Las mil y una guerras de Siria
DPA (Deutsche Press Agency-Agencia de Prensa Alemana)
Damasco. - Rebeldes contra el Gobierno de Bashar al Assad, Israel contra Irán, Turquía contra los kurdos... y entre medias, Irán contra Arabia Saudí y Rusia contra Estados Unidos. Enemigos eternos se enfrentan en la guerra de Siria, que a punto de cumplir siete años, ha dejado de ser una guerra civil al uso para convertirse en un conflicto múltiple, lo que dificulta al máximo su solución.
Todo ello, dejando un reguero de víctimas que ha aumentado en los últimos días, siendo la semana pasada una de las más sangrientas desde el inicio del conflicto.
Mientras en el noroeste del país perdían la vida soldados turcos en el marco de su ofensiva contra las milicias kurdas y la aviación turca disparaba misiles contra sus oponentes, los ataques aéreos estadounidense mataban en el este del país a más de un centenar de combatientes que luchaban contra el Estado Islámico.
En el centro, los aviones sirios bombardeaban casi a diario una zona asediada bajo control rebelde, matando a más de 200 civiles; y en el sur, la defensa antiaérea siria derribaba el sábado un jet de combate israelí que había perpetrado varios ataques en su territorio.
Si algo dejan claro estos acontecimientos es que el conflicto es difícil de solucionar. Y que ya no es una guerra civil al uso, sino muchas guerras en una. La injerencia de potencias internacionales no sólo ha dividido el territorio del país, sino que hace muy difícil, sino totalmente imposible, una solución política.
En marzo se cumplen siete años del día en que cientos de sirios salieron a la calle para pedir un régimen fundamentalista, en el marco de las Primaveras Árabes que se estaban desencadenando en la zona.
Cuando los manifestantes dispararon a los soldados, y éstos se defendieron, se desató el conflicto, en cuyo núcleo estaba el enfrentamiento entre los fundamentalistas religiosos, sobre todo de los entornos rurales, y los laicos que dominan el Gobierno.
Mientras los primeros recibieron el apoyo de potencias como Estados Unidos, Israel, Turquía o Arabia Saudí, los segundos fueron apoyados por Irán y Rusia. Así se internacionalizó el conflicto.
Hace tiempo que las tropas del Gobierno llevan la delantera: los rebeldes opositores con milicias radicales al frente controlan ahora sólo unas pocas zonas. Dos de ellas fueron escenario de una violencia sin precedentes en los últimos días: la provincia de Idlib, en el noroeste, y Guta Oriental, una zona asediada por las tropas de Al Assad muy cerca de la capital Damasco.
Unas 400.000 personas están allí aisladas casi totalmente del mundo exterior en medio de una dramática situación humanitaria. Los fundamentalistas utilizan al parecer una táctica que ya han empleado otras veces, con éxito en su opinión: utilizar como escudos humanos a esos civiles y frenar así el avance del ejército. En Idlib, mientras tanto, 325.000 personas han sido desplazadas desde diciembre, según la ONU.
La ventaja de Assad no habría sido posible sin su aliado ruso y sus ataques aéreos, ni tampoco de Teherán. Asimismo acudió la milicia libanesa Hizbolá que lucha junto al Ejército sirio.
Israel ha atacado en muchas ocasiones a Siria desde el 2011, con bombardeos cuyo objetivo era apoyar a los fundamentalistas y conseguir la destrucción de un régimen que nunca firmó la paz con Israel. Por primera vez el sábado fue derribado uno de sus aviones, aunque sus pilotos lograron salvarse. Tampoco Turquía se queda de brazos cruzados viendo aumentar la influencia de las milicias kurdas en su frontera. Pese a los llamamientos internacionales, lanzó hace ya más de tres semanas una ofensiva en el noroeste contra las Unidades de Protección Popular (YPG), milicias kurdas a las que considera terroristas por sus vínculos con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
El problema es que las YPG no sólo controlan la mayor parte de la frontera siria con Turquía, sino que se han convertido en un estrecho aliado de Washington, como sucesores del EI, también en el plano de la ayuda militar. Por lo que Ankara pasa a combatir de alguna manera contra Washington, su aliado en la OTAN.
