La ética de Lisbeth Salander

La Vanguardia, Barcelona, España

El compromiso con la verdad, aunque implique transgresiones, inspira a los protagonistas de Stieg Larsson | Sin el activismo de Salander, a veces ilegal, las muertes quedarían impunes y los violentos seguirían martirizando

La ética de Lisbeth Salander
Poco preveían los sociólogos, los estilistas y los programadores de todo tipo de diseños posmodernos, incluidos los que marcan los avances de la tecnología punta o las novelas desestructuradas, que la nueva heroína del siglo XXI, Lisbeth Salander, iba a ser una resiliente de veintitantos años, cuya infancia fue tan atroz como si hubiera vivido en un campo de concentración. Y sigue soportando vejaciones y peligros que quiebran los más elementales principios y normas que regulan el Estado de derecho.
Resiliente porque posee una fría comprensión y aceptación de la realidad; porque siempre toca de pies en el suelo; porque cree que sobrevivir implica mantener unos valores morales inviolables; porque en medio del infortunio, improvisa una extraña y misteriosa sabiduría en informática, de la que se hace adicta.

La ultramoderna Pippi Calzaslargas es rara, nunca da explicaciones sobre sí misma, es punki y tan menuda que parece una anoréxica de quince años, y no tiene tetas. La inflexibilidad es su arma de defensa y jamás habla con policías ni con funcionarios. Por no hablar, desde que a los trece años ocurrió Todo lo Malo, ni siquiera abre la boca en los test psicológicos, por lo que no tiene un diagnóstico claro, algo que enfurece al psicólogo que la torturó de cría. El sádico trepa Peter Teleborian, quien proclama a los cuatro vientos que Lisbeth Salander es una asesina en potencia que padece una esquizofrenia paranoide y que, como es un peligro para sí misma y para los demás, debería permanecer encerrada de por vida.

En cualquier archivo del Estado consta que Lisbeth Salander es antisocial, es violenta, ha sido prostituta, es medio lesbiana, practica el sadomasoquismo y padece trastornos mentales de envergadura. Lo que todo el mundo ignora menos ella, porque nadie la quiso escuchar, es que Teleborian, el instigador de dichos informes, recibía instrucciones de una sección de la Säpo –Servicio de Inteligencia Sueco– para que mantuviera a Lisbeth Salander fuera de juego de por vida por saber demasiado sobre un asunto de lo más secreto. Pese a todo, a los quince años, un juez la liberará bajo la estricta vigilancia de un tutor, Holger Palmgren, que se convertirá en el administrador honesto. El día antes de Nochebuena de 1993 le habla a ella como a un amigo y sellan un pacto. Bastantes años después, el tutor sufre una apoplejía que lo deja fuera de juego. Aparece otro sádico como administrador, que odia a las mujeres, Nils Bjurman. Y por ahí arrancará una de la partes más turbias de esta historia.

A Lisbeth Salander –alias férrea volundad–, pese a ser hija del caos, le queda la opción de comprender cómo funciona el sistema, qué tipo de comportamientos ocultan ciertos villanos y qué traman sus enemigos. Aquellos cerdos funcionarios que la inmovilizaron con correas en una camilla durante trescientas ochenta noches en la habitación libre de estímulos, del sanatorio infantil de Sankt Stefan, por turbias razones de Estado. Y la siguen maltratando. Con tal razón, Lisbeth, cuya inteligencia es tan descomunal como la desconfianza que siente hacia los humanos, se hace hacker, se fascina con los números, las fórmulas, las matemáticas y los últimos estudios de ADN. Algo insólito, pues en la escuela, a causa del acoso de los compañeros por ser la más menuda e indefensa, y por el maltrato a que se ve sometida su madre y que Lisbeth vigila para protegerla, no consiguió ni el graduado escolar.

