"No hay futuro": Crónica electoral desde un bastión ultraderechista
DPA (Deutsche Press Agency-Agencia de Prensa Alemana)
Bitterfeld-Wolfen, Alemania. - "No hay futuro aquí. Nada en absoluto", dice Tommy, un estudiante de 23 años de Bitterfeld, una pequeña ciudad de 15.000 habitantes del este de Alemania convertida en bastión del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).
Tommy está descontento con el sistema, que en su opinión, "no aporta nada" y "no funciona", por lo que se niega a ir a votar en las elecciones legislativas del próximo 24 de septiembre.
Como él, muchos jóvenes de la zona acuden a la escuela desanimados, conscientes de que seguramente tendrán que dejar esta ciudad ubicada en el estado de Sajonia-Anhalt y que en 2007 se unió a la vecina Wolfen en contra del deseo de sus habitantes. Juntas, ambas ciudades suman 40.500 habitantes. Y las opciones de trabajo son limitadas.
En la campaña electoral, la canciller Angela Merkel defiende los logros económicos con un mensaje claro: A Alemania le va bien y así seguirá siendo los próximos años si la votan nuevamente. Pero no todos piensan igual. Como en Bitterfeld-Wolfen, donde el día a día contrasta fuertemente con los eslóganes de la candidata democristiana.
Casi 28 años después de la caída del Muro de Berlín, Bitterfeld-Wolfen sigue luchando contra la merma de población y el desempleo, el germen de cultivo para la AfD, partido que ha visto cómo la ciudad se convertía en uno de sus principales baluartes: En los pasados comicios regionales fue el distrito electoral donde la AfD recaudó más votos, un 31,9 por ciento del escrutinio.
"Nos gustaría quedarnos si hubiera un buen trabajo, pero por desgracia tenemos que irnos al oeste. Allí sigue habiendo más posibilidades para los jóvenes", comenta Tommy. "El este no ha mejorado mucho a pesar de los años", se queja.
"Muchos se mudan a Baden-Württemberg", apunta Nancy, una dependienta de 36 años. Se refiere al estado federado del sur de Alemania donde se asientan empresas como Porsche, Mercedes-Benz o Hugo Boss, símbolos de esa próspera Alemania a la que se refiere Merkel.
En su día, Bitterfeld-Wolfen fue una de las mayores reservas de carbón de la extinta República Democrática Alemana (RDA), con una poderosa industria química. La ciudad, considerada en el pasado como una zona de desastre medioambiental, tuvo que hacer frente a la desaparición de la industria tras la caída del Muro en 1989, que dio lugar a la reunificación alemana.
Hoy se alza como uno de los municipios más endeudados de Sajonia-Anhalt, sin dinero para escuelas, residencias de ancianos ni para arreglar carreteras. Es el ejemplo extremo de un problema extendido: mientras a la economía alemana le va bien, algunas ciudades luchan por sobrevivir. No solo en el este de Alemania, también en la Cuenca del Ruhr, en Renania-Palatinado o en el Sarre.
Esto se percibe al caminar por Bitterfeld-Wolfen: Hay numerosas casas sin restaurar o abandonadas, antiguas fábricas cerradas y talleres que solo sirven ya como zona de aparcamiento.
La mina de carbón de explotación a cielo abierto se convirtió en un gran lago. Las orillas fueron saneadas, se plantaron árboles y se asfaltaron caminos. Sin embargo, persiste la sensación de que se trata de un lugar que no logra renacer y donde el racismo cobra cada vez más fuerza.
"Hay muchos refugiados. Es un problema. No es que yo tenga un problema con los extranjeros, pero, por ejemplo, en los colegios han surgido problemas desde su llegada", indica Nicole. De 33 años y madre de cuatro niños, que se autocalifica como "apolítica".
"Los líderes políticos han fracasado", dice. "Merkel no hace nada", coincide su amiga Steffi, de 32 años y madre de tres niños, sentada a su lado en un banco de la plaza central.
No son las únicas que opinan así. "No soy racista, pero podrían haberlo hecho mejor con los refugiados. Tendrían que haberlos repartido por Europa", comenta Nancy, detrás de su mostrador de una pequeña tienda en el centro.
Pero no todos ven como un problema a los solicitantes de asilo que llegaron a Alemania, especialmente en 2015, cuando el país europeo acogió a cerca de 900.000 en apenas unos meses.
"Actualmente no hay problemas con los refugiados en sí", explica Melissa, una estudiante de 19 años. "Es la gente la que tiene problemas con los refugiados. Los ven por la calle", agrega.
Un mítin de Merkel a orillas del lago de Bitterfeld, entre aplausos y fuertes abucheos por parte de los seguidores de AfD, dejó patente la división en la ciudad entre partidarios y detractores.
"Los jóvenes deberían estar felices con las posibilidades que tienen aquí. Sólo tienen que buscarlas", declaraba antes del mítin Christal, una firme defensora de Merkel de mediana edad.
"Depende de lo que hagas en la vida. Si eres vago no encuentras", comentaba por su parte Kevin, estudiante de 18 años. "Sí que hay oportunidades para los jóvenes, solo tienen que buscar", asiente su amigo Micha, músico de 30 años, en contraste con la opinión de muchos otros jóvenes dispuestos a emigrar en busca de un futuro mejor.
