La cortina de hojalata
El País, Madrid, España
Jordi Gracia desmonta el tópico del aislamiento entre los intelectuales del exilio y los que se quedaron en España. ¿Que las Elegíes de Biervielle que Carles Riba iba ultimando en el exilio ya las hacía correr en abril de 1939 entre amigos y contactos por Cataluña? ¿Que falangistas como Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco estaban leyendo al minuto los últimos poemas de los foráneos rojillos Luis Cernuda o Juan Ramón Jiménez?
Jordi Gracia
No requiere Gracia de notas al pie para elaborar esta nueva tesela de su particular mosaico sobre la cultura española durante la dictadura que conforman La resistencia silenciosa (2004), Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo (2005) y varios de los libros que ha dedicado a la controvertida figura del falangista de primera hora y socialdemócrata de última y avant la lettre Dionisio Ridruejo. Armado con un sinfín de lecturas de epistolarios, diarios y memorias, Gracia constata la existencia de "una red social, un tejido invisible, circuitos privados que unían a autores con otros y a editores con autores y que explican que Salinas, Guillén, Cernuda o Barga sepan lo que se publica en España y lo comenten en sus revistas de exilio". Es algo que puede rastrearse ya, según el estudioso, a partir de 1945 y que se refuerza en la década de los cincuenta, con las otras revistas, como Papeles de Son Armadans ("ahí es la primera vez que Alberti da permiso para publicar un poema suyo en España ¡y la revista la dirigía Cela!") o Ínsula, "pero también Índice, Destino, Triunfo...", enumera. Un flujo que algunos, para contraponer a la expresión telón de acero, bautizaron con ironía como "cortina de hojalata".
También se empeña Gracia en romper lo que bautiza como "el patrón trágico del exilio"; su drama no habría sido crónico. "Hay muchos que agradecen incluso el exilio como plataforma de crecimiento; podría decirse que viven momentos de plenitud en ese periodo". En su opinión, no pueden ni plantearse regresar porque para ellos "volver es peor que el exilio en sí".
Matiza siempre que no quiere "rebajar la fuerza destructiva que tuvo el franquismo", pero en sus intelectuales anatemas también puntualiza el largo reencuentro con el exilio: "Se dio una jibarización política que llevó a la disolución mental del exilio; hubo quien pensó que la democracia no se podía reconstruir sobre esas caras del pasado, que el exilio no serviría para ganar elecciones, como demostró el Partido Comunista con el 9% de los votos en 1978; o sea, que fue un olvido interesado, un ejercicio de democracia caníbal; no fue olvido sino ocultación estratégica para ganar", suelta. La vertiente cultural se añadió a la desmemoria política: "No hubo abandono de esas élites, se leía a algunos pero en general su tiempo histórico y sus lectores habían pasado, el público prefería a la gente del boom latinoamericano o a jóvenes como Benet, Umbral, Marsé o Vázquez Montalbán".
No contento con esas minas, al hilo de que Soldados de Salamina, de Javier Cercas, significó en 2001 "una especie de descorche que permitió que creciera la marea de la memoria histórica", sostiene Gracia que desde ahora "hay que tratar de leer conjuntamente la literatura del interior y la del exilio: la cultura española de posguerra es una red que une la Península con los lugares del exilio y que se acabará integrando hacia el interior; hay que asumir que el cauce cultural es único, lo que no quiere decir unívoco. La despolitización de la mirada del exilio es necesaria para ese exilio; si seguimos compartimentando no vamos a entender nada". O sea, mirar desde la intemperie.