Israel, Gaza, la UE
Carlos Taibo, Público, España
Al ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, le gusta repetir que Israel es la única democracia existente en Oriente Próximo. Tiene uno derecho a concluir que semejante juicio, volcado sobre un país que se ha entregado tan pundonorosa como eficientemente a la práctica de las ejecuciones extrajudiciales, a menudo acompañadas –como es bien sabido– de la muerte de niños, mujeres y ancianos, dice mucho de la percepción aznariana del Estado de Derecho y de sus reglas.
Al ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, le gusta repetir que Israel es la única democracia existente en Oriente Próximo. Tiene uno derecho a concluir que semejante juicio, volcado sobre un país que se ha entregado tan pundonorosa como eficientemente a la práctica de las ejecuciones extrajudiciales, a menudo acompañadas –como es bien sabido– de la muerte de niños, mujeres y ancianos, dice mucho de la percepción aznariana del Estado de Derecho y de sus reglas.
Claro es que la condescendencia con respecto a lo que Israel hace no resulta en modo alguno privativa de gentes que beben, como Aznar, del pensamiento conservador en sus versiones más montaraces. Hay que preguntarse, sin ir más lejos, si la propia Unión Europea no arrastra desde mucho tiempo atrás actitudes que beben también, en un grado u otro, de esa lamentable condescendencia. Ahí está, para testimoniarlo, el trato comercial de privilegio con que la Unión Europea obsequia, de siempre, al Estado de Israel.
Recuerdo que, hace acaso tres años, y con ocasión de un debate público, un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores español señaló, con criterio inapelable, que la revisión de ese trato comercial exigía la unanimidad, inalcanzable, de los estados miembros de la Unión. Me vi obligado a replicar que, formulado el argumento en esos términos, conducía subrepticiamente a la conclusión de que había –pongamos por caso– un par de estados díscolos decididos a defender las prebendas que beneficiaban a Israel y opuestos, en consecuencia, a una amplia mayoría defensora de lo contrario.
Nada más lejos, sin embargo, de la realidad: no consta que, hoy por hoy, haya miembro alguno de la Unión Europea que postule, con rotundidad, una revisión a la baja, por mínima que ésta sea, del generoso régimen comercial aplicado a Tel Aviv.
Para explicar semejante conducta de nuestros Gobiernos
–¿cuándo, por cierto, tendrán a bien llamar a consultas a alguno de sus embajadores en Israel?– se han propuesto, bien es cierto, explicaciones varias. Se ha hablado, así, de los deberes –mal entendidos– que se derivarían del Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial, se ha apuntado el designio de colocar en primer plano la lucha contra el terrorismo –en franco olvido, bien es verdad, del terror de Estado que despliega el Ejército israelí– y se han invocado, en suma, los tributos derivados de la atávica sumisión que la Unión Europea muestra, en materia de relaciones externas, con respecto a Estados Unidos.
Hay, con todo, una explicación más que, sorprendentemente, rara vez aflora entre nuestros analistas: Israel es desde decenios atrás punta de lanza principal de nuestros intereses –los de Estados Unidos como los de la Unión Europea– en Oriente Próximo.
Como tal, el Estado sionista bien que se ha encargado de decapitar con energía y eficacia cualquier suerte de contestación activa de las políticas occidentales en la región más sensible del planeta. Tal vez por eso resultan tan sonoros, y al cabo tan comprensibles, el silencio y la inacción de nuestros gobernantes ante la enésima manifestación del ritual del asesinato colectivo perpetrada en estos días en Gaza.
Carlos Taibo es Profesor de Ciencia Política