Los enigmáticos perezosos tienen un santuario en Costa Rica
AFP (Agencia France-Presse)
PENSHURT, Costa Rica. - En un espeso bosque tropical atravesado por un río de aguas cristalinas, los tiernos pero poco conocidos perezosos tienen un santuario en el Caribe de Costa Rica, uno de los pocos centros de investigación del mundo especializados en este misterioso animal.
Un perezoso
Allí llegan heridos, atropellados, electrocutados en los cables del tendido eléctrico, o huérfanos porque su madre fue atacada por pobladores de la zona.
El Santuario de Perezosos de Costa Rica, que abarca 130 hectáreas, fue creado en 1992 por el costarricense Luis Arroyo y su esposa estadounidense Judy Avey, para proteger, rehabilitar y estudiar a esos enigmáticos animales, pero también para educar sobre ellos.
Los pobladores los conocen como "kúkulas" u "osos perezos" y algunos los asocian hasta con la brujería. Extrañados por su comportamiento, no entienden por qué no se mueven, no corren, no brincan, como hacen otros mamíferos.
"Me duele que la gente no los aprecie. No son perezosos sino lentos. Podemos aprender de su calma, a mantener la serenidad, como ellos, en este mundo de estrés", dice a la AFP Avey en el remanso de su refugio, en un inicio ideado para proteger aves, pues cuenta con hasta 350 especies identificadas.
Lentos, cautelosos, curiosos, solitarios, defensivos, estratégicos, maestros de "zen" -dice Avey-, el perezoso de la América tropical no es un oso, sino un pariente de los armadillos y hormigueros. Con hasta diez vértebras cervicales son una notable excepción en los mamíferos, con siete, según científicos.
Hay dos especies en el país: los 'bradypus variegatus', de tres garras, y los 'cholepus hoffmanni', de dos dedos, explica a la AFP el veterinario Marcelo Espinosa.
"Les doy de comer desde hace cinco años y sé que todos tienen su forma de ser: a uno no le gusta la zanahoria sino la vainica, aquel se deja bañar sólo conmigo", cuenta Teresa González, oriunda de Penshurt, mientras da al bebé 'Mojo' su pequeño biberón de leche de cabra.
Algunos están en los árboles, otros en canastas o en incubadoras donde se abrazan a muñecos de peluche como si fueran las madres. Cuando llegan como bebés se quedan permanentemente en el refugio pues no saben vivir en su hábitat natural, mientros que los adultos son liberados una vez que estén recuperados.
Sin que nada la perturbe, 'Buttercup' duerme acurrucada en una silla colgante de ratán, un sitio preferencial porque ella fue la primer habitante del refugio hace 20 años, luego de que su madre muriera arrollada por un carro.
"Ni zoológicos ni nadie la querían cuidar porque no sabían nada de perezosos. Pero nos enamoró: se subió a mi pecho y se quedó. Es mi consentida", declara Judy Avey conmovida.
Desde entonces, el centro ha atendido mas de 500 perezosos. Sólo mantener a uno cuesta unos 200.000 colones al año (unos 400 dólares), por lo que el refugio genera ingresos con un pequeño zoo, un hotel y una visita turística por la reserva biológica, precisa Espinosa.
Conociéndolos
Protagonistas de documentales, los perezosos han causado furor en internet. "Los vimos en Youtube y decidimos venir a verlos de cerca. Los amamos", comenta, embelesado con 'Buttercup', Briggs Lebeacq, un joven turista estadounidense que viajó con su novia a Limón.
Los perezosos se alimentan de hojas, nunca beben agua, y en Costa Rica habitan especialmente la costa Caribe por la humedad y abundancia del guarumo, su árbol predilecto, explica Espinosa.
Su metabolismo es tan lento que la digestión dura un mes, se alimentan dos veces al día y bajan de los árboles una vez a la semana a defecar. Duermen 18 horas al día. Comen poco, pues gastan poca energía.
En la reproducción también son un enigma. La hembra bradypus emite un grito cuando está en celo para que la halle el macho, que puede tardar tres días en llegar a ella. De la otra variedad se desconoce su comportamiento sexual.
Su gestación es de 11 meses, tienen una cría y no se sabe cuánto tiempo viven. "La investigación va muy lenta. Nadie está interesado en estudiarlos. Es frustrante a veces", afirma el veterinario.
Pero Avey, que vive desde hace 40 años en Limón, no ceja en su empeño: "No concibo la vida sin ellos. Conocerlos es amarlos".