La engañosa crisis del Estado Islámico
Sputnik, Rusia
Moscú, Rusia. - Francisco Herranz. El grupo terrorista se autoproclamó califato el 29 de junio de 2014, después de capturar amplias zonas en el corazón suní de Irak, incluyendo Mosul y Tikrit, cuna del desaparecido dictador Sadam Husein.
Como 'califato' se ha arrogado unilateralmente la autoridad política y teológica sobre la comunidad musulmana —la umma—, que observa sus fechorías con una mezcla de terror y estupor.
Precisamente ahora, el Estado Islámico atraviesa un momento delicado. La ofensiva del Ejército iraquí, apoyada por los cazas aliados, ha logrado que los extremistas hayan perdido el 47% de su territorio conquistado en Irak. Recientemente cayó Faluya y el siguiente objetivo se llama Mosul.
En el frente vecino, las cosas tampoco les van demasiado bien. Tropas especiales del US Army colaboran con las Fuerzas Democráticas Sirias, una milicia mayoritariamente kurda, en la batalla para controlar una vía esencial para el suministro de Al Raqa, la capital 'de facto' de las huestes de Daesh.
Toda esta presión ha forzado a la dirección del Daesh a modificar su modus operandi. De ahí que el grupo se haya lanzado a una espiral de salvajismo. En el transcurso de 15 días, sus secuaces han sembrado el terror por Turquía, Bangladés, Irak y Arabia Saudí. Sus operaciones no tienen un patrón fijo pero son destructoras. Solo en Bagdad arrasaron la manzana completa de un centro comercial mediante la detonación de un camión bomba, provocando más de 200 muertos, lo que convierte el suceso en el atentado más mortífero desde 2007.
Los yihadistas, principalmente suníes, han sido tan osados que incluso han atentado a pocos metros de la Mezquita del Profeta, en Medina, la segunda ciudad más santa para el islam, precisamente cuando terminaba el Ramadán o mes de ayuno. Este último ataque puede resultar contraproducente, porque no ha conseguido dividir y paralizar, sino unir y provocar.
¿Estamos asistiendo a los primeros estertores de la organización? No. La crisis es engañosa. Daesh ha retrocedido en Siria e Irak, pero ha ampliado su presencia a nivel global. Como si fuera la Medusa del siglo XXI, se ha adaptado perfectamente a las nuevas circunstancias en su implacable campaña terrorista mundial. El Estado Islámico está dispuesto, si es necesario, a volver a ser un grupo insurgente de tipo guerrillero, busca intensificar sus golpes fuera de Oriente Próximo para mantener así su liderazgo.
Por desgracia, habrá más acometidas violentas en Europa, donde ha pasado un número indeterminado de militantes disfrazados de refugiados. Y actuar en Estados Unidos a la escala de París o Bruselas se ha convertido en su mayor objetivo.
El cambio de estrategia del Estado Islámico le acerca a Al Qaeda, que siempre priorizó los atentados contra Estados Unidos y sus aliados. La instauración del califato también era un objetivo para el difunto Osama bin Laden, pero en un futuro mucho más lejano. Ahora, sin embargo, no veremos 'lobos solitarios ' como con Al Qaeda, sino 'manadas de lobos', como bien los ha definido Bruce Riedel, analista del 'think tank' Brookings Institution.
En todo caso, el balance letal de estos dos años pone a cualquiera los pelos de punta: 17.942 muertos en 28 países —solo en Irak casi 9.000— como consecuencia de operaciones dirigidas por sus militantes, sus afiliados o inspiradas por ellos.
Sus tentáculos tóxicos se han extendido por zonas asiáticas inéditas como Bangladés o Malasia, y por las antiguas repúblicas soviéticas de Uzbekistán y Kirguistán, donde vive una relevante población musulmana.
No obstante, se están produciendo hechos remarcables que ponen en peligro la mera existencia de Daesh dentro de su territorio 'natural'.
Ya pasó aquella euforia inicial de ser la organización terrorista más rica del mundo después de saquear casi 500 millones de dólares de las áreas ocupadas y traficar con petróleo y piezas arqueológicas. Las rutas de salida del crudo dejaron de ser clandestinas y suelen ser arrasadas por los misiles rusos y aliados. Ahora toca mantener el botín.
Hace poco, el Estado Islámico emitió su propia moneda, el dinar, pero atraviesa serios problemas financieros, algo que le ha obligado a reducir a la mitad los sueldos de sus combatientes, incluidos los extranjeros. En Irak, manipula el cambio del dinar con respecto al dólar, dependiendo de tipo de billete, para así conseguir beneficios del 20%.
También ha experimentado un descenso en el número de su personal armado, principalmente como consecuencia de los combates. Si hace un año las agencias de seguridad occidentales estimaban que en Irak y Siria llegaban a ser nada menos que 33.000 hombres, actualmente la cifra ronda los 22.000. Pero el Estado Islámico sigue con suficiente músculo. Dispone de otros 20.000 fanáticos que trabajan para la franquicia de la bandera negra en Libia, Egipto, Afganistán, Pakistán, Filipinas y Nigeria. Son temibles en la que fuera la patria del coronel Muamar Gadafi. Y en el norte, los kurdos relatan las atrocidades que cometen en las tierras que conquistan: alimentar a sus perros con cadáveres de civiles.
