Mosul, una ciudad muerta que busca recuperar la vida
DPA (Deutsche Press Agency-Agencia de Prensa Alemana)
Mosul, Irak. - Jaled al Yaburi aún recuerda a la perfección cómo era antes esta plaza. Por allí estaban los vendedores de verdura; al lado, los restaurantes y los cafés. "Siempre estaba llena de gente, era el centro de Mosul", dice con la voz rasgada por el tabaco este trabajador del programa de desarrollo impulsado por Naciones Unidas. Bab al Tub, como reza el nombre de la plaza, era también su hogar.
Ahora, este hombre de pelo encanecido contempla los esqueletos de las viviendas, arrasadas por las bombas, entre montañas de escombro, piedras y polvo. Todo es gris, no hay resto de la vida de antaño. Y a Jaled le sigue resultando desconcertante. "Resulta difícil creer que todo esto haya sucedido", añade mientras recorre con su furgoneta las calles de la ciudad.
Durante tres años, la metrópolis del norte de Irak fue el bastión de la milicia terrorista Estado Islámico (EI). En el verano (boreal) de 2014, y con Mosul como base, los extremistas conquistaron extensas áreas del país. Aquí fue donde el líder del autodenominado EI, Abu Bakr al Bagdadi, se mostró por primera vez en público en la Gran Mezquita de la ciudad para proclamar el "califato islámico".
Cuando hace ahora un año comenzó la ofensiva de las fuerzas de seguridad iraquíes para liberar Mosul, muchos supusieron que sería una lucha larga y complicada. "Después de Stalingrado, ésta ha sido la batalla más dura en un centro urbano", afirma un cooperante internacional que prefiere mantener el anonimato.
Los combates, bombas y granadas afectaron especialmente a la parte de la ciudad que se extiende al oeste del río Tigris. Allí, las calles están flanqueadas por edificios derrumbados, montañas de escombros, marañas de cables de televisión rotos y gigantescos agujeros en las paredes que aún están en pie. Muchos edificios han perdido sus muros de carga y están volcados hacia un lado, como muertos.
Pese a que han pasado ya tres meses de la victoria sobre el EI, las fuerzas de seguridad iraquíes mantienen acordonado el centro antiguo de Mosul, en la zona occidental, donde los extremistas resistieron hasta el final. Entre los escombros quedaron enterrados multitud de explosivos que habían sido escondidos por los extremistas. De camino a la Gran Mezquita, se amontonan coches y camionetas en un gran cráter, huella de un ataque aéreo de la coalición internacional liderada por Estados Unidos.
Con todo, lo que resulta más inquietante en Mosul no es este paisaje de viviendas y vehículos destrozados: el infierno de la guerra ha convertido el centro de la ciudad en un barrio fantasma en el que no hay cabida para las personas, el color verde, la vida o la esperanza. En las calles reina un silencio atronador, una tenebrosa calma tras la tempestad.
Por una de ellas caminan solitarios un padre, una madre y su hijo pequeño. Vivían en una de las destruidas casas al doblar la esquina, cuenta Muayad Yasim, con el pelo encanecido y el rostro surcado de arrugas a sus 47 años. "No tenemos otro sitio al que ir", explica. "¿A dónde podemos ir?"
Mientras en el este de Mosul la vida regresa lentamente, el oeste de la ciudad es una zona muerta en la que no hay electricidad ni agua. Para el centro antiguo apenas se albergan esperanzas de recuperación, reconoce un cooperante internacional. "No se puede reparar. Hay que construirlo desde cero. El Gobierno iraquí debe tomar una decisión".
El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP) parte de la base de que 15 barrios del oeste de Mosul -antaño hogar de 250.000 personas- están completamente destrozados. Se necesitarían más de mil millones de dólares para volver a poner en marcha la infraestructura de habitabilidad necesaria. El programa de reconstrucción, uno de los más ambiciosos de la ONU, se concentra primero en la restitución de electricidad, agua, hospitales, escuelas y calles. Y para proporcionar empleo a la población local, financia la limpieza de las calles.
No obstante, pese a la ayuda serán necesarios años, o decenios, para que la vida regrese al oeste de Mosul. En el Hospital General, el trabajo se asemeja a una lucha por la supervivencia. Al preguntar a su director, Hassan Ibrahim, qué es lo que más les hace falta, se para a pensar: "No sé ni por dónde empezar...", responde.
Según cuenta, no dispone de presupuesto propio, sino que depende de las donaciones del extranjero, como Qatar o Alemania. Hacen falta urgentemente medicinas para tratar a los centenares de pacientes que acuden a diario. El personal médico sólo puede utilizar el sótano y la planta baja. Las plantas superiores quedaron destrozadas durante la guerra, las paredes calcinadas, el techo resquebrajado por las granadas y el ascensor hace tiempo que no funciona.
