La diplomacia vaticana y sus límites
La Vanguardia, Barcelona, España
Beirut. - El español Pablo Puente era el nuncio del Vaticano que preparó en mayo de 1997 el viaje del papa Juan Pablo II, un viaje popular en el que calles de Beirut, la carretera de Harisa, la montaña santa de los cristianos en la hermosa bahía de Junie, ahora desiertas por razones de la estricta seguridad impuesta, rebosaban de gente, cristianos y musulmanes.
El Papa en Líbano.
La agonía de los cristianos en Oriente Medio, iniciada con la expulsión de los armenios de Turquía, se ha precipitado desde el derrocamiento del régimen de Sadam Hussein del Irak. Su éxodo aumentó con los ataques a iglesias caldeas y asesinatos de feligreses y sacerdotes. Los cristianos irakíes viven en su país desde hace dos mil años. Sus primeras iglesias en el norte, en Mosul, datan del segundo siglo de nuestra era. Su presencia es muy anterior a la del Islam, y ha servido de puente entre Oriente y Occidente.
Como ha ocurrido en otros países de la región y en otras épocas históricas, los cristianos, vinculados por su creencia al Occidente cristiano y por su comunión cultural con el Oriente musulmán, han sufrido los bandazos de la política colonial de las metrópolis europeas, a las que a veces se les sospechaba sometidos. Coptos egipcios, melquitas griegos, maronitas libaneses, han padecido los vuelcos de la historia contempóranea.
Las escandalosas guerras de Irak y de Siria les han expuesto a una situación cada vez más vulnerable, sobre todo por parte de los extremistas del Islam defensores del Jigad o guerra santa. La iglesia católica, apostólica, y romana, en tanto que poder soberano, es la única capaz de ejercer su influencia diplomática ya que ninguna de las diversas iglesias ortodoxas cuenta con una base estatal. En el horrible conflicto armado del Irak, el papa Juan Pablo II, recibido en Beirut en 1997 como un arrollador superstar, abogó siempre en favor de la paz y se opuso con firmeza al belicismo del presidente Bush. El Vaticano nunca cerró su embajada en Bagdad. En sus peregrinaciones a Tierra Santa, al Líbano, Siria, Jordania, Egipto, Israel, había tratado visitar Ur, patria del patriarca Abraham, en la antigua tierra Mertropolitana, pero tuvo que renunciar a su iniciativa.
La diplomacia vaticana cauta y sútil se esfuerza en mantener su independencia. Ante el pavoroso drama de Siria, siempre presente en el viaje de Benedicto XVI al Líbano, ha lanzado su llamamiento de no proporcionar armas a los beligerantes. Pero la diplomacia vaticana tiene sus límites. Mas allá de las buenas intenciones, las minorías cristianas en Oriente Medio están cada vez más desamparadas, abocadas al éxodo. Ni las diversas iglesias orientales de rito católico han limado sus asperezas, ni mucho menos se logran acuerdos con las iglesias ortodoxas, que cuentan con la mayoría de su población.
La gran cuestión del Oriente Medio es la convivencia entre cristianos y musulmanes que todos alaban pero que no es fácil practicar. Es indiscutible que entre su pluralismo cultural los cristianos han sido su sal. Pese a todos los pomposos lemas de convivencia, en este viaje papal, el Líbano es un país cada vez más dividido y fragmentado con sus compactos guetos confesionales de población.
Tomás Alcoverro