Torturadores y misóginos en la Academia de Policía
El Periódico de Guatemala
Guatemala. - La Academia de la Policía Nacional Civil bien merece cambiar de nombre: debería llamarse Centro de Tortura para Mujeres. Los abusos que ahí se cometen contra las estudiantes parecen sacados de un manual de enfermos misóginos, obsesionados con el placer que les provoca humillar a las jovencitas que el propio Estado coloca bajo su yugo.
Los atropellos mayores son de una perversidad exquisita: las obligan a desnudarse ante los compañeros, se las llevan a los pabellones para abusar sexualmente de ellas y las obligan a abortar cuando se descubre algún embarazo.
Esto último es quizá lo más atroz: todos los meses, las autoridades de la Academia someten a las candidatas a una prueba de embarazo y cuando esta da positivo, las expulsan o las conminan a realizarse abortos en condiciones infectas, al grado que varias de ellas han quedado estériles.
Las salvajadas dan para una película de horror y explican el alto grado de deserción femenina que existe en la Academia.
Por fortuna, después de muchos años de silencio y connivencia oficial, estos abusos han sido documentados por un estudio que acaba de realizar la Defensoría de la Mujer de la Procuraduría de los Derechos Humanos, entre las 185 egresadas de la última promoción.
“La forma en que se trata a las mujeres en la Academia de la Policía es inaceptable”, afirma la Defensora de la Mujer, la abogada Ana Gladys Ollas, quien condujo más de un centenar de entrevistas con las afectadas.
Tal es el terror que los mandos policiales inspiran en las estudiantes de la Academia, que después de que el estudio de la PDH se hiciera público, las estudiantes se retractaron de sus denuncias. Sólo dos de ellas se atrevieron a ratificar lo dicho.
A pesar de esta maniobra de las autoridades, las denuncias acumuladas en la PDH desde hace una década sobre el maltrato a las mujeres en la Academia de la Policía permiten suponer que los resultados de este estudio no son producto de una alucinación colectiva.
Si las autoridades de Gobernación y de la Fiscalía (liderada ahora por mujeres), tienen algún grado de humanidad y conciencia, deben recoger los hallazgos de este informe, llevar a cabo las investigaciones necesarias y asegurarse de que la situación de las mujeres en el centro de formación de la Policía cambie de manera radical.
Ya en una ocasión se intentó colocar en esa Academia a una directora mujer, con el propósito de erradicar la cultura de abuso. El experimento duró menos que un suspiro y los torturadores volvieron a las andadas.
Quizá lo más preocupante es que algunos de los docentes que han sido separados de sus funciones en la Academia por los excesos cometidos, encuentran la forma de volver a la institución. Resulta evidente que estos señores han adquirido un vicio patológico y regresan porque saben que ahí pueden tener bajo su control a una población vulnerable para desfogar sus impulsos psicóticos.
Pero más allá de lo que sufren las jovencitas de 18 años que llegan a la Academia desde las áreas rurales del país, con la esperanza de forjarse una carrera en una institución poderosa como la Policía Nacional Civil, está el aprendizaje que el maltrato sistemático a las mujeres inculca en sus compañeros varones.
¿Cómo esperar que un agente de policía atienda correctamente una emergencia de violencia intrafamiliar, si en la Academia ha sido testigo del abuso reiterado e impune que sus superiores infligen a las estudiantes? ¿Cómo esperar que las propias mujeres crean que el cambio es posible si ellas pueden constatar que el maltrato es consciente, y hasta se aplaude, al más alto nivel?
Ahora mismo, en la Academia de la Policía debe estar comenzando un nuevo ciclo de formación. Más de un centenar de mujeres jóvenes, dispuestas a arriesgar la vida por nuestro país, están a punto de convertirse en bocado de estos monstruos.
No puede ser que se someta a estas mujeres a un régimen de seis meses de tortura, a ciencia y conciencia de las autoridades.