Un iraquí dibujó la crónica clandestina bajo el reinado del EI
AFP (Agencia France-Presse)
Hammam al-Alil, Irak. - Durante dos años y medio, Mustafa pintó de noche, en secreto, la violencia que había visto de día, desafiando, con su pincel y sus lápices, a las prohibiciones yihadistas para dar testimonio de la brutalidad del reinado del grupo Estado Islámico.
El cuerpo ensangrentado de un hombre colgado de un pie, otro tumbado sobre un mar de sangre con su cabeza cortada colocada en su espalda, una mujer con la cara quemada con ácido, un niño tuerto... Los 240 dibujos y pinturas de Mustafa al Thai parecen el museo de los horrores.
Estas pinturas las realizó entre junio de 2014, cuando el EI se apoderó de grandes territorios en Irak, y finales de 2016, cuando su ciudad de Hammam al Alil, en el norte de Irak, fue reconquistada por las fuerzas iraquíes que intentan actualmente expulsar por completo a los yihadistas de la gran ciudad de Mosul, más al norte.
"El EI es el enemigo de las artes, el enemigo de la vida, así que me dije que cada vez que viese uno de sus crímenes (...) lo relataría", cuenta este reparador de hornos y calderas de 58 años.
"No había periodistas y no autorizaban las fotos, así que memorizaba la imagen en mi cabeza y por la noche, en casa, pintaba", continúa este "adicto" al dibujo desde la infancia.
"El ejército lucha contra el EI con armas. Yo, con mi pincel, mis colores, mis dibujos, mis pinturas", resume, sentado con las piernas cruzadas en su salón, y con su tabla de dibujo sobre las rodillas.
En una época en la que el arte estaba prohibido y el material de dibujo era imposible de encontrar, Mustafa utilizó sus antiguas pinturas, papeles y lápices para "resistir".
El trazo es simple, colorido, pero cada dibujo relata un drama.
"Esta niña, es una cristiana", explica mostrando el retrato de una niña llorando que conoció cuando se encontraba en el hospital.
"Se la llevaron cuando tenía 12 años. La casaron con uno de ellos, que se la dejó a otro, con la que la casaron... así cuatro o cinco veces", continúa.
"Estaba llorando. Tenía moretones en la cara, heridas en las manos y en el cuerpo. Tomé una hoja de mi historial médico, y la dibujé", añade.
Mustafa enseña otro boceto que representa a un hombre, con los ojos vendados y las manos atadas, atado a un poste.
"Le capturaron, le dispararon a las piernas, después en el cuerpo. Le ataron a un poste eléctrico y lo ejecutaron, después de haberle torturado", relata.
Mustafa cuenta que se vio obligado a confiar sus dibujos a un amigo que los escondía en su coche, porque los yihadistas tienen una interpretación rigorista del islam prohibiendo cualquier representación humana.
Piensa que a veces han podido verle, especialmente cuando aprovechaba la luz del día. "El EI vino varias veces a mi casa, no encontraron nada", afirma.
Como esa noche en la que llegó la policía religiosa. "Me dijeron que querían mis pinturas y mis caligrafías. Me llevaron al desierto. (...) Me pegaron, me ataron las piernas a su coche y arrancaron. Yo recitaba versos del Corán en voz alta", cuenta.
Mustafa dice que fue encarcelado debido a sus pinturas, "45 días en total", y condenado a latigazos. "Me acusaban de ser un laico y un apostata".
Pero cada una de las veces, este abuelo de siete nietos, perseveró. "No puedo renunciar a la pintura. Es mi adicción, me calma. Yo no fumo, dibujo", lanza, con una expresión alegre detrás de sus gafas.
"Cuando pasé 15 días en prisión, encontré una pila, la rompí para recuperar el polvo de carbón del interior y pinté en la pared. Cuando los guardias lo vieron, me hicieron lamer la pared para borrarlo", recuerda.
Hoy, Mustafa guarda sus pinturas en cajas de cartón, como testimonio. Y ahora pinta "de todo". "Lo que tengo enfrente de mí, lo que considero bonito", concluye.
Estas pinturas las realizó entre junio de 2014, cuando el EI se apoderó de grandes territorios en Irak, y finales de 2016, cuando su ciudad de Hammam al Alil, en el norte de Irak, fue reconquistada por las fuerzas iraquíes que intentan actualmente expulsar por completo a los yihadistas de la gran ciudad de Mosul, más al norte.
"El EI es el enemigo de las artes, el enemigo de la vida, así que me dije que cada vez que viese uno de sus crímenes (...) lo relataría", cuenta este reparador de hornos y calderas de 58 años.
"No había periodistas y no autorizaban las fotos, así que memorizaba la imagen en mi cabeza y por la noche, en casa, pintaba", continúa este "adicto" al dibujo desde la infancia.
"El ejército lucha contra el EI con armas. Yo, con mi pincel, mis colores, mis dibujos, mis pinturas", resume, sentado con las piernas cruzadas en su salón, y con su tabla de dibujo sobre las rodillas.
- 'Resistir' -
En una época en la que el arte estaba prohibido y el material de dibujo era imposible de encontrar, Mustafa utilizó sus antiguas pinturas, papeles y lápices para "resistir".
El trazo es simple, colorido, pero cada dibujo relata un drama.
"Esta niña, es una cristiana", explica mostrando el retrato de una niña llorando que conoció cuando se encontraba en el hospital.
"Se la llevaron cuando tenía 12 años. La casaron con uno de ellos, que se la dejó a otro, con la que la casaron... así cuatro o cinco veces", continúa.
"Estaba llorando. Tenía moretones en la cara, heridas en las manos y en el cuerpo. Tomé una hoja de mi historial médico, y la dibujé", añade.
Mustafa enseña otro boceto que representa a un hombre, con los ojos vendados y las manos atadas, atado a un poste.
"Le capturaron, le dispararon a las piernas, después en el cuerpo. Le ataron a un poste eléctrico y lo ejecutaron, después de haberle torturado", relata.
Mustafa cuenta que se vio obligado a confiar sus dibujos a un amigo que los escondía en su coche, porque los yihadistas tienen una interpretación rigorista del islam prohibiendo cualquier representación humana.
Piensa que a veces han podido verle, especialmente cuando aprovechaba la luz del día. "El EI vino varias veces a mi casa, no encontraron nada", afirma.
- 'Adicción' -
Como esa noche en la que llegó la policía religiosa. "Me dijeron que querían mis pinturas y mis caligrafías. Me llevaron al desierto. (...) Me pegaron, me ataron las piernas a su coche y arrancaron. Yo recitaba versos del Corán en voz alta", cuenta.
Mustafa dice que fue encarcelado debido a sus pinturas, "45 días en total", y condenado a latigazos. "Me acusaban de ser un laico y un apostata".
Pero cada una de las veces, este abuelo de siete nietos, perseveró. "No puedo renunciar a la pintura. Es mi adicción, me calma. Yo no fumo, dibujo", lanza, con una expresión alegre detrás de sus gafas.
"Cuando pasé 15 días en prisión, encontré una pila, la rompí para recuperar el polvo de carbón del interior y pinté en la pared. Cuando los guardias lo vieron, me hicieron lamer la pared para borrarlo", recuerda.
Hoy, Mustafa guarda sus pinturas en cajas de cartón, como testimonio. Y ahora pinta "de todo". "Lo que tengo enfrente de mí, lo que considero bonito", concluye.