Literatura rusa contemporánea en la etapa crucial de la Historia
RIA Novosti, Rusia
Rusia participará en calidad de invitada de honor en la feria de libros LIBER 2009, que se celebrará en España este mes de octubre. La parte española ofreció gratis a la Agencia Federal rusa de Prensa y Comunicaciones de Masas (Rospechat) un área de exposición de unos 200 metros cuadrados. Rospechat por su parte organizará en la feria seminarios, mesas redondas, conferencias y exposiciones, cuyo tema central será la literatura rusa.
La literatura rusa vive una época nada fácil. El sistema del servilismo mutuo entre el escritor y las autoridades se vino abajo con la desintegración de la Unión Soviética. Los escritores se vieron en una situación insólita para ellos, la de libertad artística y ausencia de censura.
¿Y qué siguió?
El dinero resultó ser un regulador aún más duro que la censura política soviética. Por tradición, las primeras obras literarias serias se publican en Rusia en revistas gruesas mensuales, las que gozaban de mucho prestigio anteriormente y se editaban en centenares de miles de ejemplares. Esas revistas determinaban el destino literario del escritor. Ser publicado en tal revista era sinónimo del reconocimiento de la alta calidad de la obra. Hoy día eso se recuerda como un sueño. El alto prestigio de las revistas como Znamia, Novi Mir, Oktiabr y Druzhba Naródov, cuyas tiradas bajaron hasta ridículos millares de ejemplares, actualmente ya es incapaz de proteger a la literatura auténtica, con su estatuto de árbitro del buen gusto.
Las revistas ilustradas - que son millones - se impusieron como líderes de las ventas y actúan como un grupo de apoyo a los personajes cuya mención aporta beneficios y al mismo tiempo representa en sí una encubierta campaña de publicidad, bien organizada y pagada.
Paradójicamente, las ganancias de quienes escriben para amplias masas bajaron hasta cifras ínfimas. Las editoriales pagan hoy a los autores de historias policíacas unos 15 mil rublos por libro, o unos US$ 300 . Sólo unas brigadas de literatos que publican su producto bajo un nombre popular (hecho que no se hace del dominio público) logran ganar bien.
Durante el último decenio surgió un grupo de autores de bestsellers que ganan buen dinero. Son Daria Dontsova, Alexandra Marínina, Polina Dáshkova, Borís Akunin y los escritores de ciencia ficción Alexandr Lukiánenko y Vasili Golovachiov.
Pero el éxito financiero no es criterio de buena calidad para los críticos. Más bien sucede lo contrario. Se cree que si uno gana mucho, significa que escribe mal.
La nueva realidad literaria resultó ser en cierto sentido una copia de la que se forjaba con la ayuda del llamado método de realismo socialista. La verdad de la existencia del ser humano se sacrificaba en aquel entonces. Actualmente sucede algo análogo. Antes al lector se le ofrecía una realidad fabricada según recetas políticas, y hoy, una hecha según reglas del mercado.
En un intento de corregir tal situación, la comunidad literaria de Rusia instituyó una red de novísimos premios, desde los más modestos como el de Andrei Beli (dotado con una botella de vino blanco) hasta el de Apollón Grigóriev (de 25 mil dólares), que adjudica la recién creada Academia de Letras Rusas. Desafortunadamente, el Premio Grigóriev se privó hace poco del respaldo financiero y su entrega se suspendió por un tiempo. Cabe mencionar también los premios Triunfo, Belkin, Debut, Solzhenitsin y el más "gordo", llamado Libro Grande, que por la cuantía del dinero de que está dotado llegó a figurar en el segundo lugar tras el Premio Nobel. No se acallan acalorados debates en torno al Libro Grande. Es de señalar que los primeros en recibirlo fueron los escritores de mucho talento, muy respetados en la sociedad: Vladímir Makanin, Dmitri Bíkov, Alexandr Kabakov, Mijaíl Shishkin residente en Suiza, Alexei Varlámov y unos más.
El premio Poeta se impuso como uno de un gusto muy fino, tras ser entregado a Alexandr Kúshner y Olesia Nikoláeva.
