Red Voltaire, voltairenet.org
Beirut, Líbano. - El intelectual libanés Hassan Hamadé dirige esta carta a Irina Bokova, directora general de la UNESCO, denunciando su pasividad ante la destrucción de los tesoros arqueológicos de Siria y Mesopotamia. Opina que la señora Bokova no tiene ningún tipo de excusa, en la medida en que el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, denunció públicamente a los tres Estados que apoyan y arman al Estado Islámico.
Señora,
Pronto se cumplirá un mes desde el momento en que una de las más prestigiosas perlas de nuestro patrimonio arqueológico cayó ante el avance del Emirato Islámico y está en peligro de correr la misma triste suerte que otros faros de la cultura siro-mesopotámica: la destrucción total mediante el uso de explosivos o de buldóceres. Desde aquí dirijo a usted un grito de alarma, un SOS que se resume en una sola palabra: Palmira.
¿Había oído usted esa palabra anteriormente? No estoy seguro de ello… por desgracia.
Consciente, al igual que los millones de seres humanos que aman la justicia y la paz, de la extrema importancia de la protección del patrimonio cultural de los pueblos en general y del nuestro en particular, el de la santa Siria y de Mesopotamia, he seguido con decepción, tristeza y cólera la actitud decepcionante, timorata e irresponsable que ha mostrado usted ante los genocidios culturales que se cometen constantemente contra la cuna de la civilización humana que es Surakia.
Como dirigente de la UNESCO no podía usted limitarse a lanzar simples llamados rutinarios a favor de la preservación de los sitios arqueológicos y de otros vestigios con carácter cultural, ni conformarse tampoco con responsabilizar únicamente a la organización terrorista Daesh [1 ]. Ya nadie ignora que esa organización, así como sus primas de la tristemente célebre al-Qaeda, recibe armamento y financiamiento de Estados «políticamente correctos», según las normas de la llamada «comunidad internacional».
El papel de esos Estados en el financiamiento y el armamento de esas organizaciones fue denunciado públicamente por el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, en una conferencia celebrada en la universidad de Harvard, el 2 de octubre de 2014. Esos Estados son, según el señor Biden, Arabia Saudita, Turquía y los Emiratos Árabes Unidos [2 ].
Me parece, señora, que usted vive, al igual que nosotros, en el planeta Tierra y que, por consiguiente, habrá oído usted hablar de esas revelaciones. ¿Y qué ha hecho, señora, usted que está directamente implicada en la protección de los sitios arqueológicos?
En nombre de la conciencia cultural mundial, de la que usted es depositaria, habría tenido usted que actuar emprendiendo una amplia campaña jurídico-mediática para sensibilizar a la opinión pública internacional, reclamar la intervención de la justicia así como la de las Naciones Unidas invocando para ello las resoluciones pertinentes del Consejo de Seguridad de la ONU (resoluciones 2170 [3 ], 2178 [4 ] y 2199 [5 ]) adoptadas bajo el capítulo 7 de la Carta de las Naciones Unidas [6 ].
En lugar de actuar de conformidad con las responsabilidades que a usted le tocan –o sea, en vez de cumplir simplemente con el trabajo que le corresponde, porque usted está recibiendo un salario que pagamos nosotros, los ciudadanos de los Estados miembros de la ONU– usted optó por el menor esfuerzo, huyendo de lo que su tarea exigía de usted. No olvide usted, señora, que su mutismo constituye una especie de negativa de ayuda al patrimonio mundial en peligro, sobre todo teniendo en cuenta que sobre usted recae la responsabilidad primordial de velar por la protección de ese patrimonio.
Tal parece, señora, que el comportamiento de usted corresponde al de los gobiernos comprometidos con la coalición internacional, gobiernos que dicen librar una guerra contra el Emirato Islámico mientras que sus acciones militares contradicen totalmente sus afirmaciones. Ya nadie ignora que la complicidad total que existe entre la fuerza aérea de Estados Unidos, columna vertebral de la aviación de la coalición que controla todo el espacio aéreo de Surakia, y los destructores de sitios [arqueológicos] hizo y sigue haciendo posible la ejecución de los planes que incluso anuncian de antemano. Es gracias a esa complicidad que las gigantescas columnas de blindados, buldóceres y vehículos de transporte de combatientes se desplazan tranquilamente a través de la inmensidad de los desiertos siro-mesopotámicos, recorriendo a cielo abierto cientos de kilómetros, yendo de una ciudad a otra, atacando uno tras otro esos sitios milenarios. Esas columnas de depredadores culturales habrían sido blancos fáciles para la aviación de la coalición. Su destrucción, su aniquilación está al alcance de esa aviación.
Ante ese continuo genocidio cultural, la actitud de usted parece comprometedora y plantea una grave interrogante sobre la utilidad de la organización que usted dirige.
Antes que el incansable compromiso que exigirían la función que usted ejerce, y otras acciones que tal función debería implicar, usted parece preferir los privilegios que de ella se desprenden. Entre las palabras y los actos, parece usted preferir las primeras. Al escuchar las declaraciones de condena que usted hizo, no pude menos que pensar que Paul Valery tenía razón cuando dijo:
«Hay palabras que podemos separar de toda proposición y otras que existen sólo en papeles y que carecen de poder.»Queda usted, señora, en libertad de escoger entre respetar o ignorar esa frase del gran poeta.
En nombre Palmira (Siria), de Sanaa (Yemen) y de Ninive (Irak), yo le ruego a usted que dimita.