Público, Madrid, España.
Madrid. - España es un país que tradicionalmente se ha situado en el vagón de cola europeo en lo que a investigación científica se refiere. Los albores del siglo XVIII vieron una España en esas circunstancias, un país abotargado intelectualmente al que llegaron los primeros Borbones. La aparición de la nueva dinastía tuvo un efecto catalizador en el cambio de las cosas, imbuidos del pensamiento ilustrado francés. Felipe V y, principalmente, Carlos III trataron de dar un impulso al pensamiento científico español. Nuestro país se puso al día teniendo a Francia y sus científicos como faro. Ese es el punto de partida de uno de los mejores libros de ciencia histórica publicado en los últimos 12 meses, Ciencia, Arte e Ilusión en la España Ilustrada, de Jesusa Vega, publicado por Ediciones Polifemo y el CSIC en enero del presente año.
El estudio utiliza a Goya como hilo conductor. El pintor aragonés "me ha permitido elevarme y comprender lo que estaba viendo. Goya es un hombre de su siglo y participa de la cultura visual de su tiempo, con él se comprende mejor su época y viceversa. La investigación me ha permitido conocer mejor al pintor, está desdibujado porque hemos perdido el contexto. Está todo desimbricado", dice Vega.
El avance científico español estuvo al margen de las universidades cuya actividad todavía estaba castrada por la escolástica. En paralelo surgieron instituciones que permitieron el crecimiento de la ciencia como las reales academias, las sociedades de amigos del país y las reales fábricas. "Las reales fábricas eran un lugar de investigación y conocimiento, en estos lugares se ponía en práctica las nuevas técnicas europeas", señala Vega. Los ingenieros militares también jugaron un papel fundamental en ese desarrollo del conocimiento.
El pensamiento científico-filosófico también llegó a la propia familia real. Carlos IV constituye el caso más claro, se rodeó de los ilustrados más avanzados como el mismo Goya y se adaptó a las formas de su tiempo, "eso se observa perfectamente en el retrato de la familia real que pintó Goya. Las siluetas que se ven tienen una estética que se corresponde claramente con la de las figuras de cera, ahora muy desprestigiadas, pero entonces muy de moda. Las figuras tenían una doble función: por un lado, científica, para estudiar la anatomía; por otra, de entretenimiento. Así se entiende perfectamente ese gusto por el hiperrealismo y que se establezca una relación con la figura como si fuera una persona. Esa pintura no es irreverente, es justo lo que les gustaba a Carlos IV y María Luisa", concluye Jesusa Vega.