Pero en la Feria del Libro de Moscú recién celebrada en el Centro Nacional de Exposiciones, del tamaño de un aeropuerto, reinaban personalidades mediáticas, presentadores de radio y televisión, expertos de cosmetología médica y dietología, autores de libros de gastronomía, deportistas y fabricantes de sensaciones. Se formaban largas colas para obtener sus autógrafos.
La sala donde se dedicó una conferencia al 200 aniversario del natalicio del genial escritor ruso Nicolás Gógol estaba medio vacía.
Las mismas deformaciones se observan en el mercado de la narrativa traducida, donde puede ocupar posiciones de líder un versificador de tercera categoría de la gran literatura latinoamericana como, por ejemplo, Paolo Coelho, cuyos libros se editan en millones de ejemplares en Rusia.
A la literatura de altos ideales le resultó igualmente difícil afrontar las presiones del mercado que la censura soviética totalitaria. Los escritores que buscan un nuevo lenguaje como, por ejemplo, el mágico Nikolai Isáev, que procede de San Petersburgo pero reside en el exterior, de hecho no tienen probabilidad de ser conocidos por el lector.
Alexandr Solzhenitsin optó por vivir en aislamiento. Dejó toda actividad pública. Vivió en Rusia como un anacoreta, como si no abandonase Vermont de Estados Unidos. Su última obra capital que trata del destino de los judíos en Rusia "Viviendo juntos durante 200 años" provocó indignación en los círculos de intelectuales liberales, los que lo acusaron del antisemitismo e incluso de colaborar con el KGB.
Pero la literatura seria no ha muerto. El predominio de los escritos fabricados según reglas de mercado, los que ofrecen una realidad ficticia, de tipo de intriga policíaca o novela de corazón, provocó en la primera un interés marcado hacia la realidad que nos rodea.
Los temas de la muerte y la tentación - los que ponen a prueba la autenticidad del lector - ocupan un lugar central en la literatura que investiga el espacio de la responsabilidad. Quedó desplazado el tema del amor, vulgarizado por la abundante prosa para las amas de casa.
De eso tratan los más buenos libros de los últimos años (aunque no siempre los más leídos), tales como "Hielo" de Vladímir Sorokin, "Libro sagrado del hombre lobo" de Víctor Pelevin, "Pelo de Venus" de Mijaíl Shishkin, "Renat y el Dragón" de Dmitri Prígov (un gran artista excéntrico, muerto prematuramente), "Funerales de un saltamontes" de Nikolai Kónonov, "La alegría de morir" de Anatoli Kurchatkin, "El Pez" de Piotr Aleshkovski, "Pasternak" de Dmitri Bíkov, "Camino de regreso" de Andrei Dmítriev, "Un Stalin bueno" de Víctor Yeroféev, "Un santoral contemporáneo" de Maya Kuchérskaya, "La mona favorita de la Casa Tan" de Master Chen, "La ópera de los mendigos" de Evgueni Popov, "Sankia" de Zajar Prilepin. "Sed como niños" de Vladímir Sharov, "Sex non stop" de Andrei Kucháev recién fallecido y, por último, la poesía de Olga Sedakova y Timur Kibírov.
Junto con los problemas mencionados se plantea el del carácter moral del talento del escritor, sin el cual no puede crearse una auténtica obra literaria. Es probable que esta cuestión deba formularse de un modo aún más radical: la literatura rusa auténtica ha tomado el rumbo hacia la genialidad moral del escritor.
La venalidad total de los estilos y su imitación dicta la necesidad de dar un viraje hacia uno severo, en espíritu del proyecto "Dogma" del cinematógrafo europeo (que ya es historia), el cual asestó un golpe contra el estilo de Hollywood por medio de realizar el rodaje con una cámara a mano y ofrecer secuencias libres de todo lustre... Algo parecido se impone en la literatura, donde la ficción se ve desplazada por la no ficción, por las memorias, la confesión y la súplica y hasta un tratado. Como protagonista de esa crucifixión literaria interviene el propio autor, y la realidad se hace sinónimo de la existencia, del ser.
O sea que la verdad ha vuelto a lanzar un desafío a lo ilusorio de la moda, como eso ya sucedió en más de una ocasión en el deslinde de las épocas históricas.
Anatoli Koroliov, escritor, miembro del Pen Club ruso, para RIA Novosti