MÁS DE CIEN NIÑAS SON ACOGIDAS EN EL CENTRO FUNDADO POR LA KENIATA AGNES PEREYIO
Diagonal, España
El centro de acogida y formación fundado por la activista masai Agnes Pereyio en Kenia ha rescatado a cientos de niñas de padecer un dolor insoportable y múltiples secuelas físicas y psíquicas de por vida.
- Edu Bayer
Una de sus frases favoritas es “la educación es poder”. Y lo dice en inglés, muy claramente. Agnes Pereyio utiliza esta filosofía en el Tasaru Girls Rescue Center, a unos 150 kilómetros de Nairobi, un territorio mayoritariamente masai, una etnia que ha practicado la ablación genital al 97% de sus mujeres. Ahora la sufren el 54%. Ella se enfrentó a su madre y a su abuela para no sufrir esta mutilación, encontró el apoyo de su padre y ha dedicado el resto de su vida a luchar contra este ‘rito’ y contra los matrimonios forzosos de menores. A mediados de febrero estuvo en Aranjuez (Madrid) para explicar cómo lucha contra esta práctica milenaria en todo el planeta desde la iniciativa Mujeres que Cambian el Mundo, de la ONG Mundo Cooperante.
La mutilación genital femenina a menores es una práctica prohibida en Kenia desde 2001, con penas de prisión para los que infrinjan la norma. Pero la ley no se cumple. ¿Cómo es posible que se sigan realizando este tipo de prácticas? Para las personas que realizan este atentado contra la salud y libertad de las mujeres, la ablación es un rito mediante el cual las niñas pasan a ser mujeres: un paso de la niñez a la edad adulta. Un rito milenario simbólico que conlleva un sufrimiento incalculable. “Cuando pregunto a la gente el porqué de estos actos, no me saben dar razones. Responden sólo pronunciando la palabra tradición”, explica Pereyio. No se cuestiona ni se deja a la niña decidir nada. Pero otras razones socioeconómicas explicarían estas prácticas.
Matrimonios rentables
Según explica Pereyio, los padres de las niñas en Kenia prefieren obligar a que éstas se casen a que vayan al colegio. Es más rentable. Los progenitores esperan con ansiedad la pronta ablación para que sean consideradas ‘oficialmente’ mujeres y puedan casarse cuanto antes, y disponer así de un marido que se haga cargo de su salud y sustento. Sin saber lo que padecerá, a la niña se le practica alguno de los tipos de mutilación [desde la amputación del clítoris a la llamada infibulación, extirpación del clítoris y los labios mayores y menores, con el cierre final de la vagina]. Desde ese momento, la libertad y la dignidad de la persona quedan irremediablemente afectadas, por no decir perdidas. A partir de entonces, infecciones, quistes, obstrucción del flujo sanguíneo en la menstruación, cicatrices, dificultades a la hora de orinar y parir formarán parte de la mujer durante toda su vida. Y la tradición se perpetúa.
Agnes y su equipo se dedican a recorrer las aldeas de Narok para explicar en las escuelas todas las consecuencias que supone este ‘rito tradicional’. Y, lo más importante, a las niñas se les inculca que, ante esta barbarie, deben de ser conscientes de su libertad para negarse. Para mejorar la comprensión de niños y niñas, utilizan figuras de madera que representan el aparato sexual femenino. Ante las risillas de los pequeños, la vergüenza de las niñas y el asombro general, esta luchadora realiza su exposición con claridad y contundencia, hasta que la sorpresa se convierte en comprensión del daño de estas prácticas. Así es el Programa Tasaru Ntomonok, que en lengua masai significa ‘rescate de la mujer’. Un rescate que abarca no sólo la formación, sino el refugio a niñas que, literalmente, han escapado de su aldea cuando se les ha pretendido realizar la ablación. Muchas se esconden durante días en el bosque. Se las escolariza pagando todos los gastos y se les ofrece toda la ayuda que necesitan. Actualmente, el centro acoge a más de un centenar de chicas y recientemente se ha abierto una segunda casa de acogida en Upper Melili, en Narok, llamada Sakutiek Rescue Center. En los centros se ofrece atención sanitaria y psicológica, acogida y atención integral, educación social, sexual y planificación familiar. Las chicas que vuelven con sus familias a sus aldeas se convierten en una especie de persona-guía que abre los ojos al resto de sus compañeras. Parte de este logro se consigue con ritos alternativos de paso a la edad adulta que la creatividad y la fuerza de Agnes han sabido implantar, poco a poco, en la zona: “La cultura, los ritos de transición no están mal en sí, lo que es un horror es hacerlo así”. Dos veces al año (en agosto y diciembre) se realiza un campamento con todas las niñas acogidas, que no sólo se divierten, sino que adquieren conciencia de su libertad y derechos sobre su cuerpo. Tras las actividades de formación, que tienen lugar en estas jornadas, se nombra madrina a una, la cual velará por la libertad de todas sus compañeras una vez termine el campamento. “Hasta ahora no ha habido ningún problema con los padres. Lo aceptan”, comenta Agnes. Así, entre juegos, actividades y educación, el mensaje no sólo cala entre las más jóvenes.