Lisbeth Salander es autodidacta y nunca cuenta qué sabe. Navegando por internet se empadrona como ciudadana de un club secreto, Hacker Republic. Su alias es Wasp, y es en la red donde encuentra a los únicos seres en los que confía: Plague, Trinity, Bob the Dog. Junto a otros hackers de lo más puntero repartidos por el planeta, forman una comunidad de anarquistas no violentos y anónimos que ni roban ni cometen más delito que el de infiltrase en cualquier ordenador del mundo en cuestión de minutos sin dejar rastro, y ayudarse los unos a los otros en la situación que sea. Solidarios hasta la muerte, practican una moral selectiva. Cualquier institución del más alto nivel, si conociera su existencia, los contrataría a cambio de toneladas de oro, mas no son consumistas y no venderían sus conocimientos por nada. Su valor no es el dinero.

Lectura apasionada
He leído, tomando notas, las dos mil doscientas sesenta y siete páginas de Millennium, la trilogía que escribió el periodista Stieg Larsson antes de morir de un infarto a los cincuenta años, en nueve días. Me han sabido a poco. Hubiera seguido con dos mil quinientas páginas más. Estoy seguro de que me habrían resultado polvo de estrellas.

Las páginas son tan adictivas como formativas. También plantean un sinfín de desafíos. El más implacable, el tema de la ética, la que no practican algunos de los responsables que sostienen las estructuras de las democracias contemporáneas y el Estado de derecho, el único legitimado para ejercer la violencia. Enfrentados a vida o muerte a la ética civil de los que aún siendo vejados sádicamente sobreviven moralmente y se construyen una identidad fuerte y una profesión que les redima del abuso de derecho en todas sus variantes, sin cometer atrocidades mientras rastrean las situaciones más aberrantes hasta el fondo sin temor a los peligros. Aquí hay buenos y malos, y caben un montón de interrogantes.

La estructura que sigue Larsson es la de un thriller, parido en el corazón de Suecia, el país en el que se dan los mejores autores de novela policiaca. Y donde hay tradición, cultura democrática y maestros del género. En la actualidad, el policíaco es el género más social de las formas de novela, por osado, irrespetuoso y libre. Y con adeptos en cualquier parte.

Millennium es una monumental novela, un fresco y un desafío, escrita en forma de crónica, en la que se entrecruzan diversas tramas que descubren las parcelas más oscuras de las sociedades contemporáneas llamadas libres en tiempos de minimalismo moral. La violencia de género, los derechos de la mujer, la sexualidad hasta en sus formas más violentas, el tráfico de drogas y de prostitutas de países pobres a países ricos, la degeneración de las viejas familias que controlan el mundo de la banca y de la industria sueca y los chanchullos de los financieros que hunden por placer y beneficio los ahorros y los empleos de millones de ciudadanos.

Millennium también desenmascara la inmoralidad de esos periodistas, trasformados en lacayos de los especuladores y de los poderosos, que omiten, por vanidad, la regla de oro de su profesión: la de realizar análisis críticos para proporcionar al público una información veraz. Y como guinda y eje central de la trilogía, la locura de ciertos servicios secretos que velan por la seguridad del sistema saltándose las normas constitucionales, y las consecuencias que acarrean.

Verdad oculta, verdad justa
 El gancho más espectacular de este trepidante thriller son los personajes. Hay muchos y de lo más variopinto, construidos con precisión y verosimilitud. Un hombre de unos cuarenta años, Mikael Blomkvist, y Lisbeth Salander, desde los veinticuatro, son los protagonistas. La agitada acción los une sorprendentemente y los empuja a desvelar un interminable rosario de delitos que ninguna policía logró ni logra desenmarañar, o sencillamente ignoran su existencia.

Ambos protagonistas lo hacen por profesión o por necesidad. En ninguna situación, ocurra lo que ocurra, ninguno de los dos pierde la compostura moral en su comportamiento. A lo largo de las páginas debaten las estrategias y también los dilemas éticos en los momentos de máxima tensión. El deber, la virtud y el valor viven sedientos en los dos corazones. Y cuando deciden no denunciar a la policía el sótano de Martin Vanger, Larson escribe concienzudamente las razones.

