"Trumponomics", la particular política económica de Trump
DPA (Deutsche Press Agency-Agencia de Prensa Alemana)
Washington. - Estados Unidos fue durante mucho tiempo el país de las oportunidades, en el que el lavaplatos podía llegar a millonario, pero bajo la presidencia de Donald Trump la economía del país se está transformando.
Trump es millonario, y como tal mide el éxito en dólares. Siempre ha sido así en el sector inmobiliario de Nueva York y al transformarse en dirigente ha trasladado el concepto a la política. "America First" significa para el presidente, de 71 años, sobre todo ganar más dinero que los competidores.
El mandatario detesta que un país le venda más productos de los que le compra. Y detesta que otro país pueda tener una mejor calidad a precios más asequibles. Para Trump a cada paso hay un ganador y un perdedor, y odia perder.
Esta posición de partida impregna toda la política económica de la Administración del nuevo mandatario. Rodeado de ex banqueros de inversiones y especuladores financieros en la Casa Blanca, intenta proteger a Estados Unidos de todas las influencias que le parecen negativas, lo que incluye los grandes tratados comerciales bilaterales de los que en su opinión su país sólo saca desventajas.
Muchos expertos consideran que la visión de Trump es anticuada. Apostar por las energías fósiles, el sector de la construcción y la industria pesada era la estrategia adecuada en el siglo XX, criticó "The Atlantic".
"Trump se apoya en sectores que son importantes pero cuyo mejor momento ya pasó", escribe el medio. Uno de cada cuatro empleos de la industria manufacturera estadounidense depende de las exportaciones, según una estimación de la organización International Trade Association. Si los socios comerciales responden a Trump con la misma moneda, estos puestos de trabajo podrían perderse.
Y además otros sectores podrían quedarse a medio camino, como el desarrollo de tecnologías que ahorran energía y con las que se gana mucho dinero a nivel mundial.
Estados Unidos está renunciando a su papel líder de la economía mundial y se ocupa de sí mismo. Trump quiere convertirse en el mayor productor de empleo "que Dios haya creado", según sus propias palabras.
El TPP es un claro ejemplo: con el acuerdo transpacífico, 12 países de la zona querían mantener a raya a China, el gigante en expansión de la región. Pero Trump acabó de un plumazo con un pacto negociado durante años y ya cerrado y en vez de ello quiere enfrentarse en solitario a China y sacar rédito político. El final es abierto y no se descarta una guerra comercial.
Trump le da a la economía estadounidense un rostro nacional. Países exportadores como China o Alemania son adversarios. En tres cumbres internacionales, el presidente y su secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, han dejado claro que esto no va a cambiar.
El jefe de Estado no ha conseguido hacer aún el paso de la campaña electoral a la auténtica responsabilidad, opina el jefe del consejo de administración de Siemens, Joe Kaeser. Su rechazo de los superávits comerciales de otros países es "una interpretación un poco caprichosa de la competitividad".
Muchas cosas aún no están decididas, pero está claro que las relaciones comerciales se han visto dañadas a nivel global por Donald Trump. No es seguro que Estados Unidos siga formando parte de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y en el Fondo Monetario Internacional (FMI) Washington presiona, por ejemplo, en contra de las ayudas a Grecia, a las que el país no quiere seguir aportando.
Trump se define como un amigo del libre comercio si es justo, pero en verdad su política es un nuevo tipo de nacionalismo económico.
Estados Unidos, la mayor economía del mundo, se ha convertido en un factor de inseguridad como socio comercial, mercado para productos y proveedor. El mundo tendrá que acostumbrarse a un tiempo en el que el papel de liderazgo de Estados Unidos será redefinido.
Trump quiere que el éxito nacional compense todos estos cambios y aspira a un crecimiento del país de al menos un tres por ciento anual. Las propuestas de cómo lograrlo siguen siendo, sin embargo, vagas. A diferencia de lo que pronostica la Casa Blanca, instituciones independientes estiman una expansión de como mucho un dos por ciento, con lo que no solamente no lograría su meta, sino que tampoco superaría a su tan denostado predecesor, Barack Obama.
La mayoría de los expertos no confían en la política económica de Trump, basada en reducir barreras a las empresas nacionales. "Aunque la política de Trump pueda llevar a un mini-boom, por ejemplo en el sector energético, representa un gran peligro para Estados Unidos y el mundo", escribe la revista especializada "The Economist". A diferencia de su modelo Ronald Reagan, las "Trumponomics" no constituyen una política económica, sino "un pastiche de diversas propuestas reunidas por cortesanos de las empresas para su rey".
A ello se suma que su política enfrenta también a nivel interno enormes desafíos para los que por ahora no hay soluciones sobre la mesa. El sector de la salud se come una sexta parte del PIB y la mano que ponga orden aquí aún parece estar lejos.
La gran reforma fiscal que debería ser la columna de la estrategia de crecimiento de Trump sólo llegará cuando se haya resuelto el tema sanitario. Y tampoco está claro cuál será la solución al endeudamiento público completamente desbordado. Como muy tarde en unos meses tiene que haber una respuesta a esta cuestión.
