AFP (Agencia France-Presse)
MESETA DE ARTIGAS. - Cuando Juan Carlos López sube a un escenario acompañado de su guitarra no sabe qué saldrá de su boca: improvisa versos en rima desde los 16 años y medio siglo después sigue disfrutando la payada, una tradición del folclore uruguayo que podría desaparecer.
"Viejo canto de la patria el canto del payador, es muy sencillo y humilde pero tiene ese esplendor, de un grillo en el pajonal o tal vez en el espinillo, donde canta algún zorzal", entona López en la Meseta de Artigas, a unos 460 km al noroeste de Montevideo.
Allí, cerca del lugar donde prócer uruguayo José Gervasio Artigas instauró el primer gobierno federal de la región en 1812, unos 3.500 jinetes de todo el país han acudido este año al "Encuentro con el Patriarca" sobre la costa oriental del río Uruguay, que cada septiembre desde 1995 conmemora la muerte de Artigas (1764-1850).
Y como en toda fiesta criolla en el Cono Sur sudamericano, no pueden faltar los gauchos a caballo, la carne asada a las brasas y los payadores como López, que desde hace unos tres siglos crean, con puro ingenio repentino, coplas sobre lo que les rodea.
"Se le canta a la vida, a la madre, al amor, a la ternura, se le canta al desengaño", explica a la AFP López mientras el humo de los fogones se mezcla con las nubes bajas.
Para esto, asegura, es imprescindible "andar mucho y leer mucho, para adquirir conocimiento y lenguaje". El payador culpa de lo segundo a la abuela que lo crió y que, a pesar de ser analfabeta, se empeñó en que arrimarse a los libros se convirtiera en hábito.
Una pelea de gallos
La improvisación "es ancestral y tiene que ver con la necesidad de transmitir conocimientos, de tener memoria", explica el experto en folclore Marcel Chaves, de la División de Cultura de la Intendencia de Montevideo.
La payada es el formato que la poesía repentista adquirió a orillas del Río de la Plata, añade Chaves, quien no duda en reconocerle la misma importancia cultural que el tango.
Más tarde surgió la payada de contrapunto: una guerra sin armas, una pelea de gallos en la que dos improvisadores miden su ingenio, dividen al público y enfrentan opiniones. Para ello, el bagaje cultural vale tanto como la picardía y la viveza.
Las payadas, que afianzaron la identidad nacional uruguaya tras la independencia en 1825, también animaban los circos criollos y eran un canal de propaganda para el poder. A mediados del siglo XIX, este recitado tradicional cobra la forma actual, usando las décimas como métrica y la milonga como acompañamiento musical a la guitarra.
Arte efímero y expuesto, la payada atemoriza a quienes comienzan a practicarlo y causa admiración en el público.
"El poeta puede escribir, borrar, agarrar un diccionario, corregir. El payador no. Si acierta, bárbaro, pero si erra no hay quien lo salve. Los contrapuntos son como una discusión en la que el otro trata de ganarte, de ridiculizarte, y es lo que el público espera de un espectáculo", acota López, y confiesa que le encantaría ir por las escuelas para preservar esta tradición.
La Gran Cruzada Gaucha
La payada, cuya continuidad como manifestación artística está hoy amenazada, tuvo a mediados del siglo XX sus años dorados. En 1955 un elenco de exponentes destacados recorría los escenarios nacionales e internacionales, los medios de comunicación y los teatros con duelos repentistas de alto nivel.
La Gran Cruzada Gaucha marcó un antes y un después en este arte, coinciden historiadores y payadores.
Uruguay se convirtió en un referente para otros países sudamericanos. "Argentinos, y brasileños y chilenos venían a aprender de los payadores orientales", rememora López.
La mayoría de ellos murieron y no hay un relevo importante, sobre todo en la adolescencia que es la edad de inicio, dice López, que cuenta con los dedos de las manos los payadores profesionales de la actualidad.
Cháves ensaya una explicación: la falta de conexión con el público por no tratar temas polémicos ni de actualidad.
"Se quedan en el tiempo indiscutido y cómodo de las gestas de independencia y la temática gauchesca. Ya no funcionan ni como cronistas ni dividiendo a la hinchada", sentencia quien durante ocho años llevó a la Semana Criolla del Prado de Montevideo a improvisadores de toda América Latina.
"Piezas de museo que improvisan"
Sobre las tablas del Teatro Zitarrosa en Montevideo, sin embargo, el arte de la payada parece estar lejos de extinguirse. Es un encuentro internacional de payadores que López organiza desde hace casi 20 años. Desde una hora antes, los espectadores hacen cola y la platea es un mar de boinas.
Cristian Méndez llega desde Argentina. En los camerinos se prepara con su guitarra mientras desde la sala suenan los aplausos a sus compañeros.
Es el más joven de la noche, rondando la treintena y viste el atuendo típico del gaucho: botas de cuero, pantalón bombacho, camisa, pañuelo al cuello y sombrero.
"Me dijo un amigo mío que a veces parecemos piezas de museo que improvisan, cuando aparecemos vestidos así, pero bueno, es parte de nuestra tradición", dice sonriendo.
Méndez se muestra optimista sobre el futuro de la payada: "Puede decaer, puede tener épocas donde no esté tan presente, pero este arte no va a morir porque es la tradición oral de los pueblos. Mientras haya un payador sobre la tierra la payada va a vivir".