Libia y la nueva doctrina estratégica de los EE.UU.

Red Voltaire, Voltairenet.org

Beirut, Thierry Meyssan. - La operación militar aliada en Libia marca un cambio estratégico importante. Washington ha renunciado a una guerra de ocupación y ha subcontratado a sus aliados las futuras operaciones en tierra. Thierry Meyssan describe un nuevo paradigma estratégico de los Estados Unidos: la globalización forzada se interrumpe, la era de los dos mundos comienza.

Robert Gates, a la izquierda, y Barak Obama.
Robert Gates, a la izquierda, y Barak Obama.
A menudo se dice que los generales no anticipan el cambio que viene y preparan la próxima guerra como si debiera ser similar a la anterior. Esto se aplica a los comentaristas políticos: interpretan los nuevos eventos no por lo que son, sino como si repitieran a los que les precedieron.
Cuando los movimientos populares derrocaron a Zine el-Abidine Ben Alí en Túnez y en Egipto, Hosni Mubarak, muchos pensaban asistir a una «revolución de jazmín» y una «revolución de la flor de loto», al igual que las revoluciones coloreadas que la CIA y la NED han llevado a cabo de forma encadenada desde la desaparición de la URSS. Algunos hechos parecen darles la razón, como la presencia de agitadores en El Cairo o la difusión de la propaganda. Pero la realidad era muy diferente. Estas rebeliones eran populares y Washington intentó, sin éxito, desviarlas para su provecho. En definitiva, tunecinos y egipcios no aspiraban a la American Way of Life (el estilo de vida estadounidense), sino más bien a deshacerse de gobiernos títeres manipulados por los Estados Unidos.
Cuando se produjeron disturbios en Libia, estos mismos comentaristas han tratado de recuperar la zaga de la realidad al explicar que en esta ocasión, se trataba de un levantamiento popular contra el dictador Gaddafi. A continuación, acompañaban sus editoriales de dulces mentiras, presentando al coronel como un eterno enemigo de la democracia occidental, olvidando que colaboraba activamente con los Estados Unidos desde hace ocho años.
Sin embargo, si miramos más de cerca, lo que está ocurriendo en Libia es el primer avivamiento del antagonismo histórico entre Cirenaica por un lado, Tripolitania y Fezzan del otro. Es sólo en segundo lugar que este conflicto ha tomado una inclinación política, la insurrección identificándose con los monárquicos, a los que pronto se les unieron todo tipo de grupos de la oposición (nasseristas, jomeinistas, comunistas, islamistas, etc ...). En ningún momento la insurrección se ha extendido en todo el país.
Cualquier voz que denuncia la fabricación y la instrumentalización de este conflicto, etiquetándolo de colonial, recibe protestas. La opinión de la mayoría admite que la intervención militar extranjera permite al pueblo libio liberarse de su tirano, y que los errores de la coalición no pueden ser peores que los crímenes de este genocida. Sin embargo, la historia ya ha demostrado la falsedad de este razonamiento. Por ejemplo, muchos iraquíes opuestos a Saddam Hussein y que acogieron como salvadores a las tropas occidentales dicen que, ocho años y un millón de muertes más tarde, que la vida era mejor en el país en tiempos del déspota.
Sobre todo, esta opinión se basa en una serie de convicciones erróneas:
- Contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental y a aquello que parece dar crédito a la proximidad cronológica y geográfica con Túnez y Egipto, el pueblo libio no se levantó contra el régimen de Gaddafi. Este todavía tiene legitimidad popular en Tripolitania y Fezzan, regiones en las que el coronel había distribuido armas a la población para resistir el avance de los insurgentes de Cirenaica y de las potencias extranjeras.
- Contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental y a lo que parecen apoyar las declaraciones del furioso "Hermano Líder" mismo, Gadafi nunca ha bombardeado a su propia población civil. Ha hecho uso de la fuerza militar contra el golpe de Estado sin tener en cuenta las consecuencias para la población civil. Esta distinción no tiene importancia para las víctimas, pero en derecho internacional separa los crímenes de guerra de los crímenes contra la humanidad.
- Por último, contrariamente a lo que afirma la propaganda y el al romanticismo revolucionario de opereta de Bernard Henry Lévy, la revuelta de Cirenaica no tiene nada de espontánea. Fue preparada por la DGSE, el MI6 y la CIA. Para formar el Consejo Nacional de Transición, los franceses se basaron en la información y los contactos de Massoud El-Mesmar, antiguo compañero y confidente de Gaddafi, que desertó en noviembre de 2010 y recibió asilo en París. Para restaurar la monarquía, los británicos revivieron las relaciones del príncipe Muhammad al-Sanusi, pretendiente al trono del Reino Unido de Libia, en la actualidad en el exilio en Londres y han distribuido en todas partes la bandera roja-negra-verde con la media luna y la estrella.
Los estadounidenses han tomado el control económico y militar repatriando desde Washington libios exiliados para ocupar los ministerios claves y la sede del Consejo Nacional de Transición.
Por otra parte, este debate sobre la conveniencia de la intervención internacional es el árbol que oculta el bosque. Si damos un paso atrás, nos damos cuenta de que la estrategia de las grandes potencias occidentales ha cambiado. A pesar de que siguen usando y abusando la retórica de la prevención del genocidio y el deber de la intervención humanitaria de los hermanos mayores o incluso el apoyo fraterno a los pueblos que luchan por su libertad, siempre y cuando abran sus mercados, sus acciones son diferentes.

