Los adolescentes egipcios pobres buscan la fama con fotos, crestas y moda
AFP (Agencia France-Presse)
El Cairo, Egipto. - En una plaza de un barrio acomodado de El Cairo, Islam, de 15 años, duda entre lucir una camisa turquesa o un jersey negro para una sesión fotográfica. "¿Me pongo corbata o da igual?", pregunta mientras se arregla la cresta con ligeros toques de peine.
Pese a lo que pueda parecer, no se trata de una sesión de fotos de moda ni de un casting para una película egipcia.
Detrás de la cámara está uno de los amigos de Islam, que busca sacar su mejor lado para que cuando suba la foto a las redes sociales logre el mayor número de comentarios aduladores y de "Me gusta".
En un país con la economía estancada y donde el ascensor social sólo funciona para los de "buena cuna", los adolescentes de barrios pobres sueñan también con ser "descubiertos" de esta manera y escapar a un futuro oscuro.
Con ropa a la última moda pero barata y sofisticados peinados a lo Justin Bieber o Cristiano Ronaldo, cientos de jóvenes recorren cada día en pequeños grupos los barrios ricos de la capital egipcia para fotografiarse delante de vehículos y viviendas de lujo.
En Facebook e Instagram, decenas de cuentas especializadas denominadas "Famous people" permiten a cada uno exhibir sus mejores instantáneas.
Con su estilo en ocasiones provocador, estos chicos rompen todos los tabús de una sociedad conservadora, señalan los expertos.
Para Ziad Akl, sociólogo del centro Al Ahram de estudios políticos y estratégicos, el fenómeno es representativo del "conflicto" entre una juventud "cuyas costumbres y valores están evolucionando" y una sociedad -ya sea la mayoría musulmana o la minoría cristiana ortodoxa-, "que rechaza el cambio y la diversidad".
"Se están redibujando los límites de las libertades individuales", explica el investigador. Para estos jóvenes, "cada uno puede vestirse como quiere, peinarse como quiere, llevar tatuajes".
En un país donde la población de entre 10 y 24 años representa un tercio de sus 90 millones de habitantes, estos jóvenes son percibidos a menudo como un desafío, ya que ocupan el espacio público que el poder intenta cerrar prohibiendo reuniones y manifestaciones.
Recorriendo las calles sombreadas del barrio acomodado de Maadi, una decena de chicos de entre 15 y 17 años de un suburbio industrial acompañan a Islam.
Con sus zapatillas deportivas de colores chillones, sus vaqueros ajustados y sus peinados a la última, se hacen notar rápidamente cuando posan adosados a los imponentes portales de madera o hierro forjado de los lujosos palacetes.
Cada uno trae consigo una mochila abarrotada de ropa que presta al resto de compañeros sin pestañear. A menudo, los guardias de seguridad de las opulentas viviendas les ordenan que se larguen.
"En casa no les gustan mis pantalones, dicen que la ropa ceñida es para chicas. Y mi padre odia mi peinado", confiesa tímidamente Islam.
Dos policías llegan, confiscan brevemente la cámara fotográfica, piden a los jóvenes su documento de identidad, pero finalmente se marchan.
Esta nueva tendencia preocupa lógicamente al Estado que, "como cualquier poder autoritario, quiere controlar la sociedad y sus costumbres", añade Akl.
"La policía seguirá luchando contra estos fenómenos, recurriendo a medios represivos y a intimidaciones de tipo '¿Dónde están tus papeles?' '¿Qué haces aquí?'", señala el sociólogo.
Los habitantes de los barrios ricos tampoco son precisamente benevolentes. "La gente nos grita, nos amenaza con llamar a la policía", explica Ahmed Amin, un joven de 16 años orgulloso de su página en Facebook seguida por 1.300 personas.
Algunos terminan incluso en comisaría. "Sin embargo, no hacemos nada malo, tomamos fotos, es nuestra pasión y vamos a continuar", asegura este adolescente, que encadenó varios trabajos durante tres años para poder comprar una cámara reflex. Actualmente, cobra por la sesión de fotos.
Estos inconvenientes no disuaden a unos adolescentes animados por la "historia de éxito" de Sonek Diab, de 21 años y uno de los precursores de este fenómeno.
Este joven saltó a la fama fotografiándose en el instituto. Desde entonces, ha rodado dos anuncios para una marca de comida rápida, que lo contactó a través de Facebook.
Sus rastas eran su imagen de marca. "En los centros comerciales, me paraban para tomarse una foto conmigo", recuerda el joven, que quiere hacer carrera en la moda y cuenta con más de 75.000 seguidores en Instagram.
