El sueño europeo de la emigración a Brasil gravita en monumental saga "Heimat"

AFP (Agencia France-Presse)

PARÍS. - La aspiración del ser humano a buscar su propia utopía y el sueño de un mundo nuevo que representó para muchos europeos la emigración a Brasil en el siglo XIX ocupan un primer plano en la nueva entrega de la monumental epopeya cinematográfica alemana "Heimat".

Una escena de Heimat
Una escena de Heimat

La película del alemán Edgar Reitz que se estrena este miércoles en las salas de Francia es la "precuela" de una epopeya impresionante tanto por la forma como por el fondo, que ya totaliza 56 horas de cine y 25 años de producción, dimensiones pocas veces alcanzadas en la historia del séptimo arte.

La saga escruta la vida cotidiana de la familia Simon y los habitantes de la aldea de Schabbach, en la región de las montañas Hunsruck en el suroeste de Alemania, desde mediados del siglo XIX hasta después de la caída del muro de Berlín. "Heimat" es una palabra alemana de difícil traducción, que incluye los conceptos de patria y tierra.

La aventura comenzó primero en televisión y después en el cine, en 1984.

"Heimat 1, Una Crónica Alemana", Premio de la Crítica Internacional en la Mostra de Venecia, contaba en 15H40 la vida de la aldea, presentada en cuatro partes para el cine y en once episodios para la televisión, desde la llegada del nazismo hasta la Segunda Guerra Mundial.

"Heimat 2, Crónica de la Juventud" realizada en 1992 (25H30) e igualmente premiada en Venecia, relataba las ilusiones de los años 1960-1970 y la amenaza del terrorismo. "Heimat 3, Crónica de un Cambio de Época", narraba en 11 horas la caída del muro de Berlín y el sueño de una nueva Alemania entre los años 1989 y 2000.

"Heimat 4", presentada en agosto en la Mostra de Venecia y el mes pasado en el festival de Río de Janeiro, es un díptico de cuatro horas de duración que lleva al espectador mucho más atrás, entre 1842 y 1844.

Se divide en dos partes, tituladas "Heimat, die andere Heimat" (Heimat, la otra patria) y "Heimat, Crónica de una Sehnsucht", otra palabra de difícil traducción, que implica a la vez nostalgia y anhelo indefinido. Salvo tal vez al portugués: la famosa "saudade" evoca algo parecido.

Durante aquellos años, decenas de miles de alemanes golpeados por el hambre, la pobreza y la arbitrariedad de sus gobernantes decidieron emigrar a América del Sur, impulsados por la idea de la Revolución Francesa de que cada persona tiene derecho a su propia felicidad.

Brasil encarnó ese sueño para el protagonista Jakob Simon, que se la pasa entre libros, aprendiendo varias lenguas, incluso la de los indígenas de la Amazonía, ante la mirada recelosa de su padre, herrero, campesino y analfabeto.

Prusia, cuyas fronteras englobaban desde 1815 la zona de Hunsruck, había convertido la educación en obligatoria, por lo que la mayoría de los niños nacidos a partir de 1810 sabían leer y escribir.

Jakob sueña con sumarse a una de las columnas humanas que recorrían los campos de Alemania abandonando lo poco que poseían para realizar su sueño en Brasil. Desde el otro lado del Atlántico, el emperador Pedro II enviaba a sus agentes a reclutar trabajadores, especialmente en regiones de agricultores, y mano de obra cualificada: zapateros, panaderos, herreros, carpinteros...

"Hoy en día nos cuesta imaginar lo que representaba realmente la emigración, porque actualmente en Alemania sólo conocemos la otra cara del problema, ya que nos hemos convertido en un país con inmigrantes", explicó Reitz.

El regreso de su hermano soldado, Gustav, va a desencadenar una serie de eventos que trastocan los planes del protagonista y la aspiración de viajar a Brasil.

La vida es dura en la aldea. La cámara no omite ningún detalle, ni los magros platos de la cena ni los arduos trabajos de la vida cotidiana. Cuando un hombre deja de trabajar es porque está muerto. Las mujeres lo limpian -el cuerpo queda aseado, por una vez- y lo visten con su único traje de domingo.

Las imágenes en blanco y negro de increíble luminosidad captadas por la cámara de Gernot Roll, a pesar de escenas interiores escasamente iluminadas, recuerdan las de los expresionistas alemanes (Lang, Murnau), de cineastas rusos como Eisenstein o del danés Dreyer.

Pero en esta ocasión el factor digital aporta al blanco y negro "una definición y una claridad extraordinarias" , resalta el cineasta, quien gracias a técnicas modernas pudo utilizar en breves ocasiones efectos de color -el azul de las flores de lino en los campos, o el dorado de una moneda de oro-, como metáforas líricas o notas de esperanza.

Encontrar al actor adecuado para Jakob Simon no fue nada fácil. Hacía falta que fuese capaz de hablar el dialecto, "estar dispuesto a comprometerse en la aventura", "tener un lado natural o inocente, pero al mismo tiempo capaz de luchar para realizar sus sueños" escribe el cineasta.

Se optó finalmente por un estudiante de medicina, Jan Schneider, quien según Edgar Reitz "no tenía la intención de convertirse en actor". El director revela que el joven había asistido al casting "un poco por curiosidad y porque le interesaba la película".



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