La química y el arte de distinguir lo verdadero y lo falso

AFP (Agencia France-Presse)

PARÍS. - Falso Chagall, falso Léger: dos casos recientes ilustran las decepciones a veces brutales en el mundo del arte, a pesar del recurso cada vez más frecuente a análisis de laboratorio para detectar las falsificaciones como complemento a la pericia de los especialistas.

"Durante mucho tiempo marginal", el recurso a técnicas científicas por peritos en obras de arte es hoy en día "cada vez más frecuente" y reconocido por los magistrados, destaca Gérard Sousi, presidente fundador del instituto Arte y Derecho.

Datación de material de soporte de la obra, composición de elementos químicos, análisis molecular... los falsificadores tienen de qué preocuparse.

El análisis de los pigmentos es sobre todo un arma temible de los químicos, que los consideran como "trazadores cronológicos" o puntos de referencia fiables en la historia de la pintura.

Philippe Walter, director del laboratorio de arqueología molecular y estructural de la Universidad Pierre y Marie Curie de París, explica cómo el azul de Prusia, descubierto accidentalmente en 1704, "fue adoptado por todos los pintores de Europa cinco años después".

Lo mismo ocurrió con los pigmentos blancos, un rompecabezas para los pintores: desde el blanco de plomo, tóxico, al de zinc, muy caro, pasando por el de titanio, desarrollado a partir de los años 1920.

Fue a partir de ese blanco de Titanio que "comenzaron los problemas" para el famoso y prolífico falsificador alemán Wolfgang Beltracchi, desenmascarado a causa de la copia de un Campendonk, "Cuadro rojo con caballos", obra fechada en 1914 y vendida en 2006 por 2,9 millones de euros.

"Tuve la precaución de utilizar exclusivamente pigmentos de época. Una vez, una sola, no tenía reservas y tuve que usar un producto fabricado en Holanda, cuyo prospecto no mencionaba la presencia de blanco de titanio. Desgraciadamente tenía una pequeña concentración --apenas un 1%-- pero los análisis científicos lo detectaron de inmediato. Y ahí comenzaron los problemas", relató el falsario en junio pasado a la revista Vanity Fair.

 

"Materiales imposibles"

 

El dióxido de titanio vuelve a aparecer en el caso del mapa de Vinland, conservado en la biblioteca de la Universidad de Yale y cuya autenticidad se cuestionó durante mucho tiempo.

El objeto dataría del siglo XV y sería copia de un original del siglo XIII, pero en ella figuran parte de las costas de América, anticipándose al descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón.

La datación del pergamino con carbono 14 confirmó que era efectivamente antiguo, pero las cosas se complicaron al examinar la tinta. "Contiene un pigmento sintético posterior a 1920", dictaminó Philippe Walter.

"El papel de la química es detectar materiales imposibles para demostrar que una obra es falsa", resume. "Pero eso nunca nos va a certificar que una obra sea auténtica", aclara.

Tanto Philippe Walter como Gérard Sousi consideran que la química sólo puede servir como "complemento" a la pericia de los historiadores del arte y los especialistas de tal o cual artista.

El recurso a la química "sólo resulta interesante si se sabe darle sentido al análisis", destaca Philippe Walter. Y especialmente restituir los elementos en su contexto.

El científico tomó como ejemplo dos objetos del antiguo Egipto: uno de oro puro, incrustado con piedras semipreciosas (turquesa, lapislázuli...), y el segundo, que uno podría tomar por una torpe falsificación, de una aleación de plata y oro, decorado con pedazos de vidrios de colores. Salvo que en aquella época, la plata y el vidrio eran materiales aún más preciosos.

Gérard Sousi advierte que por lo general no se apela a las técnicas científicas si nadie pone en duda la autenticidad de una obra.

"El principio de rapidez de las transacciones en el mercado del arte, la opacidad de algunas de ellas, conducen a veces a descuidar la seguridad", agrega. Y para algunos, puede resultar tentador hacer la vista gorda, sin buscar saber demasiado.



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