Las homilías del odio

Público, España

Arrodillado, el dictador Francisco Franco oró unos instantes. El Obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, le había dicho en la iglesia de las Salesas: "Nunca he incensado con tanta satisfacción como ahora lo hago con Vuestra Excelencia".

Las homilías del odio
Era el 20 de mayo de 1939, apenas un mes y medio después del fin de la Guerra Civil, y el Caudillo, triunfante, entregaba al Primado de España, el cardenal Isidro Gomá, su espada como símbolo de la "victoria" sobre la República.
El mismo 1 de abril en que se publicó el último parte franquista de guerra, el Papa Pío XII se apuntaba el tanto y enviaba al dictador un telegrama: "Agradecemos deseada victoria católica. Hacemos votos porque este queridísimo país emprenda con nuevo vigor sus antiguas cristianas tradiciones". A ello se aplicaron los obispos, a los que Franco no tuvo que pedir su adhesión. La jerarquía eclesiástica la ofreció gustosamente desde el primer minuto del Golpe de Estado de julio de 1936.
Enrique Pla y Deniel, que sustituyó a Gomá al frente del Episcopado tras su muerte, en 1940, consideraba la guerra una "cruzada", y "necesaria".
La Iglesia vivió con horror la llegada de la República. "Hemos ya entrado en el vórtice de la tormenta", escribió Gomá al cardenal Francesc Vidal justo el día siguiente de la proclamación de la democracia, el 15 de abril de 1931. La jerarquía perdió con la salida del rey Alfonso XIII sus privilegios y muchos entendieron que sufrían una persecución abierta. "En el universo cultural del clero español, el catolicismo sólo podía coexistir felizmente con un régimen autoritario", sostiene Julián Casanova, autor de la monografía Víctimas de la Guerra Civil (Temas de hoy).
La revolución de octubre de 1934 en Asturias, cuando 34 sacerdotes fueron asesinados, radicalizó aún más las posiciones. Fueron engullidas voces -minoritarias- como la del canónigo Maximiliano Arboleya, que se preguntaba entonces si "el atroz movimiento revolucionario no tiene más explicación que la malsana propaganda socialista", y añadía: "Nadie piensa en que también puede haber tremendas responsabilidades por parte nuestra".

Imposible entendimiento

Durante la República, el anticlericalismo rara vez fue violento. Sin embargo, eso acabó el 18 de julio de 1936. En zonas en las que triunfó la revolución tras el fracaso del Golpe, en pocos meses fueron asesinados más de 6.800 miembros del clero. "La persecución malogró cualquier atisbo de entendimiento entre los católicos más moderados y la República", entiende Casanova. "O se estaba con o se estaba contra. Las pastorales de los obispos veían la guerra como un enfrentamiento entre el Bien y el Mal", sostiene el historiador Pablo Martín de Santa Olalla, autor de De la victoria al Concordato (Editorial Laertes).

"Separad lo católico de lo español y lo español quedará herido de muerte"

La Iglesia rechazó cualquier salida a la Guerra que no fuera la rendición de los rojos. En los púlpitos, se declamaban homilías del odio. Para Gomá, la sublevación fue "providencial". Su sucesor, Plá y Deniel, cabeza del Episcopado hasta 1968, decía al poco de terminar la Guerra que la República "llevaba a España a su ruina". El cardenal Pedro Segura proclamó en Sevilla "la victoria definitiva", según el ABC del 13 de abril de 1939. No había lugar para la reconciliación y el perdón. El Papa, en un mensaje radiofónico en español, calificó a Franco de "garante de la justicia", según el mismo diario el 18 de abril de 1939.
"Separad lo católico de lo español y lo español quedará herido de muerte en su más verdadera sustancia", manifestó el dictador en 1949. La Iglesia y el Estado se convirtieron en dos caras de la misma moneda. "Todas las medidas maldecidas por la Iglesia fueron derogadas", cuenta Casanova. La curia recuperó sus privilegios. Antes del fin de 1939 se restableció la financiación estatal del culto y del clero. En 1941, el Estado ya financiaba la reconstrucción de las iglesias; en 1950, se eximió al clero de pagar impuestos y hacer el servicio militar; y en 1953, el concordato con la Santa Sede rubricaba la confesionalidad del Estado.

El totalitarismo divino

La Iglesia no podía pedir más: "A cambio de ello no era necesario más que extender sobre el régimen un manto moral protector y halagar un poco a Franco", recuerda en sus memorias Ramón Serrano Súñer, ministro hasta 1942. La jerarquía entró de manera oficial en el Gobierno y en los órganos consultivos del Estado. España estaba envuelta en el "totalitarismo divino". Para Gomá, Dios estaba donde debía estar: en "el vértice de todo".

"¡Os habéis vengado, decidlo! proclamó Georges Bernanos ya en 1939

"Nada se movió en la Iglesia en los primeros 25 años de la paz de Franco", afirma Casanova. La simbiosis entre patria y religión, el llamado nacionalcatolicismo, contribuyó a legitimar a Franco, quien llegó a sostener en 1944 en una entrevista con United Press que su régimen nada tenía que ver con el fascismo, porque este no incluía al catolicismo como principio básico. La Iglesia, en definitiva, tomó parte activa en la represión.
La ley de responsabilidades políticas, de 1939, perseguía a todos los opositores al régimen, incluso a aquellos que hubieran manifestado "pasividad grave", y convirtió a los párrocos en delatores. Fue la hora de la venganza. Unas 200.000 personas sufrieron las consecuencias de esa norma, que tuvo efectos hasta 1966, aunque fue derogada en 1945.

La curia estaba por el odio: "La colaboración de la Iglesia en el proceso de represión partía de la propia jerarquía", sostiene De Santa Olalla. En 1940, se impuso un requisito para la libertad condicional: un examen de religión. "Antes no venían a misa. Ahora nos los traen formados", reflejó el canónigo crítico Arboleya en 1944. Se produjo una recatolización a golpe de fusil.
"¡Os habéis vengado, decidlo!", manifestó el escritor católico Georges Bernanos, ya en 1939, cuando las represalias sólo habían empezado.



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