El triunfo de los desnortados
El País, Madrid, España
Helene Hegemann será menor de edad hasta el 19 de febrero. No obstante, en 2008 estrenó un drama teatral y en 2009 dirigió un mediometraje de 40 minutos. Ahora, acaba de publicar su primera novela, Ajolote Roadkill, con enorme resonancia crítica.
Helene Hegemann
Nacida en Friburgo (sur de Alemania) en 1992, Helene es hija del catedrático y director teatral Carl Hegemann. Tenía 13 años cuando murió su madre. Entonces se mudó a Berlín a vivir con el padre, a la sazón director artístico de la célebre Volksbühne. Se dice que creció "en la cantina del teatro" entre actores e intelectuales, y se propuso emularlos.
Cada nueva hazaña de su precocidad ha obtenido críticas entusiastas, pero la novela se lleva la palma: el semanario Der Spiegel le dedicó dos páginas, Die Zeit ha publicado un reportaje y el ditirambo crítico titulado Una centella en prosa. Informa también de que Hegemann rechaza el trato de "niña prodigio". Las sesudas páginas culturales del Frankfurter Allgemeine Zeitung no van a la zaga. En los foros culturales de Internet, muchos se le echan encima. Son las acusaciones normales cuando se da un éxito así. Aseguran que se debe al sensacionalismo de los lectores, al tremendismo de los periodistas, al nepotismo.
Otro elemento es Berlín. Como en tiempos de Christiane F., la capital sigue siendo un caso insólito en la industrial Alemania. Aquí conviven la élite política, mediática y cultural del país con millones de inmigrantes, un gran porcentaje de parados y mucha gente sin ocupación clara. La potentísima industria manufacturera y las finanzas alemanas están en otras ciudades. Una trillada frase del alcalde acierta de lleno: Berlín es "pobre pero sexy". En este formol se conserva la bohemia de finales del siglo pasado, que aún atrae a miles de aspirantes a artistas de medio mundo. Los alquileres son baratos y la cháchara es gratis. Como señala el crítico del suizo Tages-Anzeiger, la joven Hegemann coloca su espejo ante la generación de treintañeros y cuarentones que, como Mifti y el ajolote del título, no quieren crecer ni falta que les hace. Un espejo deformado por la arrogancia, la semiintelectualidad y el candor tremebundo de los 17 años. La joven promete.