"Sorolla, un jardín para pintar": fuente pura de inspiración
DPA (Deutsche Press Agency-Agencia de Prensa Alemana)
Madrid. - Cuando el pintor valenciano Joaquín Sorolla comenzó a diseñar su jardín, tenía muy claro qué es lo que quería, un remanso de tranquilidad y sobre todo una fuente de inspiración. Y lo consiguió con creces: los jardines del Museo Sorolla de Madrid son uno de los rincones más bellos de la capital española. Ahora, el museo acoge la exposición "Sorolla, un jardín para pintar", que recorre su proceso de creación.
Sorolla (1863-1923) era un gran amante de las flores, lo que se refleja en numerosas cartas en las que preguntaba sobre el estado de su jardín cuando él estaba fuera. Para la creación de este espacio, se inspiró sobre todo en la Alhambra de Granada y el Alcázar de Sevilla.
"Cuando fue a Andalucía (entorno a 1908) quedó totalmente conquistado por los jardines y por los patios", explica Consuelo Luca de Tena Navarro, directora del museo enclavado en la casa del pintor.
Por eso en la exposición, que se inaugura hoy y estará en Madrid hasta el 20 de enero, se mezclan obras de Sorolla en las que ilustra esos jardines andaluces junto a las de su propio jardín. En muchas de ellas se aprecia a la perfección esa influencia.
La exposición sigue el orden del propio jardín para destacar su importancia "como obra de arte en sí misma", cuenta María López Fernández, una de las comisarias.
Así, las primeras tres partes se centran en el jardín frontal, en el que Sorolla recibía a su clientela y a sus amigos, como se ve en algunas de las fotos expuestas en la muestra. En esta primera sala destaca la influencia del Jardín de Troya de Sevilla, con su fuente de mármol, muy similar a la que tiene el Primer Jardín de Sorolla.
En otro de los lienzos se ve un magnífico rosal que estaba plantado en la entrada de la casa. Luca de Tena Navarro cuenta la leyenda de este rosal, que supuestamente enfermó cuando murió Sorolla y murió cuando falleció su mujer, Clotilde.
"Lo cierto es que durante mucho tiempo se intentó volver a plantar pero nunca cuajó. Nosotros lo hemos vuelto a plantar y de momento va bien. Esperemos que se mantenga", comenta.
Los azulejos, típicos de los patios andaluces, siempre gustaron al pintor y en su jardín no podían faltar. Además de decorar así las escaleras, Sorolla colgaba en las paredes azulejos especiales enmarcados que traía de sus viajes.
El artista empezó a plantar su jardín en 1911 y pudo empezar a pintarlo en 1916. En esos cuadros -que por cierto, nunca contempló vender- reflejaba este espacio desde infinitas perspectivas y destaca, como es habitual en su obra, la luz. Y es que entonces el patio recibía mucho más sol que ahora, rodeado de altos edificios. Los colores de flores como lírios, hortensias, azaleas y alhelíes otorgaban a la estampa una belleza única que a veces aprovechaba para retratar a su familia.
El Segundo Jardín, que en realidad fue el último que se terminó, está dominado por un canal central que lleva a hasta una fuente hundida como las de la Alhambra.
En esta segunda sala llaman la antención los numerosos bocetos que realizó el artista hasta que obtuvo exactamente lo que quería y así lo dejó patente al escribir "este" en el boceto final.
En general los tres jardines cuentan con gran cantidad de vegetación, además de columnas y esculturas, que Sorolla utilizó para crear espacios con elementos compositivos fundamentales y perspectivas interesantes para las pinturas.
"Es muy interesante ver el mimo con el que Sorolla plantea hasta el último detalle del jardín, para luego poder obtener los resultados estéticos y pictóricos que buscaba en sus cuadros", apunta López Fernández.
El tercer jardín se construyó a la vez que el primero y en él destaca una pérgola, pero tampoco falta el agua, esta vez un precioso estanque con nenúfares.
Por último, en una pequeña sala coronada por un magnífico retrato de Clotilde en el jardín, hay una de las últimas representaciones del patio que pintó el artista, "Jardín de la Casa Sorolla". La obra pintada en 1920, tiene cierto aire profético pues en ella se ve el sillón de mimbre en el que tantas veces aparece sentado Sorolla en las fotografías pero vacío. Ese mismo año, Sorolla sufrió un íctus y tres años después falleció.
