Música para la revolución
Publico, Madrid, España
De las revoluciones sólo se puede esperar la impaciencia, que apuntaba José Saramago en una de las entradas de su extinto blog, y de la adolescencia, la pura rabia que la desate. Pasados los 18, todo se atempera y las revoluciones pierden gas con la moderación, parece decirnos Belén Gopegui (Madrid, 1963) en su nueva novela, Deseo de ser punk, que lanzará Anagrama en los próximos días.
"Cuando el lenguaje ha sido minado por dentro, saboteado, la música adquiere franqueza"
Deseo de ser punk no es más que eso, el ansia de revolucionarnos, de demostrar que hay motivos para levantarse. La protagonista cuenta por escrito a quien ama lo que pasó el día en el que ella hizo lo que hizo y cómo llegó hasta allí. Un gesto que no cambiará el mundo. Un gesto con dos destinatarios: uno, su cómplice, parte de la historia y libre de malicia, el querido a quien se escribe. Y dos, un gesto para los lectores que hayan menguado la mayor parte de su inocencia, les cueste creer en las revoluciones y detesten que se las cuenten. Curiosamente, mientras se infantiliza la sociedad, lo más salvaje e inconformista de la adolescencia se ha ido desestimando, rechazando, filtrando, y esa faceta es la que explota la autora de El padre de Blancanieves. "Las edades también se han ido convirtiendo en objetos de consumo y de la consiguiente destrucción. Pero es difícil acabar con la furia de la adolescencia y habrá reagrupamientos, conocidos o no, y momentos sagrados, o sucios, de furia necesaria", explica a este periódico Belén Gopegui.
El libro es un canto a la ilusión en las posibilidades de las generaciones venideras para cambiar todo lo que sus precedentes han ido machacando. Gopegui rompe lanza a favor de quienes sólo se espera que compren y vendan más que los otros: "Que destruyan la expectativa y acaben con lo peor de las generaciones que la precedieron", responde a la falsa esperanza mercantil.
"Martina siente el deseo de ser horrible, de no aceptar la farsa de los valores del humanismo"
Así que en el mortero de Deseo de ser punk hay adolescencia, "por el ímpetu, por la resolución, por el caos, porque la sensatez y la prudencia necesitan descansar, porque en esa edad se captan cosas distintas y el cinismo todavía no ha llegado" apunta Belén; hay música, porque "cuando el lenguaje ha sido minado por dentro, saboteado, cuando cualquier frase es intercambiable y cualquier argumento rebota en otro sin que haya detrás verdad alguna que lo sustente, la música adquiere, por comparación, un grado de franqueza, de certidumbre". Y mucho Iggy Pop, para alcanzar, como reconoce la propia autora, que "el tono de la historia estuviera cerca de una cualidad que hay a veces en la voz de Iggy, un gemido desafiante".
Una novela de adversarios
Como en El lado frío de la almohada (2008), Deseo de ser punk es una novela de adversarios: opresores contra revolucionarios. "Cuenta Bernard Sumner, de Joy Division, que cuando vio a los Sex Pistols, le parecieron horribles y grandiosos: Yo quería ponerme en pie y ser horrible también. Ese deseo de ser horrible, de no aceptar siquiera los valores que vende el humanismo porque se percibe que detrás de ellos hay sólo farsa, mentira y cálculo, es parte de lo que Martina siente", dice Gopegui de su personaje.Desde su debut literario con La escala de los mapas (1992), es reconocida como ética y necesaria, y ahora se muestra más rápida y directa que nunca, arrastrada por "la velocidad del punk". "Los Ramones tocando 12 temas en veinte minutos, la necesidad de decir algo ya", se ha contagiado.
"El punk puede generar una espiral hacia lo social, hacia la rabia organizada"
Martina está a rabiar en la sociedad que le ha tocado vivir "cuando estás jodida y quieres romper cosas", dice. Como de lo tierno y empalagoso no llegarán las reivindicaciones, ni los Beatles, ni los Stones, ni los Arctic Monkeys ni los Belle and Sebastian sirven para nada, dice el personaje. Porque toda esa música se aísla del exterior mientras fuera todo se hace añicos: "Son sólo sonidos domesticados".
Sin embargo, nadie se libra del marketing y aunque Belén Gopegui recuerda cómo el punk, como buen movimiento contracultural, fue asimilado y transformado en música comercial, "hay algo que ha permanecido libre, algo que va más allá del estilo musical: el punk como estado de ánimo, un estallido que puede quedar en nada o generar una espiral hacia lo social, hacia la rabia organizada".
El asesino del fondo
En la primera parte, sucede el enfrentamiento ("música pedigüeña" contra "música potente"), donde Martina traza la evolución de su gusto musical a base de encuentros en la Red, en la calle, en las tiendas, por recomendación, por casualidad, sin orden cronológico, ni etapas.Ese primer tramo es en el que la protagonista aclara lo importante que es para ella la "audición humana", "mucho mejor que la condición humana". En el fondo, de la condición humana, cualquiera sabe que es mezquina, que hay un asesino guardado en el fondo o un héroe o un mediocre, pero de la audición humana "no pueden hablar por hablar".
Pura acción
En la segunda parte, aparece la revolución. Martina escucha por primera vez un vinilo, cuando el grito que hasta el momento ahogaba la autora rompe y suelta toda esa mala uva de su personaje, y donde el relato termina superando la cuestión de la identidad para hacerse pura acción.Es la hora de las conclusiones: Gimme danger, de Iggy Pop, es generosa, no mendiga ni suplica; I wanna hold your hand, de los Beatles, es quejica. El punk no está hecho para todos los que nunca necesitarán ser duros ni fuertes, porque otros recibirán los golpes en su lugar. "Y necesitamos seguir siendo salvajes", suelta Martina, uno de los personajes más Gopegui.
Por eso es difícil conseguir que la narración tenga pensamiento y no se note, por el salvajismo, por el gancho directo, por la rapidez ácida, por la evidencia de necesidad de revolución. Por eso es inútil seguir comulgando con ese complejo de novelista camuflado en la sutileza.
Deseo de ser punk es literatura abrupta, es un corazón que se desangra y está a punto de estallar. Por eso Belén Gopegui mantiene las ansias de saber, de andar creciendo junto con la novela, de ampliar sus conocimientos y los del lector, pero no de explicar nada.