La Vanguardia, Barcelona, España
Beirut, Líbano. - Sin los museos las ciudades del mundo serían mudas. Los museos son como lugares de culto de civilizaciones que han precedido a veces, la nuestra. Son templos donde se guardan emociones milenarias que sus visitantes pueden, quizá, sentir a flor de piel.
Jailiya es el nombre usado por los musulmanes para describir la época anterior del Islam, considerada “la edad de la ignorancia” con sus connotaciones paganas, antes de la sumisión a un dios único y a su ley. En el siglo pasado se elaboró la interpretación de la Jailiya moderna que se refería a una “nueva barbarie” de un tiempo de nuevos valores, políticos y culturales, incompatibles con la religión mahometana. El intelectual egipcio Sayid Qutub -que por cierto vivió una temporada durante su estancia en los EEUU, en Palo Alto, lo que ahora es el Silicon Valley- fue su máximo teórico y murió ejecutado en El Cairo por defender sus creencias extremistas del Islam político. Esta concepción rechaza que en la formación histórica del Islam hubiese elementos procedentes de civilizaciones anteriores. Mantiene que hay que aplicar implacablemente una “tabula rasa” para guardar la mítica idea de la pureza del Islam.
La guerra que nos han impuesto en Occidente llega en los peores años de nuestra decadencia, denunciada desde 1920 por filósofos como Oswald Spengler u Ortega y Gasset. Las culturas, según Spengler, atraviesan la juventud y la la madurez para caer inexorablemente en la decrepitud. El “crepúsculo de las ideologias” fue un tema muy tratado a partir de la década de los sesenta en España. Con el horrible hundimiento de nuestro sistema económico, de nuestro maltrecho sistema de valores ideológicos, sociales, religiosos, se agotan las ilusiones de un humanismo calificado de “occidental”.
En su novela Soumission, una ficción que se anticipó a una realidad histórica en Francia, en Europa, como ha ocurrido también en estos tiempos inciertos con otras obras literarias dedicadas a países árabes como Siria, El Líbano, Michel Houllebecq, expone las raíces de esta peste invasora. Se percata que es “probablemente imposible para gente que ha vivido con prosperidad en un sistema social determinado, imaginar el punto de vista de los que no habiendo tenido nunca nada que esperar de este sistema, contemplen su destrucción sin ningún miedo especial”. Es sincero al denunciar la debilidad, la falta de adhesión a un mundo, a unos valores como “la república, la revolución francesa, la patria” que es el mundo del “humanismo ateo, laico sobre el que descansa la idea de la convivencia en trance de desaparecer. El sistema político al que estamos habituados -piensa el protagonista, profesor de la Sorbonne, con un cierto reconocimento profesional, pero con una vida emocional vacía, sin creencias que valga la pena defender- puede estallar en cualquier momento”.
Es ante esta soledad, esta falta de estímulos, y evidentemente por conveniencia, que decide, como otros profesores de la Sorbonne, dotada generosamente por Arabia Saudi y Qatar, tras el imaginado triunfo del partido de la Fraternidad musulmana, en unas elecciones apoyadas por los socialistas, convertirse al Islam. El presidente Mohamd Ben Abbas se empeña ante todo, en obtener el ministerio de Enseñanza porque “quien controla a los niños controla el furturo”. Su mentor ideológico, un antiguo colega del claustro, convertido en el nuevo rector de la prestigiosa universidad parisina, explica al narrador que no son los creyentes en el Libro, los cristianos, los principales enemigos del Islam, sino “el secularismo, el laicismo, el materialismo ateo”. La iglesia católica es incapaz de oponerse a la decadencia de las costumbres. Europa es regenerada por las poblaciones musulmanas emigradas. La familia debe ser la célula básica de la sociedad. El presidente Ben Abbas sueña con otro imperio Romano en Europa y en la tierra “porque si el Islam no es mundial no triunfará”. El retorno a la religión es una profunda tendencia de la sociedad. Hay que concebir el Islam como una forma de humanismo nuevo. El colmo de la felicidad humana reside en la sumisión mas completa a Dios…
Su libro es un alegato contra nuestro egoísmo, contra la “breve ilusión de una existencia individual”, contra nuestra cobardia, nuestra tentación contemporizadora. Son evidentemente los pueblos árabes los primeros en ser victimas de este fascismo islámico Pero nosotros estamos cada vez más expuestos a sus pérfidas maquinaciones. Sus reyezuelos y verdugos conocen muy bien la manera de explotar nuestras carencias y debilidades.
Tomás Alcoverro