Su trayectoria hace soñar al grupo de Islam y, sobre todo, a Ahmed Zein, de 16 años. "Me gustaría convertirme en actor, modelo o presentador de televisión", confiesa. Mientras tanto, frecuenta un taller de teatro en su barrio popular.
Detrás de la cámara está uno de los amigos de Islam, que busca sacar su mejor lado para que cuando suba la foto a las redes sociales logre el mayor número de comentarios aduladores y de "Me gusta".
En un país con la economía estancada y donde el ascensor social sólo funciona para los de "buena cuna", los adolescentes de barrios pobres sueñan también con ser "descubiertos" de esta manera y escapar a un futuro oscuro.
Con ropa a la última moda pero barata y sofisticados peinados a lo Justin Bieber o Cristiano Ronaldo, cientos de jóvenes recorren cada día en pequeños grupos los barrios ricos de la capital egipcia para fotografiarse delante de vehículos y viviendas de lujo.
En Facebook e Instagram, decenas de cuentas especializadas denominadas "Famous people" permiten a cada uno exhibir sus mejores instantáneas.
- Conflicto generacional -
Con su estilo en ocasiones provocador, estos chicos rompen todos los tabús de una sociedad conservadora, señalan los expertos.
Para Ziad Akl, sociólogo del centro Al Ahram de estudios políticos y estratégicos, el fenómeno es representativo del "conflicto" entre una juventud "cuyas costumbres y valores están evolucionando" y una sociedad -ya sea la mayoría musulmana o la minoría cristiana ortodoxa-, "que rechaza el cambio y la diversidad".
"Se están redibujando los límites de las libertades individuales", explica el investigador. Para estos jóvenes, "cada uno puede vestirse como quiere, peinarse como quiere, llevar tatuajes".
En un país donde la población de entre 10 y 24 años representa un tercio de sus 90 millones de habitantes, estos jóvenes son percibidos a menudo como un desafío, ya que ocupan el espacio público que el poder intenta cerrar prohibiendo reuniones y manifestaciones.
Recorriendo las calles sombreadas del barrio acomodado de Maadi, una decena de chicos de entre 15 y 17 años de un suburbio industrial acompañan a Islam.
Con sus zapatillas deportivas de colores chillones, sus vaqueros ajustados y sus peinados a la última, se hacen notar rápidamente cuando posan adosados a los imponentes portales de madera o hierro forjado de los lujosos palacetes.
Cada uno trae consigo una mochila abarrotada de ropa que presta al resto de compañeros sin pestañear. A menudo, los guardias de seguridad de las opulentas viviendas les ordenan que se larguen.
"En casa no les gustan mis pantalones, dicen que la ropa ceñida es para chicas. Y mi padre odia mi peinado", confiesa tímidamente Islam.
- Controlar las costumbres -
Dos policías llegan, confiscan brevemente la cámara fotográfica, piden a los jóvenes su documento de identidad, pero finalmente se marchan.
Esta nueva tendencia preocupa lógicamente al Estado que, "como cualquier poder autoritario, quiere controlar la sociedad y sus costumbres", añade Akl.
"La policía seguirá luchando contra estos fenómenos, recurriendo a medios represivos y a intimidaciones de tipo '¿Dónde están tus papeles?' '¿Qué haces aquí?'", señala el sociólogo.
Los habitantes de los barrios ricos tampoco son precisamente benevolentes. "La gente nos grita, nos amenaza con llamar a la policía", explica Ahmed Amin, un joven de 16 años orgulloso de su página en Facebook seguida por 1.300 personas.
Algunos terminan incluso en comisaría. "Sin embargo, no hacemos nada malo, tomamos fotos, es nuestra pasión y vamos a continuar", asegura este adolescente, que encadenó varios trabajos durante tres años para poder comprar una cámara reflex. Actualmente, cobra por la sesión de fotos.
Estos inconvenientes no disuaden a unos adolescentes animados por la "historia de éxito" de Sonek Diab, de 21 años y uno de los precursores de este fenómeno.
Este joven saltó a la fama fotografiándose en el instituto. Desde entonces, ha rodado dos anuncios para una marca de comida rápida, que lo contactó a través de Facebook.
Sus rastas eran su imagen de marca. "En los centros comerciales, me paraban para tomarse una foto conmigo", recuerda el joven, que quiere hacer carrera en la moda y cuenta con más de 75.000 seguidores en Instagram.
Su trayectoria hace soñar al grupo de Islam y, sobre todo, a Ahmed Zein, de 16 años. "Me gustaría convertirme en actor, modelo o presentador de televisión", confiesa. Mientras tanto, frecuenta un taller de teatro en su barrio popular.