Tras recorrer la muestra y deleitarse con el fantástico colorido, es imprescindible bajar personalmente al jardín y sentarse en alguno de sus numerosos bancos. A la sombra de los árboles y con el relajante sonido del agua de fondo, uno siente la paz que el propio Sorolla debía de sentir en ese mismo rincón.
"Cuando fue a Andalucía (entorno a 1908) quedó totalmente conquistado por los jardines y por los patios", explica Consuelo Luca de Tena Navarro, directora del museo enclavado en la casa del pintor.
Por eso en la exposición, que se inaugura hoy y estará en Madrid hasta el 20 de enero, se mezclan obras de Sorolla en las que ilustra esos jardines andaluces junto a las de su propio jardín. En muchas de ellas se aprecia a la perfección esa influencia.
La exposición sigue el orden del propio jardín para destacar su importancia "como obra de arte en sí misma", cuenta María López Fernández, una de las comisarias.
Así, las primeras tres partes se centran en el jardín frontal, en el que Sorolla recibía a su clientela y a sus amigos, como se ve en algunas de las fotos expuestas en la muestra. En esta primera sala destaca la influencia del Jardín de Troya de Sevilla, con su fuente de mármol, muy similar a la que tiene el Primer Jardín de Sorolla.
En otro de los lienzos se ve un magnífico rosal que estaba plantado en la entrada de la casa. Luca de Tena Navarro cuenta la leyenda de este rosal, que supuestamente enfermó cuando murió Sorolla y murió cuando falleció su mujer, Clotilde.
"Lo cierto es que durante mucho tiempo se intentó volver a plantar pero nunca cuajó. Nosotros lo hemos vuelto a plantar y de momento va bien. Esperemos que se mantenga", comenta.
Los azulejos, típicos de los patios andaluces, siempre gustaron al pintor y en su jardín no podían faltar. Además de decorar así las escaleras, Sorolla colgaba en las paredes azulejos especiales enmarcados que traía de sus viajes.
El artista empezó a plantar su jardín en 1911 y pudo empezar a pintarlo en 1916. En esos cuadros -que por cierto, nunca contempló vender- reflejaba este espacio desde infinitas perspectivas y destaca, como es habitual en su obra, la luz. Y es que entonces el patio recibía mucho más sol que ahora, rodeado de altos edificios. Los colores de flores como lírios, hortensias, azaleas y alhelíes otorgaban a la estampa una belleza única que a veces aprovechaba para retratar a su familia.
El Segundo Jardín, que en realidad fue el último que se terminó, está dominado por un canal central que lleva a hasta una fuente hundida como las de la Alhambra.
En esta segunda sala llaman la antención los numerosos bocetos que realizó el artista hasta que obtuvo exactamente lo que quería y así lo dejó patente al escribir "este" en el boceto final.
En general los tres jardines cuentan con gran cantidad de vegetación, además de columnas y esculturas, que Sorolla utilizó para crear espacios con elementos compositivos fundamentales y perspectivas interesantes para las pinturas.
"Es muy interesante ver el mimo con el que Sorolla plantea hasta el último detalle del jardín, para luego poder obtener los resultados estéticos y pictóricos que buscaba en sus cuadros", apunta López Fernández.
El tercer jardín se construyó a la vez que el primero y en él destaca una pérgola, pero tampoco falta el agua, esta vez un precioso estanque con nenúfares.
Por último, en una pequeña sala coronada por un magnífico retrato de Clotilde en el jardín, hay una de las últimas representaciones del patio que pintó el artista, "Jardín de la Casa Sorolla". La obra pintada en 1920, tiene cierto aire profético pues en ella se ve el sillón de mimbre en el que tantas veces aparece sentado Sorolla en las fotografías pero vacío. Ese mismo año, Sorolla sufrió un íctus y tres años después falleció.
Tras recorrer la muestra y deleitarse con el fantástico colorido, es imprescindible bajar personalmente al jardín y sentarse en alguno de sus numerosos bancos. A la sombra de los árboles y con el relajante sonido del agua de fondo, uno siente la paz que el propio Sorolla debía de sentir en ese mismo rincón.