Un domingo en los barrios de Damasco

La Vanguardia, Barcelona, España

Damasco. - El barrio de Meze 586 se llama así porque en sus colinas se había asentado un batallón, antaño muy famoso, a las órdenes de Rafat El Asad, poderoso miembro de la familia gobernante hasta que cayó en desgracia y se estableció en el extranjero. Sus casas de basta construcción están encabalgadas en sus laderas abruptas, bajo las que se extiende Damasco, que ya no es la capital omeya amurallada, ni el oasis de la Guta estrangulado por el vecindario, sino una población cercada por vastos suburbios pobres, por lo que los urbanistas llaman ‘barrios informales’ en los que se hacinan desde 1980 incesantes emigraciones rurales.

Damasco
Damasco
Damasco cuenta con dos provincias, la propiamente de la capital y la del campo a su alrededor en el que están incrustadas las zonas más rebeldes como Duma, Harasta, Sednaya, o Jarrab, donde hace solo unos días fue degollada una familia alaui que había regresado a buscar sus enseres. Damasco es una extensa capital de gran diversidad confesional y étnica no solo una ciudad de mayoría musulmana suní, sino un centro urbano de antigua tradición cristiana, donde residen gran número de drusos y de aluais, cuyos territorios originales se encuentran respectivamente en el sur y en litoral mediterráneo de la república, aemás de una población kurda arraigada en el monte Qasium.
Muchos vecinos de Meze 586 son militares, o miembros de las fuerzas de seguridad a menudo oriundos de Kardaha, famoso pueblo de la montaña alaui, cuna del clan de los Asad. Recorriendo sus empinadas y desangeladas calles de modestas tiendas y viviendas me llaman la atención las innumerables fotografías de jóvenes muertos pegadas en las paredes. Son los ‘mártires’ de las fuerzas armadas caídos en campos de batalla, en enfrentamientos con los insurrectos en toda la nación. Los muros están embadurnados de esquelas, de pasquines de los seguidores del régimen, de grandes retratos del presidente y de su padre, al que sucedió en la jefatura de la república aquel verano del año 2000, el año de sus promesas, de una primavera política de Damasco.
Meze 586, con sus accesos bien guardados, es una espartana ciudadela alaui dentro de la capital. El chófer de nuestro taxi, vecino de Jarrab, uno de los más activos focos de los radicales sunis enemigos del poder, se negó a continuar el recorrido por temor a sus centinelas. Los barrios seguros pertenecen a la provincia capital, desde los de población residencial como Melki Abu Rumane, a zonas populares, musulmanas, al privilegiado sector cristiano de Bab Tuma, bien protegidos por el ejército. En el extenso cinturón de miseria, los grupos insurrectos desafían con mayor frecuencia, con sus golpes nocturnos, con su táctica de guerra de guerrilla urbana – recuerdo el Amman del Septiembre Negro del 70, o el Beirut de los interminables combates milicianos de toda calaña durante tres lustros- a las tropas regulares.
En las noches de Damasco resuenan disparos de armas, se oyen misteriosos bombardeos de alguna operación del muy bien guardado secreto militar. El ejército actúa con sigilo entre las sombras. La forma de llevar sus ataques, sus represalias, contra los rebeldes de la capital, explosiva mezcla de guerrilleros hombres del Ejército libre sirio, jihadistas, infiltrados terroristas vinculados a El Qaida, es impenetrable. Todas las veces que he solicitado autorización para escribir sobre operaciones militares de rutina, nunca he conseguido permiso. En la televisión estatal aparecen de vez en cuando, periodistas sirios de ambos sexos, con cascos y chalecos antibalas, destacados en unidades de combate.
La geografía militar de Damasco tiene que ver de algún modo con la sociología urbana. Hay barrios como Jaramana, con muy pocos atentados y explosiones, donde vive una población mixta de drusos y cristianos, además de un núcleo de musulmanes, que desde 1980 aumentaron su presencia en el vecindario en donde además hay incrustado un campo de refugiados palestino, menos conocido que el de Yarmuk. El domingo di una vuelta por Jaramana, por su principal calle comercial, animada con muchachas y mujeres desenvueltas vestidas con pantalones y faldas, por sectores de población musulmana de mujeres con la cara velada.Niños y niñas uniformadas salían con orden de las escuelas públicas gratuitas. Las diversas iglesias del barrio estaban llenas a rebosar, los hombres a un lado, las mujeres en otro. Curioseé por sus humildes tiendecitas de objetos religiosos de culto, vírgenes, rosarios, estampas, de estilo muy kitch.
En Jaramana viven comunidades griego católicas y sirio católicas, esta última perteneciente a la iglesia más antigua oriental. Mientras la directora de la institución melquita benéfica -tal como se denomina la iglesia griega que acata al Obispo de Roma- no disimuló su malestar ante las incertidumbres del futuro de los cristianos de Siria, debido a la pujanza combativa de las organizaciones islamistas radicales, el cura, padre Issmam Naoum, de la parroquiana siriaca, fue lúcido en sus palabras. “Ninguno de los cristianos asesinados lo ha sido a consecuencia de su religión sino porque pertenecía a las fuerzas armadas o al régimen. Durante siglos, ésta ha sido y es nuestra tierra y no la abandonaremos. Se equivocan las potencias extranjeras cuando fomentan el éxodo. Lo que hay que hacer es ayudar a los cristianos para que sigan en sus pueblos. En Siria, las comunidades habían convivido sin el espíritu confesional tan exacerbado del Líbano”.
Todos me recomiendan regresar al hotel antes que anochezca. Sentado delante de una mesa de mármol de la cafetería La Habana-anticuada y vacía cafetería de los tiempos de los intelectuales ‘progresistas’ del Baas- de la avenida 25 de mayo, contemplo a través de las cristaleras cómo obreros municipales colocan grandes bloques de cemento armado para proteger el frontero edificio del gobernador de Damasco. Al otro extremo de la céntrica avenida, la mole del Banco Central ha sido resguardada ante posibles atentados, con grandes camiones cisterna de agua. La estación del Hedjaz está en la otra punta. El terror golpea Damasco y sus habitantes se encierran de noche en sus casas. Languidecen las pequeñas y modestas salas de cine vecinas como Al Ahram, Al Dunia, Al Zahara, de cutres asientos y filmes rancios.
Me cuesta encontrar un taxi que me lleve a Bab Tuma. En este barrio tan entrañable, a lo largo de la Vía Recta, aun pasean grupos de noctámbulos. Al penetrar en el restaurante L’Oriental cabe al patriarcado melquita, la explosión de alegría de una fiesta de mujeres escotadas, de ceñidas minifaldas, de elegantes trajes largos, enjoyadas y maquilladas, de caballeros endomingados y con corbata, de adolescentes que frenéticamente bailan entre las mesas ritmos americanos, me deja boquiabierto. Una pareja de novios celebran ostentosamente su banquete nupcial bebiendo champán, bésandose con pasión ante los flashes de las cámaras fotográficas, de los teléfonos móviles de los comensales. Encaramado en el brocal de un surtidor de mosaico, el novio, exaltado, entonando patrióticas canciones dedicadas a Siria, a su ejército, blandía la bandera nacional. “Siria es fuerte, ¡viva Rusia!” clamaban los invitados, ya muy avanzada la medianoche del domingo.
Tomás Alcoverro


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