Los "catapolicías", en misión subterránea en las catacumbas de París

AFP (Agencia France-Presse)

PARÍS. - Las catacumbas de París, ese laberinto de túneles que data del medievo, tienen ahora quien las custodie: los "catapolicías", cuya misión es controlar a una microsociedad subterránea que las explora y organiza fiestas y ritos.

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Pese a estar prohibidas al público desde 1955 debido a los riesgos que supone recorrerlas, las catacumbas de París --cuyos estrechos túneles y cuevas llenas de ratas figuran en cientos de películas y novelas-- atraen a exploradores urbanos, a artistas de grafitti y a apasionados de historia.
Estos individuos y grupos clandestinos, que se autodenominan los "catáfilos" o amantes de las catacumbas, reivindican el extraño placer de recorrer y apropiarse de esos estrechos pasajes húmedos y galerías oscuras, que abarcan unos 280 km, y hasta de organizar allí grandes festejos.
Pero para vigilar que el orden y la ley se cumplen no sólo en la superficie de la Ciudad Luz, sino también bajo tierra, se creó en 1999 la Compañía especializada de intervención de la policía de París.
La tarea de sus agentes, conocidos como los "cataflics" (del término catacumba y "flic", policía en argot francés) es no dejar que los "catáfilos" penetren en sus túneles y celebren allí bulliciosas veladas nocturnas.
Hace pocos días, a unos metros de la cárcel de la Santé, en el sur de París, un equipo de esos agentes --vestidos con ropa vieja, casco, lámpara frontal y botas de lluvia-- se internó entre pasadizos inundados, túneles y cuevas, acompañados por un camarógrafo de la AFP.
Como todas las semanas, el equipo de policías se sumerge en un hueco oculto bajo una placa de metal encadenada, donde alguien ha escrito "policías de mierda".
A 20 metros bajo tierra, la oscuridad es total y reina el silencio, perturbado sólo por las lejanas vibraciones del metro. Y el objetivo del equipo es siempre el mismo: detectar y expulsar a los ocupantes ilegales de este mundo subterráneo.
Historia de las catacumbas: de minas de cal a hogar de resistentes
Las catacumbas nacieron de unas minas de piedra y caliza que fueron explotadas desde la época galo-romana hasta 1813.
Fueron estas minas las que permitieron la construcción de París. Estaban al aire libre, antes de que la industrialización galopante hizo que sus galerías subterráneas quedaran recubiertas con calles y viviendas.
En el siglo XVIII estas canteras fueron transformadas en el depósito de millones de restos humanos. Durante la ocupación nazi de París, las catacumbas fueron utilizadas por la Resistencia francesa.
Toda esta historia estimula la curiosidad de millares de franceses y visitantes. Pero desde mediados de los años 50, el acceso a las catacumbas está prohibido, excepto al museo donde están depositados los huesos de unos 6 millones de parisinos.
Es entre estos túneles y galerías infestadas de ratas donde se desarrolla "el juego del ratón y el gato" entre "catapolicías" y "catáfilos".
"Ellos aceptan jugarlo, y a veces pierden", dice, sonriendo, una de los agentes, Audrey.
Bruno, un hombre de 33 años que visita las catacumbas desde los 18 años, se reconoce como "catáfilo". Describe a esa fauna extraña como "una microsociedad compuesta por varios cientos de personas, en su mayoría estudiantes pero también profesionales e ingenieros".
El hombre, un enamorado de la historia, cuenta que ha pasado muchas noches allí, con sus amigos, conversando y disfrutando, hasta la madrugada.
En esta microsociedad hay grafiteros que dejan su obra en las paredes de las galerías y apasionados del patrimonio de Francia.
Y también se encuentran algunos "catalimpios", que se atribuyen como tarea limpiar los desechos --botellas, bolsas de comida-- dejados por los que organizan aquí veladas y ritos nocturnos. Algunos son simples curiosos y otros acampan durante varios días o vienen en plan romántico.
Hace seis años, los "catapolicías" irrumpieron en una fiesta que clandestina que congregaba a unas 300 personas.
Esa mañana en que se sumergieron en las catacumbas con la AFP, los agentes hallaron tres visitantes clandestinos.
"Cállense, hay alguien", dijo un de ellos, antes de toparse con tres personas. "Sólo estamos explorando", dijo Laurel, una canadiense de 24 años. La pequeña incursión le costó a ella y a sus dos amigos 60 euros de multa.
Explorar las catacumbas supone otros riesgos, incluso perderse en sus laberintos. Hace dos años, tres jóvenes erraron durante 48 horas, antes de que la policía los encontrara y rescatara, uno de ellos en muy mal estado.
El fenómeno de explorar el mundo subterráneo de París ha aumentado con internet. En blogs y redes sociales, los amantes de las catacumbas cuentan, bajo cobertura de anonimato, sus aventuras, sus descubrimientos, alimentando el misterio que provoca este inframundo que existe bajo la Ciudad Luz.


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