Prostituta por gusto

El Mundo, Madrid, España

A Pernille le gustan los hombres, le gusta el sexo, le gusta el dinero. Así que hace tres años decidió combinar sus tres pasiones: se hizo prostituta, adoptó el nom de guerre Lilje (azucena), al que luego añadiría el distintivo Deluxe, y comenzó a vender su cuerpo por los burdeles de Copenhague.

Prostituta por gusto
"Empecé por pura diversión", apunta. "Era algo que me fascinaba". Pernille se ha convertido en la personificación del tópico de la prostituta feliz. Cuando no trabaja, nada delata su ocupación: maquillaje discreto, pelo recogido, y los tatuajes que cubren su cuerpo convenientemente ocultos por un elegante conjunto blanco. Madre de un niño de cuatro años, vive con un novio que la apoya "sin reservas".
"Me satisface enormemente alegrar a otras personas", explica. "Sexualmente es muy enriquecedor. Además, está bien pagado. Gano unas 25.000 coronas netas al mes (3.500 euros)". Sin embargo, su rentable carrera corre peligro. Escandinavia es hoy territorio proscrito para la prostitución. Contratar servicios sexuales es delito en Suecia y Noruega.
Tradicionalmente más liberal que sus vecinos, Dinamarca es el último reducto del sexo de pago ajeno al Código Penal. Sólo se persigue, como en el resto de Europa, a los proxenetas, conocidos popularmente como alfonsos.

Acabar con el tráfico de mujeres

Según informes oficiales suecos y noruegos, la prohibición ha cumplido su fin: acabar con el tráfico de mujeres. Aunque los expertos discrepantes digan que lo único que se ha logrado es marginar a las prostitutas más desprotegidas, el ejemplo ha animado a los adalides daneses de la ilegalización -grupos feministas y de izquierda- a redoblar sus esfuerzos.
Ante ellos se ha alzado Lilje (pronúnciese Lilie) como incansable portavoz de quienes dicen dedicarse al oficio por gusto. Lo hace a cara descubierta, ya que no oculta su rostro ni en los anuncios, ni en sus constantes apariciones en los medios. Lo único que exige es que no se publique su apellido real.
"Estoy harta de las feministas de siempre, que tanto nos quieren ayudar pero que lo único que hacen es empeorar las cosas", se queja. "Si les preocupamos tanto, deberían dedicar su tiempo y recursos a mejorar nuestra situación. ¿Es acaso justo que paguemos impuestos, pero que no podamos ni sindicarnos ni cobrar el paro? Deberíamos tener los mismos derechos que cualquier otro trabajador".
En Copenhague, la prostitución callejera estaba prácticamente erradicada. Sólo algunas heroinómanas desesperadas seguían buscando clientes a la intemperie. El resto recibía en clínicas de masaje, gestionadas en algunos casos por cooperativas de prostitutas.
Desde la ampliación de la UE al Este, sin embargo, la situación ha empeorado. Rumanas, búlgaras, checas e incluso nigerianas toman cada noche posiciones en torno a la ciudad de la carne, así llamada porque allí se concentraba la industria cárnica de la capital danesa.
Lilje admite que muchas de estas extranjeras son rehenes de las mafias. "Es inaceptable, pero la solución del problema no pasa por la prohibición de la parte sana del negocio. La opinión generalizada es que una prostituta es o drogadicta, o delincuente, o víctima. Quiero decirle a la gente que no siempre es así, y que somos muchas las que nos dedicamos a esto porque nos parece un trabajo agradable".


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