Y esos son sólo los daños materiales: las heridas internas de cada uno de los habitantes de la ciudad son seguramente más dolorosas. Según cuenta Ibrahim, el EI mató a su hermano y sus sobrinos. A él lo acorralaron en cuatro ocasiones ante los tribunales por acusaciones "sin sentido". "La última vez, creí que me mataban", recuerda temblando mientras habla. El miedo aún no ha desaparecido.
Durante tres años, la metrópolis del norte de Irak fue el bastión de la milicia terrorista Estado Islámico (EI). En el verano (boreal) de 2014, y con Mosul como base, los extremistas conquistaron extensas áreas del país. Aquí fue donde el líder del autodenominado EI, Abu Bakr al Bagdadi, se mostró por primera vez en público en la Gran Mezquita de la ciudad para proclamar el "califato islámico".
Cuando hace ahora un año comenzó la ofensiva de las fuerzas de seguridad iraquíes para liberar Mosul, muchos supusieron que sería una lucha larga y complicada. "Después de Stalingrado, ésta ha sido la batalla más dura en un centro urbano", afirma un cooperante internacional que prefiere mantener el anonimato.
Los combates, bombas y granadas afectaron especialmente a la parte de la ciudad que se extiende al oeste del río Tigris. Allí, las calles están flanqueadas por edificios derrumbados, montañas de escombros, marañas de cables de televisión rotos y gigantescos agujeros en las paredes que aún están en pie. Muchos edificios han perdido sus muros de carga y están volcados hacia un lado, como muertos.
Pese a que han pasado ya tres meses de la victoria sobre el EI, las fuerzas de seguridad iraquíes mantienen acordonado el centro antiguo de Mosul, en la zona occidental, donde los extremistas resistieron hasta el final. Entre los escombros quedaron enterrados multitud de explosivos que habían sido escondidos por los extremistas. De camino a la Gran Mezquita, se amontonan coches y camionetas en un gran cráter, huella de un ataque aéreo de la coalición internacional liderada por Estados Unidos.
Con todo, lo que resulta más inquietante en Mosul no es este paisaje de viviendas y vehículos destrozados: el infierno de la guerra ha convertido el centro de la ciudad en un barrio fantasma en el que no hay cabida para las personas, el color verde, la vida o la esperanza. En las calles reina un silencio atronador, una tenebrosa calma tras la tempestad.
Por una de ellas caminan solitarios un padre, una madre y su hijo pequeño. Vivían en una de las destruidas casas al doblar la esquina, cuenta Muayad Yasim, con el pelo encanecido y el rostro surcado de arrugas a sus 47 años. "No tenemos otro sitio al que ir", explica. "¿A dónde podemos ir?"
Mientras en el este de Mosul la vida regresa lentamente, el oeste de la ciudad es una zona muerta en la que no hay electricidad ni agua. Para el centro antiguo apenas se albergan esperanzas de recuperación, reconoce un cooperante internacional. "No se puede reparar. Hay que construirlo desde cero. El Gobierno iraquí debe tomar una decisión".
El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP) parte de la base de que 15 barrios del oeste de Mosul -antaño hogar de 250.000 personas- están completamente destrozados. Se necesitarían más de mil millones de dólares para volver a poner en marcha la infraestructura de habitabilidad necesaria. El programa de reconstrucción, uno de los más ambiciosos de la ONU, se concentra primero en la restitución de electricidad, agua, hospitales, escuelas y calles. Y para proporcionar empleo a la población local, financia la limpieza de las calles.
No obstante, pese a la ayuda serán necesarios años, o decenios, para que la vida regrese al oeste de Mosul. En el Hospital General, el trabajo se asemeja a una lucha por la supervivencia. Al preguntar a su director, Hassan Ibrahim, qué es lo que más les hace falta, se para a pensar: "No sé ni por dónde empezar...", responde.
Según cuenta, no dispone de presupuesto propio, sino que depende de las donaciones del extranjero, como Qatar o Alemania. Hacen falta urgentemente medicinas para tratar a los centenares de pacientes que acuden a diario. El personal médico sólo puede utilizar el sótano y la planta baja. Las plantas superiores quedaron destrozadas durante la guerra, las paredes calcinadas, el techo resquebrajado por las granadas y el ascensor hace tiempo que no funciona.
Y esos son sólo los daños materiales: las heridas internas de cada uno de los habitantes de la ciudad son seguramente más dolorosas. Según cuenta Ibrahim, el EI mató a su hermano y sus sobrinos. A él lo acorralaron en cuatro ocasiones ante los tribunales por acusaciones "sin sentido". "La última vez, creí que me mataban", recuerda temblando mientras habla. El miedo aún no ha desaparecido.