Y para complicarlo aún más, los intereses de Rusia son varios: quiere mantener a Al Assad en el poder, pero mantiene relaciones con Israel y Turquía, que han apoyado a los fundamentalistas desde el principio.
Mientras en el noroeste del país perdían la vida soldados turcos en el marco de su ofensiva contra las milicias kurdas y la aviación turca disparaba misiles contra sus oponentes, los ataques aéreos estadounidense mataban en el este del país a más de un centenar de combatientes que luchaban contra el Estado Islámico.
En el centro, los aviones sirios bombardeaban casi a diario una zona asediada bajo control rebelde, matando a más de 200 civiles; y en el sur, la defensa antiaérea siria derribaba el sábado un jet de combate israelí que había perpetrado varios ataques en su territorio.
Si algo dejan claro estos acontecimientos es que el conflicto es difícil de solucionar. Y que ya no es una guerra civil al uso, sino muchas guerras en una. La injerencia de potencias internacionales no sólo ha dividido el territorio del país, sino que hace muy difícil, sino totalmente imposible, una solución política.
En marzo se cumplen siete años del día en que cientos de sirios salieron a la calle para pedir un régimen fundamentalista, en el marco de las Primaveras Árabes que se estaban desencadenando en la zona.
Cuando los manifestantes dispararon a los soldados, y éstos se defendieron, se desató el conflicto, en cuyo núcleo estaba el enfrentamiento entre los fundamentalistas religiosos, sobre todo de los entornos rurales, y los laicos que dominan el Gobierno.
Mientras los primeros recibieron el apoyo de potencias como Estados Unidos, Israel, Turquía o Arabia Saudí, los segundos fueron apoyados por Irán y Rusia. Así se internacionalizó el conflicto.
Hace tiempo que las tropas del Gobierno llevan la delantera: los rebeldes opositores con milicias radicales al frente controlan ahora sólo unas pocas zonas. Dos de ellas fueron escenario de una violencia sin precedentes en los últimos días: la provincia de Idlib, en el noroeste, y Guta Oriental, una zona asediada por las tropas de Al Assad muy cerca de la capital Damasco.
Unas 400.000 personas están allí aisladas casi totalmente del mundo exterior en medio de una dramática situación humanitaria. Los fundamentalistas utilizan al parecer una táctica que ya han empleado otras veces, con éxito en su opinión: utilizar como escudos humanos a esos civiles y frenar así el avance del ejército. En Idlib, mientras tanto, 325.000 personas han sido desplazadas desde diciembre, según la ONU.
La ventaja de Assad no habría sido posible sin su aliado ruso y sus ataques aéreos, ni tampoco de Teherán. Asimismo acudió la milicia libanesa Hizbolá que lucha junto al Ejército sirio.
Israel ha atacado en muchas ocasiones a Siria desde el 2011, con bombardeos cuyo objetivo era apoyar a los fundamentalistas y conseguir la destrucción de un régimen que nunca firmó la paz con Israel. Por primera vez el sábado fue derribado uno de sus aviones, aunque sus pilotos lograron salvarse. Tampoco Turquía se queda de brazos cruzados viendo aumentar la influencia de las milicias kurdas en su frontera. Pese a los llamamientos internacionales, lanzó hace ya más de tres semanas una ofensiva en el noroeste contra las Unidades de Protección Popular (YPG), milicias kurdas a las que considera terroristas por sus vínculos con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
El problema es que las YPG no sólo controlan la mayor parte de la frontera siria con Turquía, sino que se han convertido en un estrecho aliado de Washington, como sucesores del EI, también en el plano de la ayuda militar. Por lo que Ankara pasa a combatir de alguna manera contra Washington, su aliado en la OTAN.
Y para complicarlo aún más, los intereses de Rusia son varios: quiere mantener a Al Assad en el poder, pero mantiene relaciones con Israel y Turquía, que han apoyado a los fundamentalistas desde el principio.