La sangre de la Achura

La Vanguardia, Barcelona, España

La Achura es la gran fiesta religiosa de los chiís del mundo, la evocación cada año renovada, del martirio de Husein, nieto de Mahoma, por los soldados del califa suní Yazid, convertida en el símbolo de su sangre derramada a causa de la injusticia y de la tiranía.

La sangre de la Achura
La Achura ha marcado profundamente esta comunidad musulmana heterodoxa, sometida secularmente al poder de las clases dirigentes sunís y la ha impregnado de su cultura del martirio. En Teherán, y en otras poblaciones de la república islámica de Irán como Machad y Qom, las ciudades santas, como Isfahan a la que con orgullo los persas describen como la mitad del mundo, la sangre de los reformistas como la de Ali Habibi Musaví, sobrino del máximo jefe de la oposición al presidente Ahmadineyad, y la de otros manifestantes muertos por los agentes de las fuerzas de seguridad, ha caído sobre las cabezas de los dirigentes del régimen, a los seis meses del malhadado escrutinio del 14 de junio impugnado cada vez más por la sociedad iraní, y a las tres décadas de esta revolución islámica, capitaneada por el imán Jomeini, prematuramente envejecida.

A los treinta años de la llegada del exilio de Jomeini a Teherán, la población iraní por lo menos se ha duplicado, constituyendo su mayoría los jóvenes nacidos con el nuevo régimen. El fin de las ilusiones de la utopía islámica se debe a la degradación económica, al paro, al radicalismo religioso, al aislamiento del mundo, el enquistamiento, corrupción y militarización del poder. La sangre de esta Achura vivifica el movimiento verde de los reformistas y ensombrece aún más el poder del Guía Ali Jameini y del presidente Ahmadineyad en su tan controvertido segundo mandato. Como antes ocurrió con los grandes aniversarios oficiales del régimen como el Día de Jerusalén, o de la conmemoración de la represión policíaca del derrocado Sha Reza Pahlevi contra los estudiantes de la universidad central de Teherán, la popular y conmovedora jornada chií del recuerdo del martirio de Hussein, ha vuelto a dar a los reformistas, la ocasión de manifestarse en las calles. El que había sido uno de los candidatos derrotados a la presidencia de la republica, Mehdi Karubi, ha denunciado al gobierno por estas muertes perpetradas en el tiempo del día santo de la Achura. El enfrentamiento del radicalismo del Estado y las diversas corrientes del reformismo, siempre latente en la historia de la república, desde las épocas de los presidentes Rafsanjani y Jatami, aquel con su llamada Perestroika de Teherán, éste con sus promesas de apertura que provocaron tantas ilusiones, sobre todo, entre las mujeres y los jóvenes, se ha exacerbado desde el pasado verano.

Un nuevo proceso historico ha empezado en Irán. Una nueva generación -Ortega y Gasset hablaba de que la vida de una generación duraba alrededor de veinte años- aparece en el antiguo pueblo persa. Sin embargo es patente que Musaví y los demás candidatos que se presentaron al escrutinio presidencial como anteriormente el presidente Jatami, son hijos de la jerarquía establecida en el poder. En 1979 la lucha fue entre las fuerzas heteróclitas de la oposición, en la que militaban comunistas del Tudeh, independentistas kurdos hasta liberales de Musadeq, y el régimen del Sha, considerado entonces el más sólido del Oriente Medio y el gendarme de Occidente.

El conflicto de generaciones, el anhelo de un estilo de vida más libre, el despotismo del gobierno al despreciar la voluntad de una parte destacada de sus habitantes, fomentan este peligroso engranaje de acontecimientos que pueden desbordarse en las calles de Teherán. Detrás del imán Ali Jamenei, del presidente Ahmadineyad, se yergue la poderosa jerarquía teocrática, las instituciones del régimen, las fuerzas armadas, empezando por los Pasdaran o Guardianes de la Revolución y los asidij, esos milicianos tan temidos. Los Guardianes de la Revolución han ido ampliando su poder político, económico, militar en toda la republica. En algunas de las manifestaciones de los reformistas del pasado verano, vi la imagen de Musadeq, el gran político nacionalista, liberal, laico, de la época del Sha que nacionalizó la Iranian Petroleum Company y fue víctima de la CIA, que lo eliminó del gobierno. Musadeq creyó en la justicia, en la libertad, en el derecho y, por un tiempo, su espíritu renació en las calles de Teherán. Esta sangre vertida ahora en la Achura, fue derramada tras el fallecimiento del gran Ayatolá Montazeri, excluido del poder, y que hubiese debido ser heredero del imán Jomeini. Montazeri, recluido en Qom, era la otra cara del régimen, representaba la auténtica autoridad moral de la república islámica de Irán.
Tomás Alcoverro
 

 


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