LUIS TROQUEL, BARCELONA. Desde la mesa en que estaban, Farruquito ovacionaba con entusiasmo cada una de sus intervenciones: el cante salvaje de La Tana, el entregado baile de El Pelón, el toque preciso de El Perla, el embrujo escénico de Luis Peña, y así hasta 14 artistas para una noche en la que el duende prácticamente se materializó.

DESDE 1970 / Entre el público se encontraba también Pedro Castro, autor de algunos de los mayores éxitos de Manzanita y que había estado allí, cantando, cuando el tablao se inauguró. Entrar en Cordobés es como retroceder a 1970, o incluso antes. A las épocas doradas del flamenco. Como entonces, los espectáculos se hacen sin micrófonos. Los cantaores se arrancan a viva voz y las palmas suenan a cueva del Sacromonte.
Fue un noche especial sin dejar de ser una función normal, con todos sus japoneses de rigor. La celebración estaba enmarcada dentro del festival De Cajón!, que había empezado el día antes en el Liceu con una imagen imborrable: Parrita invitando a cantar a su hijo de 6 años y rompiéndose la camisa arrebatado sobre tan sacrosanto escenario. Curiosa coincidencia. Y no solo porque ambos locales estén casi puerta con puerta, en el corazón de las Ramblas. Con los tablaos, en general, sucede algo similar a lo que hasta hace muy poco pasaba con el Liceu. La gente los ve como un coto cerrado sin serlo, como si no formaran parte de la vida cultural barcelonesa.
Por ello, en este 40° aniversario, el Cordobés reivindica su papel en la ciudad con un ambicioso proyecto: la constitución de una fundación dedicada a promover el flamenco de calidad. Como el que la otra noche encendió al propio Farruquito, quien por cierto, debutará el próximo 15 de marzo en Liceu.