Todavía es muy pronto para saber si la estrategia de Trump tendrá éxito y dentro de cuatro años será celebrado como creador de empleo y de crecimiento económico. Pero aun cuando el presidente esté bien encaminado, la puesta en marcha de sus proyectos deja que desear, según la revista "Forbes", que le pone por ahora malas notas. Queda mucho por mejorar.
El mandatario detesta que un país le venda más productos de los que le compra. Y detesta que otro país pueda tener una mejor calidad a precios más asequibles. Para Trump a cada paso hay un ganador y un perdedor, y odia perder.
Esta posición de partida impregna toda la política económica de la Administración del nuevo mandatario. Rodeado de ex banqueros de inversiones y especuladores financieros en la Casa Blanca, intenta proteger a Estados Unidos de todas las influencias que le parecen negativas, lo que incluye los grandes tratados comerciales bilaterales de los que en su opinión su país sólo saca desventajas.
Muchos expertos consideran que la visión de Trump es anticuada. Apostar por las energías fósiles, el sector de la construcción y la industria pesada era la estrategia adecuada en el siglo XX, criticó "The Atlantic".
"Trump se apoya en sectores que son importantes pero cuyo mejor momento ya pasó", escribe el medio. Uno de cada cuatro empleos de la industria manufacturera estadounidense depende de las exportaciones, según una estimación de la organización International Trade Association. Si los socios comerciales responden a Trump con la misma moneda, estos puestos de trabajo podrían perderse.
Y además otros sectores podrían quedarse a medio camino, como el desarrollo de tecnologías que ahorran energía y con las que se gana mucho dinero a nivel mundial.
Estados Unidos está renunciando a su papel líder de la economía mundial y se ocupa de sí mismo. Trump quiere convertirse en el mayor productor de empleo "que Dios haya creado", según sus propias palabras.
El TPP es un claro ejemplo: con el acuerdo transpacífico, 12 países de la zona querían mantener a raya a China, el gigante en expansión de la región. Pero Trump acabó de un plumazo con un pacto negociado durante años y ya cerrado y en vez de ello quiere enfrentarse en solitario a China y sacar rédito político. El final es abierto y no se descarta una guerra comercial.
Trump le da a la economía estadounidense un rostro nacional. Países exportadores como China o Alemania son adversarios. En tres cumbres internacionales, el presidente y su secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, han dejado claro que esto no va a cambiar.
El jefe de Estado no ha conseguido hacer aún el paso de la campaña electoral a la auténtica responsabilidad, opina el jefe del consejo de administración de Siemens, Joe Kaeser. Su rechazo de los superávits comerciales de otros países es "una interpretación un poco caprichosa de la competitividad".
Muchas cosas aún no están decididas, pero está claro que las relaciones comerciales se han visto dañadas a nivel global por Donald Trump. No es seguro que Estados Unidos siga formando parte de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y en el Fondo Monetario Internacional (FMI) Washington presiona, por ejemplo, en contra de las ayudas a Grecia, a las que el país no quiere seguir aportando.
Trump se define como un amigo del libre comercio si es justo, pero en verdad su política es un nuevo tipo de nacionalismo económico.
Estados Unidos, la mayor economía del mundo, se ha convertido en un factor de inseguridad como socio comercial, mercado para productos y proveedor. El mundo tendrá que acostumbrarse a un tiempo en el que el papel de liderazgo de Estados Unidos será redefinido.
Trump quiere que el éxito nacional compense todos estos cambios y aspira a un crecimiento del país de al menos un tres por ciento anual. Las propuestas de cómo lograrlo siguen siendo, sin embargo, vagas. A diferencia de lo que pronostica la Casa Blanca, instituciones independientes estiman una expansión de como mucho un dos por ciento, con lo que no solamente no lograría su meta, sino que tampoco superaría a su tan denostado predecesor, Barack Obama.
La mayoría de los expertos no confían en la política económica de Trump, basada en reducir barreras a las empresas nacionales. "Aunque la política de Trump pueda llevar a un mini-boom, por ejemplo en el sector energético, representa un gran peligro para Estados Unidos y el mundo", escribe la revista especializada "The Economist". A diferencia de su modelo Ronald Reagan, las "Trumponomics" no constituyen una política económica, sino "un pastiche de diversas propuestas reunidas por cortesanos de las empresas para su rey".
A ello se suma que su política enfrenta también a nivel interno enormes desafíos para los que por ahora no hay soluciones sobre la mesa. El sector de la salud se come una sexta parte del PIB y la mano que ponga orden aquí aún parece estar lejos.
La gran reforma fiscal que debería ser la columna de la estrategia de crecimiento de Trump sólo llegará cuando se haya resuelto el tema sanitario. Y tampoco está claro cuál será la solución al endeudamiento público completamente desbordado. Como muy tarde en unos meses tiene que haber una respuesta a esta cuestión.
Todavía es muy pronto para saber si la estrategia de Trump tendrá éxito y dentro de cuatro años será celebrado como creador de empleo y de crecimiento económico. Pero aun cuando el presidente esté bien encaminado, la puesta en marcha de sus proyectos deja que desear, según la revista "Forbes", que le pone por ahora malas notas. Queda mucho por mejorar.