 Los protagonistas conforman versiones opuestas de un mismo fondo, el de la lealtad a unos principios y valores que los empujan una y otra vez a buscar la verdad oculta, la verdad justa, pues sólo tras ella se vive en el lujo de la libertad de conciencia. Pienso que ahí radica el mensaje y el por qué Millennium ha traspasado fronteras y se ha convertido en el best seller europeo más arrollador de los últimos años. Dichas actitudes muestran a las claras la antítesis de la cobardía y de la pasividad a la que en multitud de ocasiones nos vemos sometidos los ciudadanos. En Millennium se cuela una nueva ética civil, en las antípodas del apático desánimo que supone lo políticamente correcto en las democracias cuando el poder se salta el contrato social y los ciudadanos no saben cómo actuar.

Mikael Blomkvist es periodista por idealismo, convicción y activismo social. A fin de ejercitar la profesión cumpliendo sus expectativas, fundó al terminar la carrera una revista independiente con su amiga de facultad, la elegante y culta Erika Berger, con la que comparte la forma de ejercer la profesión. También mantienen, pese a los matrimonios respectivos, una satisfactoria e intermitente relación sexual, con el consentimiento del marido de ella. La mujer de él no lo aceptó y Mikael tuvo que asumir el divorcio. La trilogía tampoco está exenta de morbo nórdico y bellos paisajes escandinavos.

Desde la revista independiente Millennium, Mikael y Erika junto a sus colaboradores ejercen el oficio en libertad y levantan informaciones que dejan estupefacto a medio país. Mikael consigue prestigio y reconocimiento. Los hombres que no aman a las mujeres arranca con un juicio contra Mikael por el caso Wennerström, un financiero que empleó fondos públicos destinados a inversiones en Polonia para el tráfico de armas. Un desliz en las fuentes condena al periodista por difamación, y este decide enmendar su error dejando la revista durante un año. Un año crucial que unirá a los dos protagonistas, que los arrastrará hasta cambiarles la vida y la manera de afianzar su compromiso con lo correcto o lo incorrecto. Y Lisbeth Salander aprenderá a crecer fuera de la burbuja y, al final de la serie, acabar con la historia que empezó cuando ella nació, y vivir, por fin, el primer día del resto de su vida.

El primer tutor y administrador de los bienes de Lisbeth Salander que el juez decretó por su supuesta incapacidad, el abogado Holger Palgrem, le facilitó cuatro familias de acogida, pactó con Lisbeth su buen comportamiento y finalmente, a los veinte años, le proporcionó una casa, la que fue de su madre, y un trabajo en Milton Security, una de las agencias de seguridad más competente de Suecia. Su director, Dragan Armanskij, afirma asombrado cuatro años después que Lisbeth es la investigadora más competente que ha pasado por la agencia. Mientras colabora, Lisbeth le coge cariño y se convierte en el segundo amigo que encuentra en la vida real y al que respetará hasta la última coma.

Cuando Mikael necesita un ayudante para resolver un extraño caso que le encarga un viejo patriarca de una familia industrial, prometiéndole a cambio desvelar ciertos secretos del estafador por el que ha tenido que dejar Millennium, además de pagarle un buen dinero que la revista necesita para salvar la crisis, Blomkvist da con la persona más solitaria e introvertida que ha conocido, Lisbeth Salander. Enseguida se da cuenta de su capacidad y de su gran sentido de la moral. Y le atrae su vestimenta punk. Considera las tachuelas de la chupa de cuero iguales al mecanismo de defensa de las púas del erizo. Una señal de advertencia para su entorno: “No intentes acariciarme. Te dolerá”.

