En agosto Beirut es una fiesta
La Vanguardia, Barcelona, España
Beirut, Líbano. - ¿Pecaría de frívolo, de privilegiado habitante de esta capital, en busca de contradicciones exóticas si escribiese que este mes de agosto Beirut es una fiesta? Para mi suerte muchos jóvenes visitantes con imaginación procedentes de las Españas, estoy percatado de que podrían corroborarlo.
Primero como cada verano después de los largos años de interrupción de las guerras, hay la gloria, aunque un tanto desvanecida, del que un día fuese el gran festival internacional de Balbeck. Un festival en el que entre las ruinas de los templos de Júpiter, de Baco, actuaron Margoyt Fonteyn, Rudolf Nureyev, el Ballet de Maurice Béjart, Von Karajan, Unm Kalsum, Rostropovich y, en estas semanas, el popular cantante británico de origen libanés Mika. Se penetra en el monumental recinto por un largo pasadizo abovedado en cuyo fondo aparecen las seis altas columnas iluminadas del templo de Júpiter atravesando un océano de truncadas columnas, capiteles, frisos rotos. En este magnífico escenario sus representaciones cobran una inusitada magnitud. El festival ha cumplido sesenta años. Sus funciones fueron antes de la guerra pretexto para que la buena sociedad libanesa luciese sus trajes elegantes, caftanes, preciosas túnicas orientales, para las mujeres, grandes capas o abayas hechas de piel de camello con las que los distinguidos varones se cubrían sus vestidos de corte occidental. Nutridos pelotones de soldados vigilan los accesos de la antigua Heliópolis, a pocos kilómetros de la frontera siria. En el palacio de Beitedine, hermoso palacio de los emires del Líbano descrito por Lamartine en su Viaje al Oriente, se celebra también un festival internacional de gran calidad artística en el que hace años asistí a recitales de Montserrat Caballé o del cubano Compay. La bella esposa del líder druso Walid Jumblat, antaño uno de lo señores de la guerra, es su alma. Beitedine trata de competir con Balbeck en la contratación de prestigiosos artistas. Balbeck está en la planicie de la Bekaa, Beitedine en la abrupta región del Chuf. Nada menos que ciento cuarenta festivales se han organizado este agosto, como el de Biblos, donde escuché por primera vez un recital de Georges Moustaki, de Tiro, de Junie, de Ehden, de los Cedros. En el coqueto puertecito de Biblos, triunfó esta vez una Grace Jones inmortal. No hay localidad que se precie que no cuente este agosto con su propio festival. Además son muy frecuentes las fiestas callejeras en barrios como Hamra, donde tengo la suerte de vivir, los conciertos y actuaciones musicales al aire libre.
La profusión de altas terrazas, rematando hoteles y modernos edificios de la capital con sus animados bares y discotecas, iluminan las noches de Beirut. En el 7 Sisters armaron una suerte de oasis con una cascada de agua, su barra entre árboles traídos de América. Muyo on the roof, Iris, instalado en la azotea de la sede del diario An Nnahar, Jawkyard, son algunos de los más populares, con consumiciones que oscilan entre cuarenta y cien euros por persona. El Sky bar fue su pionero. Lo visité, una noche de otro mes de agosto, con Pilar Viciana. Los libaneses adoran bailar con la cabeza en las estrellas, en estas altas terrazas, que al principio se acondicionaron para evitar el peligro de las frecuentes explosiones a flor de calle, con sus canapés, bares, climatizadores, surtidores de aguas multicolores.
El verdadero príncipe de la noche de Beirut es Michel Elefteriades, cuyo Music Hall espectacular con sus tapizadas sillas rojas y barroca decoración ha estrenado otro local en la orilla del mar. “Noches en blanco, beach parties, fiestas gays, Beirut la ciudad del pecado del Levante”, rezaban algunos titulares de prensa. Beirut, siempre lo he escrito, es tierra de espejismos, propicia a la mixtificación tanto en tiempos de guerra como de paz. Es un milagro esta fiesta de agosto, cuando los turistas árabes han desertado la ciudad y el Levante arde por los cuatro costados.
Tomás Alcoverro
La profusión de altas terrazas, rematando hoteles y modernos edificios de la capital con sus animados bares y discotecas, iluminan las noches de Beirut. En el 7 Sisters armaron una suerte de oasis con una cascada de agua, su barra entre árboles traídos de América. Muyo on the roof, Iris, instalado en la azotea de la sede del diario An Nnahar, Jawkyard, son algunos de los más populares, con consumiciones que oscilan entre cuarenta y cien euros por persona. El Sky bar fue su pionero. Lo visité, una noche de otro mes de agosto, con Pilar Viciana. Los libaneses adoran bailar con la cabeza en las estrellas, en estas altas terrazas, que al principio se acondicionaron para evitar el peligro de las frecuentes explosiones a flor de calle, con sus canapés, bares, climatizadores, surtidores de aguas multicolores.
El verdadero príncipe de la noche de Beirut es Michel Elefteriades, cuyo Music Hall espectacular con sus tapizadas sillas rojas y barroca decoración ha estrenado otro local en la orilla del mar. “Noches en blanco, beach parties, fiestas gays, Beirut la ciudad del pecado del Levante”, rezaban algunos titulares de prensa. Beirut, siempre lo he escrito, es tierra de espejismos, propicia a la mixtificación tanto en tiempos de guerra como de paz. Es un milagro esta fiesta de agosto, cuando los turistas árabes han desertado la ciudad y el Levante arde por los cuatro costados.
Tomás Alcoverro