Paradojas de la Turquía de hoy
RIA Novosti, Rusia
Quito, Ecuador, Marc Saint-Upéry. - La Turquía del siglo XXI es un enigma para Occidente. Con una tasa de crecimiento apenas inferior a la de China e India, se la considera a veces como el único país exitoso de Oriente Medio y como un ejemplo de lo que podría ser una auténtica democracia islámica. Otros observadores piensan por lo contrario que este pilar de las alianzas occidentales en la Guerra Fría se estaría progresivamente alejando del mundo civilizado.
Una de las paradojas más sorprendentes de la nueva Turquía es que el AKP aplicó con empeño gran parte del evangelio de la privatización que Occidente predicó al mundo en desarrollo en las tres últimas décadas. Para Ahmet Insel, profesor de economía en la Universidad de Galatasaray, más que un partido estrictamente religioso, el AKP es un movimiento conservador que promovió una especie de revolución thatcherista.
De hecho, el partido de Erdogan es en gran parte una expresión de la clase media empresarial emergente de Anatolia, con su devoción, su puritanismo y su sentido de los negocios –una combinación que no sorprendería ni a Max Weber ni a la Cámara de Comercio de Texas. Su agenda pro-mercado agresiva logró igualmente vencer las reservas iniciales de las élites económicas kemalistas, que tendían a considerar a la gente del AKP como patanes provincianos y competidores indeseables.
El AKP es también popular con las clases bajas. Compensa la reducción de los programas sociales con la caridad islámica y una defensa populista del sentido moral de las masas piadosas contra la arrogancia de la élite laica.
Valores familiares, libre empresa, desconfianza hacia el Estado de Bienestar, una clase media fuerte, devota y patriótica, la idea que el pacto social presupone en algún modo un contrato paralelo con el Ser Supremo… ¿Suena familiar? Si todo esto es bueno o al menos legítimo para Oklahoma, ¿porqué debería ser una terrible amenaza cuando viene de Anatolia?
La reticencia europea hacia la integración de Turquía era tristemente previsible, especialmente en el caso de Francia, una potencia declinante que expresa sus profundas inseguridades por medio de actitudes xenófobas y paranoicas. El recelo de Washington hacia Ankara es algo nuevo y en parte distinto.
Hay algo de nostalgia por la Turquía dócil de antaño, y mucha irritación con la política regional de la estrella de la diplomacia turca, Ahmet Davutoglu. Su lema, “cero problemas con nuestros vecinos”, implica un relación relativamente amistosa con Teherán y Damasco. La Casa Blanca ya expresó su “decepción” a propósito de la complacencia de Turquía con Irán.
El lobby pro-israelí del Congreso está furioso porque Ankara se atrevió a condenar públicamente el Estado judío por el último ataque a Gaza y apoyó una “iniciativa terrorista”. Con lo que aluden a la expedición humanitaria de mayo de 2010, que terminó en la masacre de ochos civiles turcos y un ciudadano estadounidense por un comando israelí en aguas internacionales.
Algunas críticas son aún más absurdas. Claire Berlinski, una periodista basada en Estambul, escribió recién en un mensual conservador estadounidense que la vibrante metrópoli del Bósforo era una ciudad “al borde de una catástrofe política” y se parecía a la Berlín de la época de Weimar: “En este caso los paralelos no son una simple exageración. Los nazis manifestaban su nostalgia por un pasado social y moral que deseaban restaurar, al igual que el gobierno turco del AKP.”
Berlinski concede a regañadientes que comparar a Erdogan con Adolf Hitler podría ser un poquito excesivo: “Es una figura cada vez más preocupante, pero eso – no, sería ir muy lejos”. O sea que al final, el islamismo parlamentario turco tal vez no es una reencarnación del nazismo.
Por supuesto, los comentaristas occidentales que profieren este tipo de tonteras ideológicas –y los políticos que les hacen eco– contribuyen a alimentar precisamente lo que más temen: la alienación de Turquía frente a un mundo occidental que exhibe una comprensión tan pobre de sus problemas y aspiraciones.
Eso no quiere decir que todo anda bien en la democracia turca. El AKP no está exento de tentaciones hegemónicas y hay indicios de manipulación de los medios y de tentativas de controlar el proceso judicial. Pero una simple comparación con un aliado regional predilecto de Occidente, el régimen brutal y corrupto de Hosni Mubarak en Egipto, sugiere que se podría tener un poquito más de generosidad intelectual y racionalidad política al momento de enfrentarse a las paradojas turcas.