperdigados por el mundo.
No se trata de Israel, sino de las poderosas organizaciones y comunidades judías mundiales que apoyaron en bloque el genocidio militar de Israel en Gaza, que utilizan su poder y «escala de prestigio» (construida mediante su victimización histórica con el Holocausto) para convertir en un leproso social al que se atreva criticar o a levantar la voz contra el exterminio militar israelí en Gaza.
Los gobiernos del mundo capitalista, los periodistas, intelectuales, organizaciones sindicales y sociales no le temen a Israel, sino a su lapidación social como «antisemita» (mote que se le otorga al que enfrenta y/o denuncia al sionismo judío).
No le temen al Estado de Israel, sino a los hijos de Israel camuflados en los grandes centros de decisión del poder mundial, sobre todo económicos-financieros y mediático-culturales.
Los políticos, intelectuales y periodistas del sistema no temen a Israel, sino que temen a los medios, organizaciones y empresas judías, y a su influencia sobre los gobiernos y procesos económicos-culturales del sistema sionista capitalista extendido por todos los países a escala planetaria.
En definitiva temen que las empresas, las universidades, las organizaciones y las fundaciones internacionales sionistas que financian y o promocionan sus ascensos y puestos en la maquinaria del sistema los declaren «antisemitas» y los dejen sin trabajo, sin vacaciones y sin jubilación.
Esa es la causa principal que explica porque los intelectuales, académicos y periodistas del sistema viven elucubrando sesudos análisis de la «realidad» política, económica y social sin la presencia de la palabra judío o del sistema capitalista que paga por sus servicios.
Si bien hay un grupo de intelectuales y de militantes judíos de izquierda (entre ellos Chomsky y Gelman, entre otros) que condenaron y protestaron contra el genocidio israelí en Gaza, la mayoría abrumante de las comunidades y organizaciones judías a escala planetaria apoyaron explícitamente la masacre de civiles en Gaza argumentando que se trataba de una «guerra contra el terrorismo».
A pesar de que Israel no invadió ni perpetró un genocidio militar en Gaza con la religión judía, sino con aviones F-16, misiles, bombas de racimo, helicópteros Apache, tanques, artillería pesada, barcos, sistemas informatizados, y una estrategia y un plan de exterminio militar en gran escala, quien cuestione esa masacre es condenado por «antisemita» por el poder judío mundial distribuido por el mundo.
A pesar de que el lobby judío sionista que controla Israel, tanto como la Casa Blanca, el Tesoro y la Reserva Federal de EEUU no reza en las sinagogas sino en la Catedral de Wall Street, el que lo critique es tildado de inmediato como «antisemita» o «nazi» por las estructuras mediáticas y culturales controlados por el poder judío mundial.
Las campañas de denuncia de antisemitismo con las que Israel y las organizaciones judías buscan neutralizar a las criticas contra la masacre, abordan la cuestión como si el sionismo judío (sostén del estado de Israel) fuera una cuestión «racial» o religiosa, y no un sistema de dominio imperial que abarca interactivamente el plano económico, político, social y cultural, superando la cuestión de la raza o de las creencias religiosas.
El lobby sionista no controla el mundo con la religión: lo maneja con bancos, trasnacionales, hegemonía sobre los sistemas económicos-productivos, control sobre los recursos naturales, control de la red informativa y de manipulación mundial, y manejo de los valores sociales a través de la publicidad, la cultura y el consumo estandarizado y globalizado por los medios de comunicación.
En definitiva, el lobby judío no representa a ninguna sinagoga ni expresión racial, sino que es la estructura que maneja el poder mundial a través del control sobre los centros económicos-financieros y de decisión estratégica del sistema capitalista expandido como civilización «única».
Antes que por la religión y la raza, el lobby sionista y sus redes se mueven por una ideología política funcional: el sionismo capitalista-imperial que antepone el mercado, la concentración de riqueza, la «política de negocios», a cualquier filosofía que roce las nociones del «bien» o del «mal» entendidos dentro de parámetros sociales.
Entonces: ¿De qué hablan cuando hablan de «antisemitismo» o de «anti-judaismo religioso? ¿En que parámetros referenciales se basa la condición de antisemita»? ¿Quién es antisemita? ¿Quién critica a los judíos por su religión o por su raza en las sociedades del mundo?
A lo sumo, a los judíos, como está probado en la realidad social de cualquier país, no se los critica por su religión o condición racial sino por su apego excesivo al status del dinero (también cultivado por otras colectividades) y a integrar estructuras o jerarquías de poder dentro de un sistema injusto de opresión y de explotación del hombre por el hombre, como es el sistema capitalista.
Salvo los grupos minoritarios de fanáticos y racistas que sólo se representan a sí mismos, en las sociedades (salvo el nazismo alemán y algunas excepciones) casi nunca hubo «persecución religiosa o racial» del judío, si no que hubo una asociación del judío con la «peor cara del capitalismo», representada en el sistema económico-financiero especulativo.
En resumen
El lobby sionista que protege al Estado de Israel (por «derecha» y por «izquierda») esta conformado por una estructura de estrategas y tecnócratas que operan las redes industriales, tecnológicas, militares, financieras y mediáticas del capitalismo trasnacional extendido por los cuatro puntos cardinales del planeta.Sus redes se expresan a través de una multiplicidad de organizaciones dedicadas a promover el actual modelo global, entre las que se cuentan principalmente: The Hudson Institute, The RAND Corporation, The Brookings Institution, The Trilateral Commission, The World Economic Forum, Aspen Institute, American Enterprise Institute, Deutsche Gesellschaft für Auswärtigen Politik, Bilderberg Group, Cato Institute, Tavestock institute, y el Carnegie Endowment for International Peace, entre otros.
Todos estos think tanks o «bancos de cerebros», reúnen a los mejores tecnócratas, científicos y estudiosos en sus respectivos campos, egresados de los las universidades de EEUU, Europa y de todo el resto del mundo.
El lobby no responde solamente al Estado de Israel (como afirman los analistas de la «cara derechista» de los neocons) sino a un poder mundial sionista que es el dueño del Estado de Israel tanto como del Estado norteamericano, y del resto de los Estados con sus recursos naturales y sistemas económico-productivos.
El lobby no solamente está en la Casa Blanca sino que abarca todos los niveles de las operaciones del capitalismo a escala trasnacional, cuyo diseño estratégico está en la cabeza de los grandes charmans y ejecutivos de bancos y consorcios multinacionales que se sientan en el Consenso de Washington y se reparten el planeta como si fuera un pastel.
Ni la izquierda ni la derecha partidaria hablan de este poder «totalizado» por la sencilla razón de que ambas están fusionadas (a modo de alternativas falsamente enfrentadas) a los programas y estrategias del capitalismo trasnacional que controla el planeta.
Por lo tanto, y mientras no se articule un nuevo sistema de comprensión estratégica (una «tercera posición» revolucionaria del saber y el conocimiento) el poder mundial que controla el planeta seguirá perpetuándose en las falsas opciones de «izquierda» y «derecha».
Y el lobby judío de «derecha» de los republicanos conservadores seguirá sucediendo al lobby judío «de izquierda» de los demócratas liberales en una continuidad estratégica de las mismas líneas rectoras del Imperio sionista mundial.
Y las masacres del Estado de Israel seguirán, como hasta ahora, impunes y protegidas por las estructuras del sistema de poder mundial sionista capitalista que lo considera como su «patria territorial».