Una nueva izquierda? ( 2 de 2 )
Clarín, Argentina
Nacionalismo, indigenismo, anticapitalismo, forman parte de la retórica de la mayoría de los actuales mandatarios regionales. Sin embargo, en la práctica, ninguno de ellos se propone salir del sistema y la "revolución" es una categoría del siglo pasado.
Natanson propone evaluar a los gobiernos de izquierda a partir de lo conseguido en la lucha contra la pobreza y la desigualdad, lo que arroja un resultado agridulce. Mientras la profundización de los programas de transferencia de renta ya aplicados en los '90 mejoró parcialmente la situación de los más pobres, en términos de reducción de la brecha entre ricos y pobres los resultados no son alentadores en un continente marcado por la desigualdad.
Para Saint-Upéry detrás de la retórica socialista se está pintando de "rojo-rojito" –como dicen los venezolanos– una reprimarización dependentista de las economías sudamericanas, y por eso no resultaría casual que las fronteras de los gobiernos más "antiimperialistas" coincidan con la de los países ricos en hidrocarburos: Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde las izquierdas gubernamentales tienen poco que festejar ante la crisis del capitalismo global. "Sarah Palin, la gobernadora y compañera de fórmula de John McCain, se peleó con las trasnacionales para aumentar a 3.200 dólares el cheque que cada año los habitantes de Alaska pasan a retirar por el correo como 'su' parte de la renta petrolera y a nadie se le ocurriría que Alaska es un estado socialista del siglo XXI", argumenta el autor de El sueño de Bolívar .
El caso venezolano es aleccionador: Natanson destaca que si bien la economía no petrolera creció, lo hizo al estilo saudita: la construcción o las finanzas se expandieron ostensiblemente pero como resultado del propio boom petrolero (el 70% de las exportaciones son oro negro y se dirigen en un 80% a Estados Unidos), más que como producto de una renovada diversificación económica. Además, la revolución bolivariana tiene como sustrato una cultura de consumismo desenfrenado de la que no está excluida la nueva "boliburguesía", con discotecas que rifan operaciones de senos a chicas de 15 años y consumos récord mundial de whisky importado, lo que llevó al propio Chávez a preguntarse: "¿Qué revolución es esta, pues, la del whisky y las Hummer?". Y las propias bases bolivarianas hablan de una "derecha endógena" que busca frenar el avance hacia la radicalización de la revolución y crear una nueva casta burocrática-empresarial.
Ilusión de progreso
Con todo, el peso del Estado en las economías latinoamericanas ha aumentado considerablemente –es visible por ejemplo en la renegociación de los contratos petroleros en Bolivia, mejorando notablemente el flujo de caja del Estado–, y hay consenso en que los recursos naturales no deben quedar librados al mercado. Pero subsiste lo que la socióloga Maristella Svampa denomina "ilusión desarrollista", parcialmente discutida –sólo en el caso ecuatoriano–, por un ala ambientalista del gobierno que busca complejizar las nociones de desarrollo y evitar caer en una suerte de neodesarrollismo asistencialista.
En el caso de Brasil, la discusión se centra en gran medida acerca de si el de Lula es un "gobierno en disputa", entre tendencias keynesianas-desarrollistas y tendencias neoliberales o, como sostiene una parte de la izquierda decepcionada, es una administración abiertamente neoliberal, sostenida en la ortodoxia financiera y los agro negocios, con políticas asistenciales de contención.
Pero hay dos temas que hacen cortocircuito a la hora de defenestrar al ex obrero metalúrgico de la galería de nuevos izquierdistas. En primer lugar, suele señalarse que fue Brasil el que puso punto final al proyecto estadounidense de Area de Libre Comercio de las Américas y es uno de los más firmes impulsores de la Unión de Naciones de América del Sur, fuerte contrapeso de Washington en la región. Y en segundo término, el hecho de que los propios movimientos sociales brasileños, como el radical Movimiento Sin Tierra, no terminen de romper con el gobierno.
El extremo Occidente
Más complejo es el caso argentino, donde el "peronismo infinito", al decir de Svampa, desafía cualquier fórmula fácil: lo cierto es que el matrimonio Kirchner parece actuar pragmáticamente en función de la coyuntura más que imaginar proyectos "ideológicos" de cambio social. Incluso, recientemente, los máximos defensores de la idea del "gobierno en disputa" –la organización Libres del Sur– abandonaron el gobierno por considerar que el proyecto K volvió a recostarse en el aparato del PJ en detrimento de un proyecto renovador de centroizquierda, en el marco de una economía sostenida en la explotación intensiva de recursos naturales (soja, petróleo, minería, etc.), sin contemplar sus efectos socioambientales ni crear patrones redistributivos sólidos.
En este marco, los proyectos "refundacionales", sobre todo con las Asambleas Constituyentes en el área andina, y la activa participación de movimientos sociales, indígenas y afros contra el "colonialismo interno", ponen en cuestión la democracia formal en favor de formas de participación social más amplia y efectiva. Y no dejan de augurar una secuencia política de largo plazo y, en paralelo, nuevos paradigmas comprensivos producidos por la multifacética izquierda continental, con la consiguiente puesta en cuestión del prolongado letargo "posmoderno" y la reposición de la política como una apelación a la lucha por un destino común.
En una coyuntura continental que combina sorpresas con resonantes déjà vu , resta aún calibrar si en el actual "giro a la izquierda" predominan las rupturas o las continuidades, escapando al mito del "buen salvaje" que –en palabras de Saint-Upéry– transforma a América Latina en el "extremo Occidente". O, dicho de otra forma, en el continente de la esperanza a bajo precio para la debilitada izquierda del "primer mundo".
Bruno Fornillo y Pablo Stefanoni