“La literatura ecuatoriana no tiene presente, pero sí futuro”

Perú21, Perú

LIMA, PERÚ. - La Feria Internacional del Libro de Lima (FIL-Lima), que va del 22 de julio al 4 de agosto en el parque Matamula (Jesús María), tendrá como país invitado a Ecuador. Conversamos con Huilo Ruales, un escritor que, desde su residencia en Francia, trabaja por consolidar la literatura ecuatoriana.

Huilo Ruales
Huilo Ruales
Nací en Ibarra. Económicamente, mi familia era de clase media; culturalmente, austera. Nuestras estanterías no tenían libros, sino Selecciones”, nos dice Huilo Ruales –autor de Maldeojo, Y todo este rollo también a mí me jode y Nuaycielo comuel dekito–, uno de los escritores que sacan la cara por la actual literatura ecuatoriana.

¿Hasta qué edad se quedó en Ibarra?
Hasta los 13 años, cuando murió mi padre. Yo nací en Ibarra, cosa que no niego, pero sí reniego. Más que mi tierra natal, es mi tierra mortal (risas).

¿Por qué odia el lugar?
No es odio. Sucede que allí viví una especie de vacío, la sensación de que no pasaba el tiempo, donde los vivos y los muertos se confundían; de que el tiempo tomaba la Panamericana, bordeaba Ibarra y seguía su camino. En Ibarra hay algo que mantiene quieta a su gente. Esa sensación, unida a la muerte, fue lo que marcó mi infancia.

¿Cómo se hizo escritor?
Entre el mundo y mis posibilidades de comunicación había una ruptura. Pero, a los 12 años, visité el circo. Allí vi a un tigre enjaulado y se estableció una especie de solidaridad. Éramos el súmmum del desarraigo y quedé impactado. Entonces nació en mí la necesidad de descifrar el mundo, de escribir.

¿Qué escritores lo impactaron?
Aunque no fui un lector precoz, me impresionaron los poetas malditos franceses, los filósofos existencialistas. Éramos un trío de muchachos inquietos que leía mucho y que se entregó sin pudor a la escritura. En Ibarra conocimos a un viejo librero, quien nos inició en la lectura de estos poetas. Había algo de esnobismo: queríamos ser y no lo éramos, queríamos fungir de existencialistas –como Sartre y Kierkegaard– en un pueblo (ríe). Éramos pose sin formación. Incluso, después de leer El lobo estepario, de Hesse, pensamos en matarnos: nos tomábamos en serio todo lo que leíamos.

¿Hacia dónde lo ha llevado su rebeldía narrativa?
La crítica dice que he reinventado el lenguaje, que he roto con la tradición dándole una dinámica nueva. Ya sabemos que lo importante no es la historia, sino cómo se la cuenta. Yo tengo una forma particular de escribir y una mirada que los lectores identifican.

Su registro es amplio, pues también escribe poesía y teatro…
En narrativa me interesa hablar de la relación del hombre con la ciudad. En poesía he trabajado mucho el ser marginal que en mí existe, alguien que siempre observa desde la orilla del mundo. Mi poesía no es lírica ni está comprometida socialmente, pues no creo que esta tarea les competa a los escritores.

¿Qué les compete a los escritores?
Reinventar su realidad. Como dice Pessoa, “hay que inventar el dolor que sentimos para que se vuelva cierto”. Para mí, ser un hombre común sería insoportable, pues no tengo las condiciones para ser un 'hombre de bien’ porque lo único que sé hacer es escribir. Incluso no lo hago bien, por eso paso tanto tiempo haciéndolo. Yo trato de darle sentido a mi pequeña vida luchando con las palabras.

¿Por qué se fue a Europa?
La primera vez, en el 75, fue por la novelería esa de que debía hacerme escritor allí; la segunda, porque en Quito me faltaba el aire: ya había ganado todos los premios, me sentía muy bueno, pero sabía que no lo era. Nuestra literatura es amateur pues los escritores no podemos vivir de ella. Uno está obligado a tener dos identidades. Así, la literatura pasa a segundo plano y uno escribe 'así nomás’.

¿Usted es un amateur?
Sí, pero no por lo mismo, pues he tenido la suerte de ser siempre independiente, no he recibido herencias… pero me las arreglo. Mi lío es conmigo, yo no sé si soy el mejor escritor ecuatoriano, sí sé que soy un escritor distinto. Por eso, quienes se juntan conmigo son los jóvenes, no tanto los autores de mi generación. Una de nuestras tragedias es que, en Ecuador, la literatura, más que un hecho cultural, es un hecho social, pues los autores son más conocidos que sus textos.

¿Cómo ve el nivel de los jóvenes escritores ecuatorianos?
Muy bien. Nosotros crecimos mirando los parámetros locales; en cambio, los chicos de ahora, al crecer con Internet, son universales. La literatura ecuatoriana no tiene presente, pero sí futuro.


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