Macri en Gran Cuñado
Clarín, Argentina
Lunes por la noche. Como parte de la serie LA TELEVISIÓN, estoy viendo el programa más famoso de argentina: ShowMatch. Hay risas, aplausos, gritos, y actores que imitan a los políticos locales. Hoy parece cada vez más fácil criticar a la televisión. Federico Fellini dijo alguna vez que condenar la televisión sería tan ridículo como excomulgar la electricidad o la teoría de la gravedad. Es algo que está, que forma parte de nuestras vidas, como esta noche, que paso el final del lunes viendo a Marcelo Tinelli y sus risas.
Mauricio Macri saluda, bromea con dominio de escenario, se muestra cómplice con el conductor del programa. Se burla de su imitador, mira a la cámara y nos cierra un ojo. Parece dominar la situación, o al menos, eso quiere transmitirnos.
Al rato, el Jefe de Gobierno de la Ciudad vuelve disfrazado de Freddy Mercury, el vocalista de Queen, y desafina en pantalla con todas las ganas. Desafina entre risas. Canta mal con orgullo, y su desajuste vocal retumba por todo mi departamento y por los otros y por la ciudad y me asomo al balcón y la desafinada se sigue oyendo, por largo rato, el resto de la noche.
Sería fácil criticar a Macri: "Uno no puede hacer cualquier cosa por un voto, y menos el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires". No sería tan difícil defenderlo: "En los tiempos que corren, nadie puede criticar a un político por cantar mal en televisión: sería muy snob". También podemos recordar otra cita de Fellini: "La televisión es el espejo en donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural". Podemos usar el sentido común: "¿No tenemos todos el derecho libre a cantar?". O, finalmente, podemos hacer una pregunta:
¿Cuándo deben cantar los políticos?