La «Doctrina Obama»

En su discurso en la National Defense University, el presidente Obama ha definido varios aspectos de su doctrina estratégica destacando aquello que la distinguía de las de sus predecesores, Bill Clinton y George W. Bush.
Primero dijo: «En sólo un mes, los EE.UU. han conseguido junto a sus socios internacionales, movilizar una amplia coalición para obtener un mandato internacional de protección a civiles, detener el avance de un ejército, evitar una masacre y establecer, con sus aliados y socios, una zona de exclusión aérea. Para poner en perspectiva la velocidad de nuestra reacción militar y diplomática, recordar que en la década de 1990, cuando la gente era intimidada en Bosnia, se tardó más de un año para que la comunidad internacional interviniera con medios aéreos para proteger a los civiles. Esta vez nos llevó sólo 31 días».
Esta rapidez contrasta con el período de Bill Clinton. Ello se explica de dos maneras.
Por un lado los Estados Unidos en 2011 tienen un plan coherente -vamos a ver cuál-, mientras que en los años 90, dudaban entre disfrutar de la desaparición de la URSS para enriquecerse comercialmente o por construir un imperio sin rival.
Por otro lado, la política de la «reinicialización» (reset) de la administración Obama, apuntando a sustituir el enfrentamiento con la negociación, ha dado en parte sus frutos con Rusia. Aunque ésta sea una de los grandes perdedores económicos de la guerra de Libia, ha aceptado el principio -incluso si los nacionalistas Vladimir Putin o Vladimir Chamov tienen ardores de estómago-.
Luego, en el mismo discurso del 28 de marzo de 2011, Obama continuó:
«Nuestra alianza más efectiva, la OTAN tomó el mando de la aplicación del embargo de armas y la zona de exclusión aérea. Anoche, la OTAN ha decidido asumir la responsabilidad adicional para la protección de los civiles libios. (...) Los EE.UU. jugarán (...) un papel de apoyo - especialmente en términos de inteligencia, de apoyo logístico, de la asistencia en la búsqueda y rescate, y de las interferencias en las comunicaciones del régimen. Debido a esta transición hacia una coalición más amplia, fundada sobre la OTAN, los riesgos y los costos de tales operaciones - para nuestras tropas y nuestros contribuyentes - se reducirán considerablemente».
Después de haber puesto por delante a Francia y fingir estar arrastrando los pies, Washington admitió haber "coordinado" todas las operaciones militares desde el principio. Hizo esto para anunciar inmediatamente la transferencia de esta responsabilidad a la OTAN.
En términos de comunicación interna, es evidente que el Nobel de la Paz, Barack Obama, no quiere dar la imagen de un presidente que dirige a su país a una tercera guerra en el mundo musulmán después de Afganistán e Irak. Sin embargo, esta cuestión de relaciones públicas no debe hacer olvidar lo fundamental: Washington ya no quiere ser el policía del mundo, pero tiene la intención de ejercer un leadership (el liderazgo) sobre las grandes potencias, intervenir en nombre de su interés colectivo y «mutualizar» los costos.
En este contexto, la OTAN se convertirá en la estructura de coordinación militar por excelencia, en la que Rusia o incluso más tarde China deberán participar.
Por último, Obama acabó en la National Defense University:
«Habrá ocasiones en que nuestra seguridad no será amenazada directamente, pero en las cuales nuestros intereses y nuestros valores lo serán. A veces la historia nos pone cara a cara con desafíos que amenazan nuestra humanidad y nuestra seguridad común - intervenir en el caso de los desastres naturales, por ejemplo, o prevenir un genocidio y preservar la paz; asegurar la seguridad regional y mantener el flujo del comercio. Estos tal vez no sean problemas americanos, pero también son importantes para nosotros. Estos son problemas que merecen resolverse. Y en estas circunstancias, sabemos que los Estados Unidos, en tanto que nación más poderosa del mundo, a menudo serán llamados a prestar asistencia».
Barack Obama rompe con el encendido discurso de George W. Bush que pretendía extender por el mundo entero el American Way of Life por la fuerza de las bayonetas. Aunque admite que desplegar recursos militares para causas humanitarias u operaciones de mantenimiento de la paz, solo concibe la guerra para la «seguridad regional y mantener el flujo del comercio».
Esto merece una explicación detallada.