La mayoría de estos jóvenes que acudieron a ver a Merkel parecen identificarse con la mitad de la población que en las encuestas afirma no saber aún a quién a votar. "Necesitamos aire fresco", declara Kevin sobre las que serán sus primeras elecciones.
Aire fresco o no, el eslogan "Por una Alemania en la que vivamos bien y a gusto" de la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel parece quedar muy lejos de Bitterfeld-Wolfen.
Como él, muchos jóvenes de la zona acuden a la escuela desanimados, conscientes de que seguramente tendrán que dejar esta ciudad ubicada en el estado de Sajonia-Anhalt y que en 2007 se unió a la vecina Wolfen en contra del deseo de sus habitantes. Juntas, ambas ciudades suman 40.500 habitantes. Y las opciones de trabajo son limitadas.
En la campaña electoral, la canciller Angela Merkel defiende los logros económicos con un mensaje claro: A Alemania le va bien y así seguirá siendo los próximos años si la votan nuevamente. Pero no todos piensan igual. Como en Bitterfeld-Wolfen, donde el día a día contrasta fuertemente con los eslóganes de la candidata democristiana.
Casi 28 años después de la caída del Muro de Berlín, Bitterfeld-Wolfen sigue luchando contra la merma de población y el desempleo, el germen de cultivo para la AfD, partido que ha visto cómo la ciudad se convertía en uno de sus principales baluartes: En los pasados comicios regionales fue el distrito electoral donde la AfD recaudó más votos, un 31,9 por ciento del escrutinio.
"Nos gustaría quedarnos si hubiera un buen trabajo, pero por desgracia tenemos que irnos al oeste. Allí sigue habiendo más posibilidades para los jóvenes", comenta Tommy. "El este no ha mejorado mucho a pesar de los años", se queja.
"Muchos se mudan a Baden-Württemberg", apunta Nancy, una dependienta de 36 años. Se refiere al estado federado del sur de Alemania donde se asientan empresas como Porsche, Mercedes-Benz o Hugo Boss, símbolos de esa próspera Alemania a la que se refiere Merkel.
En su día, Bitterfeld-Wolfen fue una de las mayores reservas de carbón de la extinta República Democrática Alemana (RDA), con una poderosa industria química. La ciudad, considerada en el pasado como una zona de desastre medioambiental, tuvo que hacer frente a la desaparición de la industria tras la caída del Muro en 1989, que dio lugar a la reunificación alemana.
Hoy se alza como uno de los municipios más endeudados de Sajonia-Anhalt, sin dinero para escuelas, residencias de ancianos ni para arreglar carreteras. Es el ejemplo extremo de un problema extendido: mientras a la economía alemana le va bien, algunas ciudades luchan por sobrevivir. No solo en el este de Alemania, también en la Cuenca del Ruhr, en Renania-Palatinado o en el Sarre.
Esto se percibe al caminar por Bitterfeld-Wolfen: Hay numerosas casas sin restaurar o abandonadas, antiguas fábricas cerradas y talleres que solo sirven ya como zona de aparcamiento.
La mina de carbón de explotación a cielo abierto se convirtió en un gran lago. Las orillas fueron saneadas, se plantaron árboles y se asfaltaron caminos. Sin embargo, persiste la sensación de que se trata de un lugar que no logra renacer y donde el racismo cobra cada vez más fuerza.
"Hay muchos refugiados. Es un problema. No es que yo tenga un problema con los extranjeros, pero, por ejemplo, en los colegios han surgido problemas desde su llegada", indica Nicole. De 33 años y madre de cuatro niños, que se autocalifica como "apolítica".
"Los líderes políticos han fracasado", dice. "Merkel no hace nada", coincide su amiga Steffi, de 32 años y madre de tres niños, sentada a su lado en un banco de la plaza central.
No son las únicas que opinan así. "No soy racista, pero podrían haberlo hecho mejor con los refugiados. Tendrían que haberlos repartido por Europa", comenta Nancy, detrás de su mostrador de una pequeña tienda en el centro.
Pero no todos ven como un problema a los solicitantes de asilo que llegaron a Alemania, especialmente en 2015, cuando el país europeo acogió a cerca de 900.000 en apenas unos meses.
"Actualmente no hay problemas con los refugiados en sí", explica Melissa, una estudiante de 19 años. "Es la gente la que tiene problemas con los refugiados. Los ven por la calle", agrega.
Un mítin de Merkel a orillas del lago de Bitterfeld, entre aplausos y fuertes abucheos por parte de los seguidores de AfD, dejó patente la división en la ciudad entre partidarios y detractores.
"Los jóvenes deberían estar felices con las posibilidades que tienen aquí. Sólo tienen que buscarlas", declaraba antes del mítin Christal, una firme defensora de Merkel de mediana edad.
"Depende de lo que hagas en la vida. Si eres vago no encuentras", comentaba por su parte Kevin, estudiante de 18 años. "Sí que hay oportunidades para los jóvenes, solo tienen que buscar", asiente su amigo Micha, músico de 30 años, en contraste con la opinión de muchos otros jóvenes dispuestos a emigrar en busca de un futuro mejor.
La mayoría de estos jóvenes que acudieron a ver a Merkel parecen identificarse con la mitad de la población que en las encuestas afirma no saber aún a quién a votar. "Necesitamos aire fresco", declara Kevin sobre las que serán sus primeras elecciones.
Aire fresco o no, el eslogan "Por una Alemania en la que vivamos bien y a gusto" de la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel parece quedar muy lejos de Bitterfeld-Wolfen.