Las viñetas de Argentina rompen el silencio

Público, Madrid, España

MADRID, GUILLAUME FOURMONT. - La victoria británica en 1982 en la guerra de las Malvinas firmó la sentencia de muerte de la dictadura militar de Argentina, ya en estado de necrosis avanzada. Tras siete años del totalitarismo más brutal, decenas de miles de desaparecidos, opositores tirados desde aviones, centros de tortura en pleno centro de Buenos Aires, los argentinos retomaron el camino de la democracia en 1983, y el dictador Jorge Videla y antiguos altos cargos militares se sientan hoy en el banquillo. Pero el problema de las necrosis es que las células muertas nunca renacen. Y la sociedad argentina quedó marcada de por vida por los horrores de sus caudillos.

Las viñetas de Argentina rompen el silencio
Dos novedades editoriales, que salen ahora en España, muestran que los argentinos no se olvidan y no quieren olvidar: La herencia del coronel de Carlos Trillo y Lucas Varela (Dibbuks) y la edición íntegra de El Sueñero de Enrique Breccia (001 Ediciones) son dos ejemplos que las viñetas también son capaces de romper el silencio.
Mientras en España los autores ilustran sus recuerdos del franquismo Paracuellos de Carlos Giménez, El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim, entre otros, Trillo, Varela y Breccia prefieren la ficción, la imaginación para contar con imágenes lo indecible. La herencia del coronel es la historia de Elvio Guastavino, que heredó de su padre militar un sinfín de trastornos psicológicos, y El Sueñero la primera historieta de la serie se publicó en 1984 usa la metáfora a través de las aventuras de El Nato, un mercenario tipo Corto Maltés, para denunciar.
"Mi cómic era una tarea política, aunque siempre priorizando la aventura y evitando el tono panfletario. El cómic sirve para la acción política y el ejercicio de la memoria", apunta Enrique Breccia (Buenos Aires, 1945), quien se niega a hablar de sus recuerdos personales de la dictadura. Sólo tiene claro que bajo el régimen militar se sentía "un extranjero en mi propio país". El dibujante Lucas Varela era demasiado joven, nació en 1971, y quizá por eso pedía piedad para Elvio Guastavino, pero Carlos Trillo (Buenos Aires, 1943) insistía: "Con semejante enfermo hijo de puta no se podía". "Hijo de un monstruo, un torturador de la dictadura que se ejercitaba con muñecas, Elvio decidió olvidar. Es un tipo gris, empleado de un Ministerio que quiere comprar una muñeca, pero no puede tener paz ni en sus sueños y su locura va agigantándose, siempre dentro de su pequeñez y mezquindad humanas", añade Trillo.
El lector asiste al delirio de Elvio, aunque, insiste Varela, "no es ninguna víctima, sino el resultado de esa moral cristiano-reaccionaria que imperó en la sociedad argentina durante mucho tiempo". En El Sueñero, Breccia no usa la violencia, sino "toques de humor", porque "no hay que perder de vista nunca que la función principal del cómic es entretener".
Curiosamente, Varela y Trillo, cuya obra ataca directamente los fundamentos del totalitarismo, es la que menos participa en una labor de memoria, según los autores. "Nunca tuvimos este objetivo en mente. Hasta hemos sido criticados por no usar una mirada más testimonial de la dictadura. El tema es más la asqueante locura en la que se hunde el protagonista", explica el dibujante. Mientras Breccia pide "justicia de verdad para cerrar las viejas heridas y lograr la reconciliación de todos los argentinos", Trillo daría el Premio Nobel de la Paz a las Abuelas de Plaza de Mayo, que llevan años buscando a los desaparecidos de la dictadura.


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