Cambio Estratégico

Por convención o por conveniencia, los historiadores llaman cada doctrina estratégica por el nombre del presidente que la lleva a cabo. En realidad, la doctrina estratégica se desarrolla ahora en el Pentágono y no en la Casa Blanca.
El cambio fundamental no se ha producido con la entrada de Barack Obama al Despacho Oval (enero de 2009), sino con la de Robert Gates al Pentágono (diciembre de 2006). Los dos últimos años de la presidencia de Bush no salen pues de la «Doctrina Bush», sino que son el preludio de la «doctrina Obama». Y es porque él acaba de ganar que Robert Gates plantea retirarse con orgullo del trabajo acabado.
Para hacerme entender, yo distinguiría entre una «doctrina Rumsfeld» y una «doctrina Gates».
En la primera, el objetivo es cambiar los regímenes políticos, uno por uno en todo el mundo, hasta que todos ellos sean compatibles con el de los Estados Unidos. Esto que se llama «democracia de mercado» es en realidad un sistema oligárquico en el que los pseudo-ciudadanos están protegidos de acciones arbitrarias del estado y pueden elegir a sus líderes sin poder elegir sus políticas.
Este objetivo llevó a la organización de las revoluciones de colores como a la ocupación de Afganistán e Irak.
Sin embargo, dice Barack Obama en el mismo discurso:
«Gracias a los extraordinarios sacrificios de nuestras tropas y la determinación de nuestros diplomáticos, tenemos muchas esperanzas en el futuro de Irak. Pero el cambio de régimen tomó ocho años, costó miles de vidas estadounidenses e iraquíes y cerca de un billón de dólares. No podemos permitir que eso vuelva a suceder en Libia».
En resumen, este objetivo de una Pax Americana, que a la vez protegería y dominaría todos los pueblos de la tierra, es económicamente inviable. Del mismo modo, además, que el ideal de convertir la humanidad entera a la American Way of Life.
Otra visión imperial, más realista, se ha impuesto poco a poco en el Pentágono. Fue popularizada por Thomas PM Barnett en su libro The Pentagon’s New Map. War and Peace in the Twenty-First Century (El Nuevo Mapa del Pentágono. Guerra y Paz en el siglo XXI).
El mundo del futuro estaría dividido en dos. Por un lado, el centro estable, en torno a los Estados Unidos para los países desarrollados o al menos democráticos. El otro una periferia, abandonada a sí misma, experimentando el subdesarrollo y la violencia. El rol del Pentágono sería el de garantizar el acceso del mundo civilizado que necesita la riqueza natural de los suburbios que no saben usarla.
Esta visión presupone que los Estados Unidos están compitiendo cada vez más con otros países desarrollados, pero se convierte en su líder de seguridad. Parece posible con Rusia, desde que el presidente Dmitry Medvedev, abrió el camino para la cooperación con la OTAN durante el desfile para conmemorar el final de la Segunda Guerra Mundial, a continuación, en la cumbre de Lisboa. Esto puede ser más complicado con China, cuya nueva dirección parece más nacionalista que la anterior.
La división del mundo en dos zonas, estable y caótica, donde la segunda es la reserva de las riquezas naturales de la primera, obviamente, plantea la cuestión de límites. En la obra de Barnett (2004), los Balcanes, Asia Central, la mayor parte de África, los Andes y América Central son lanzadas a las tinieblas. Tres estados miembros del G-20 -de los cuales uno es también miembro de la OTAN-, están condenados al caos: Turquía, Arabia Saudita e Indonesia. Este mapa no es estático y las repescas siguen siendo posibles. Así, Arabia Saudita está ganando sus galones aplastando en la sangre la revuelta de Bahrein.
Puesto que ya no es una cuestión de ocupar los países, sino sólo de mantener las áreas de explotación y llevar a cabo redadas en caso necesario, el Pentágono debe extender a toda la periferia el proceso de fragmentación, de «remodelación» que se inició en el «gran Medio Oriente» (Greater Middle-East). El fin de la guerra ya no es la explotación directa de un territorio, sino la desintegración de toda posibilidad de resistencia. El Pentágono se está centrando en el control de las rutas marítimas y las operaciones aéreas para subcontratar en mayor medida las operaciones de tierra a sus aliados. Este fenómeno es el que acaba de comenzar en África con la partición de Sudán y las guerras en Libia y Costa de Marfil.
Si, en términos de discurso democrático, el derrocamiento del régimen de Muammar Gaddafi, sería una meta gratificante, no es ni necesario ni deseable desde el punto de vista del Pentágono. En la «doctrina Gates», más vale mantener un Gaddafi histérico y humillado en una reducida tripolitana que una Gran Libia capaz de resistir un día de nuevo al imperialismo.
Por supuesto, esta nueva visión estratégica no será sin dolor. Habrá flujos de migrantes, que son cada vez más, huyendo del infierno de la periferia para entrar en el paraíso del centro. Y habrá esos incorregibles humanistas para pensar que el paraíso de unos no debe construirse sobre el infierno de otros.
Es este proyecto el que está en juego en Libia, y es en relación a él que cada uno tiene que determinarse.


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