Mikael la respeta desde el primer momento. Ella lo ha investigado a través de la red, se ha metido en su ordenador, conoce sus secretos y decide apostar por las convicciones que comparten. Con lo que Lisbeth demuestra que de antisocial nada. Ella tiene su propia comisión ética. El principio Salander: “Un cabrón es siempre un cabrón; y si puedo hacerle daño descubriendo sus mierdas, es que entonces lo tiene bien merecido. Sólo pago con la misma moneda. Como Mikael no lo es, voy.”

El periodista y la investigadora empiezan la interminable labor. En una ocasión extrema, ella le salvará la vida. Y en otra, será él quien le salve a ella la suya.

Mikael no tarda en descubrir su secreto más intimo: sus dedos vuelan sobre el ordenador y es una hacker que tarda treinta segundos en bajarse un programa que rompe la protección criptográfica Word. Ella se asusta, pueden sancionarla con dos años de cárcel. Se siente tentada a confiar en él. Mikael es la primera persona que la trata como a una persona adulta. Duda. Mikael también descubre que Lisbeth tiene memoria fotográfica y que para nada es una urraca anoréxica. Cada cual mantiene su honra como sabe, puede y quiere. Finalmente, la información que obtiene la hacker nunca sirve para transgredir la ley, sino todo lo contrario, investiga para saber qué hicieron y dónde se esconden los culpables. Él guarda el secreto y juntos componen una sinfonía que fortalece la democracia sueca.

El periodista ocultará a la policía a lo largo de todo el relato la fuente que le ha facilitado resolver la desaparición de Harriet Vanger, el caso Wennerström y los asesinatos del periodista y colaborador de Millennium, Dag Svensson, y de su mujer, Mia Bergman, entre otros.

Cada vez que Lisbeth vence en una batalla contra sus feroces enemigos y está tentada con dejarse llevar por el odio y el ansia de venganza contra aquellos que además de destrozarle la vida han estado a punto de matarla, se detiene un instante y calcula lo que va a hacer: Análisis de consecuencias. Jamás ejecuta. Lisbeth ha espiado, ha jugado con cámaras ocultas, ha practicado todo tipo de interferencias telefónicas. Es inflexible, cumple a rajatabla las promesas que formula y jamás olvida un agravio. Por poderosas razones que la trama va desvelando, odia a los hombres que maltratan a las mujeres, y jamás confiesa a la policía los asesinatos y delitos que descubre. Busca ella misma una fórmula que implique la más demoledora de las sentencias.

“No hay inocentes; sólo distintos grados de responsabilidad”, sostiene en distintas ocasiones. Y suele defender a los desprotegidos, como cuando pasa unas vacaciones en una isla del Caribe estudiando matemáticas y un ciclón arrasa la zona. Ya se encuentra a salvo en el refugio del hotel y recuerda que un joven que ha conocido vive en un chamizo. No duda. Sale precipitadamente al vendaval, golpea contra todo, cruza la calle como puede, saca al joven y lo arrastra, sangrando, hasta el sótano. Le ha salvado la vida arriesgando la suya. Evidentemente, Salander, en nombre de su moral, transgrede ciertas leyes. El dilema que plantea es que, sin su activismo, unos cuarenta asesinatos atroces hubieran quedado impunes, bastantes delincuentes seguirían martirizando y matando a mujeres, y otros ultrajando la Constitución sueca desde el corazón del Estado. Al final, hasta las más altas autoridades del Reino reconocen, tras un juicio, los abusos a los que la han sometido y la indemnizan, ignorando que es la hacker más hábil y poderosa del país. Cuestión de principios. Y jamás será descubierta, pues su prudencia es tan calculada como la osadía que practica. Adela Cortina sostiene que la ética es algo tan fácil y sencillo como levantar la moral de las sociedades y de las personas. Y lo que Larsson ha conseguido es levantarme la moral a mí y a millones de lectores.
PEPE RIBAS |


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