Santo Domingo antiguo historia viva al sol caribeño
El Diario La Prensa, Nueva York, Estados Unidos de América
Su fundación, el 5 de agosto de 1498, correspondió al hermano del Descubridor Cristóbal Colón, Bartolomé, quien la estableció en el lado este de la desembocadura del río Ozama, sólo para que cuatro años más tarde Fray Nicolás de Ovando la edificara en su actual lugar, al oeste de dicho río, a orillas del mar Caribe.
La primera Catedral, universidad, hospital, parque, ayuntamiento, y el primer Alcázar de América, bellísima casa que mandó construir el Virrey Diego Colón, hijo de Cristóbal Colón.
Esta estratégica vivienda se encuentra al final de la calle Las Damas, llamada así por el recorrido que cada tarde hacía la esposa del Virrey, María de Toledo, justo por encima de la que fuera la puerta de entrada a la amurallada ciudad. Allí se puede disfrutar de la amplísima Plaza de España, donde la brisa fresca y la vista al plácido río, ofrecen un deleite verdaderamente encantador.
En el centro de la plaza está la estatua de Ovando, el implacable conquistador, constructor de la ciudad y aniquilador del pueblo indígena, quien además prohibió al mismísimo “Almirante de la Mar Océana” tocar tierra en su último viaje a la isla.
En la calle Las Damas se encuentran también las Casas Reales y la Casa de los Jesuitas, hoy convertido en Panteón Nacional, descanso eterno de héroes como el general Gregorio Luperón, espada principal de la Restauración, en cuya bóveda mayor se aprecia un fresco al óleo del madrileño Rafael Pellicer.
La vía acoge la Torre del Homenaje, primera cárcel del continente y que cumplió su función hasta épocas recientes. La Casa del Cordón y la Casa de Bastidas, con un interminable patio español, engalanan esta adoquinada calle. El propio hogar de Ovando, hoy convertido en un hotel, es una de las construcciones mejor cuidadas. Otra importante edificación es la Casa de Hernán Cortés, hoy embajada de Francia, y desde donde, según cuenta la historia, se planificó la colonización de México. Pero aquí también residieron otros conquistadores y exploradores como Francisco Pizarro, Vasco Núñez de Balboa y Ponce de León.
Un punto neurálgico de la ciudad es la calle del Conde, por donde pululan bohemios, poetas y artistas, única peatonal de toda la zona. Al final de su trazado está el Parque de la Independencia y la Puerta del Conde, donde se enarboló por primera vez la bandera dominicana (1844), y la tumba de los tres Padres de la Patria.
La angosta calle atraviesa de este a oeste la Ciudad Colonial, repleta de cafetines, tiendas de todo tipo, bisuterías, salones de belleza y oficinas, y en su comienzo ofrece una hilera de cafés y pequeños restaurantes, en el que habituales y turistas se reúnen a conversar provistos de sandwiches y platillos de comida exótica y local. Aquí fue donde hace más de 40 años, el coronel Francisco Caamaño resistió el cerco de miles de soldados estadounidenses que invadieron el país a raíz de la guerra civil de 1965. Hoy se puede satisfacer el apetito y degustar la fría cerveza dominicana por el equivalente a unos 15 dólares.
El parque Colón, al lado de la Catedral, es el vértice en el que convergen turistas de lugares tan lejanos entre sí como Costa Rica y Japón bajo sus gigantescos álamos, higos y flamboyanes.
Al sur está la Catedral de Nuestra Señora Santa María de la Encarnación, concluida en 1544, y que guardó los restos de Cristóbal Colón (hay quien asegura que los verdaderos restos del Descubridor reposan en Sevilla), antes de su traslado al Faro que lleva su nombre en el este de la ciudad.
La Catedral fue saqueada por el pirata inglés Sir Francis Drake en 1586, quien demostró su desprecio al lugar profanando las tumbas y echando en ellas desperdicios de reses.
El Papa Juan Pablo II ofició una misa allí en 1979 durante la primera visita de su Pontificado de 25 años.
En el ala norte del parque se ubica el siempre concurrido café El Conde, punto de encuentro de profesionales, ejecutivos y turistas quienes, guarecidos bajo coquetos paraguas, intentan detener el tiempo en animadas tertulias.
Un paseo en coche puede ser disfrutado por 20 dólares la hora, pero también hay tarifas que permiten hacerlo por siete dólares, lógicamente por un recorrido mucho más breve.
Pero, contrario a lo que pueda pensarse, el visitante foráneo no es el mejor cliente de este servicio. “Aquí llegan turistas de fuera que se suben al coche y luego no quieren pagar la tarifa. Dicen que los están engañando. Los mejores clientes son los de aquí”, asevera con firmeza Juan Uribe.