En resumen, continúan siendo un enemigo muy peligroso. Los petrodólares les han hecho capaces de poseer una extraordinaria red propagandística, una buena logística militar, que incluye comunicaciones encriptadas y un plan estratégico para adoctrinar a niños de hasta cinco años.
Precisamente ahora, el Estado Islámico atraviesa un momento delicado. La ofensiva del Ejército iraquí, apoyada por los cazas aliados, ha logrado que los extremistas hayan perdido el 47% de su territorio conquistado en Irak. Recientemente cayó Faluya y el siguiente objetivo se llama Mosul.
En el frente vecino, las cosas tampoco les van demasiado bien. Tropas especiales del US Army colaboran con las Fuerzas Democráticas Sirias, una milicia mayoritariamente kurda, en la batalla para controlar una vía esencial para el suministro de Al Raqa, la capital 'de facto' de las huestes de Daesh.
Toda esta presión ha forzado a la dirección del Daesh a modificar su modus operandi. De ahí que el grupo se haya lanzado a una espiral de salvajismo. En el transcurso de 15 días, sus secuaces han sembrado el terror por Turquía, Bangladés, Irak y Arabia Saudí. Sus operaciones no tienen un patrón fijo pero son destructoras. Solo en Bagdad arrasaron la manzana completa de un centro comercial mediante la detonación de un camión bomba, provocando más de 200 muertos, lo que convierte el suceso en el atentado más mortífero desde 2007.
Los yihadistas, principalmente suníes, han sido tan osados que incluso han atentado a pocos metros de la Mezquita del Profeta, en Medina, la segunda ciudad más santa para el islam, precisamente cuando terminaba el Ramadán o mes de ayuno. Este último ataque puede resultar contraproducente, porque no ha conseguido dividir y paralizar, sino unir y provocar.
¿Estamos asistiendo a los primeros estertores de la organización? No. La crisis es engañosa. Daesh ha retrocedido en Siria e Irak, pero ha ampliado su presencia a nivel global. Como si fuera la Medusa del siglo XXI, se ha adaptado perfectamente a las nuevas circunstancias en su implacable campaña terrorista mundial. El Estado Islámico está dispuesto, si es necesario, a volver a ser un grupo insurgente de tipo guerrillero, busca intensificar sus golpes fuera de Oriente Próximo para mantener así su liderazgo.
Por desgracia, habrá más acometidas violentas en Europa, donde ha pasado un número indeterminado de militantes disfrazados de refugiados. Y actuar en Estados Unidos a la escala de París o Bruselas se ha convertido en su mayor objetivo.
El cambio de estrategia del Estado Islámico le acerca a Al Qaeda, que siempre priorizó los atentados contra Estados Unidos y sus aliados. La instauración del califato también era un objetivo para el difunto Osama bin Laden, pero en un futuro mucho más lejano. Ahora, sin embargo, no veremos 'lobos solitarios ' como con Al Qaeda, sino 'manadas de lobos', como bien los ha definido Bruce Riedel, analista del 'think tank' Brookings Institution.
En todo caso, el balance letal de estos dos años pone a cualquiera los pelos de punta: 17.942 muertos en 28 países —solo en Irak casi 9.000— como consecuencia de operaciones dirigidas por sus militantes, sus afiliados o inspiradas por ellos.
Sus tentáculos tóxicos se han extendido por zonas asiáticas inéditas como Bangladés o Malasia, y por las antiguas repúblicas soviéticas de Uzbekistán y Kirguistán, donde vive una relevante población musulmana.
No obstante, se están produciendo hechos remarcables que ponen en peligro la mera existencia de Daesh dentro de su territorio 'natural'.
Ya pasó aquella euforia inicial de ser la organización terrorista más rica del mundo después de saquear casi 500 millones de dólares de las áreas ocupadas y traficar con petróleo y piezas arqueológicas. Las rutas de salida del crudo dejaron de ser clandestinas y suelen ser arrasadas por los misiles rusos y aliados. Ahora toca mantener el botín.
Hace poco, el Estado Islámico emitió su propia moneda, el dinar, pero atraviesa serios problemas financieros, algo que le ha obligado a reducir a la mitad los sueldos de sus combatientes, incluidos los extranjeros. En Irak, manipula el cambio del dinar con respecto al dólar, dependiendo de tipo de billete, para así conseguir beneficios del 20%.
También ha experimentado un descenso en el número de su personal armado, principalmente como consecuencia de los combates. Si hace un año las agencias de seguridad occidentales estimaban que en Irak y Siria llegaban a ser nada menos que 33.000 hombres, actualmente la cifra ronda los 22.000. Pero el Estado Islámico sigue con suficiente músculo. Dispone de otros 20.000 fanáticos que trabajan para la franquicia de la bandera negra en Libia, Egipto, Afganistán, Pakistán, Filipinas y Nigeria. Son temibles en la que fuera la patria del coronel Muamar Gadafi. Y en el norte, los kurdos relatan las atrocidades que cometen en las tierras que conquistan: alimentar a sus perros con cadáveres de civiles.
En resumen, continúan siendo un enemigo muy peligroso. Los petrodólares les han hecho capaces de poseer una extraordinaria red propagandística, una buena logística militar, que incluye comunicaciones encriptadas y un plan estratégico para adoctrinar a niños de hasta cinco años.