¿Y si cambia Cambiemos?

Clarín, Argentina

Buenos Aires, Argentina. - Si esta semana que comienza el Gobierno no cambia, en pocas semanas no va a haber gobierno para cambiar. La frase, quizás demasiado admonitoria, no intenta ser una advertencia sino una descripción: gobernar es dirigir o inducir variables y cambios, y hace un tiempo que el Gobierno está lejos de manejar los hechos que se producen.

Siempre existe el azar, pero cuando el azar es lo único que existe, el problema es grave. Hoy el Gobierno está rodeado de situaciones que no maneja. A tal punto que hasta las buenas noticias se transformaron en malas: por primera vez en la historia el Poder Judicial actuó con rapidez e independencia, y la denuncia de los cuadernos –un hito en la historia argentina- se transformó en un remolino que nadie sabe dónde puede terminar: un remolino que también puede ser un boomerang si se investiga la Patria Contratista desde su nacimiento en épocas de Menem.
En cualquier caso la verdad libera, o sana, pero mientras tanto los bancos paralizaron todo crédito destinado a la obra pública, sobreactuando una moral que solo muestran cuando se los sorprende in fraganti. El discurso de poco más de un minuto del Presidente que desencadenó la última corrida cambiaria fue la síntesis de la falta de brújula oficial, y hasta ahora no se conoce quiénes fueron los responsables de tal desacierto. Ningún presidente toca un timbre y sale por cadena nacional: alguien previó, convocó y ordenó el mensaje.
¿Una persona en su sano juicio puede creer que un mensaje de poco más de un minuto puede ser efectivo? ¿Fue un experimento de vanguardia? La reacción del gabinete no fue muy solidaria; todos le echaron la culpa a Macri, y Macri calló. En cualquier caso el silencio posterior al discurso fallido alimentó el vendaval: recién a la noche Dujovne murmuró unas declaraciones y a la mañana siguiente Marcos Peña dijo que vivimos en Disneylandia. Desde Estados Unidos llegaba que la idea era dar un mensaje privado a los bonistas, pero se entendió mal y el Gobierno lo hizo público y adelantó, a la vez, un acuerdo con el Fondo que se solicitó pero no estaba cerrado. Nadie estaba diciendo la verdad: el primer acuerdo con el Fondo no puede cumplirse y se necesita un segundo. La plata no alcanza y ellos son, hoy, los únicos que nos prestan. El problema, desde nuestro lado, sigue siendo el mismo: qué ajustar y cómo, y con qué consenso.
Cerca de la aprobación del Presupuesto, el Gobierno vio en la discusión con los gobernadores la posibilidad de ajustar unos puntos pero manteniendo para sí los ATN, esto es los aportes discrecionales del Tesoro: antes de las elecciones qué mejor que dar a quien uno tiene ganas. La visión extrema de esta posición es, directamente, que el acuerdo fracase y se repita el Presupuesto del año pasado. Más discrecionalidad, pero peor visto hacia el afuera.
El problema no es el ajuste en sí sino las proporciones que le tocarán a cada uno; así visto, muchos de los recortes del Gobierno no son proporcionales. Hay todavía mucho dinero que sacar de donde lo hay. Muchas de la promesas de reducir subsidios ridículos y jubilaciones especiales quedaron en meras denuncias de prensa y nunca se implementaron.
Es lógico que frente al ajuste cada uno defienda lo suyo, pero eso, a la vez, lo vuelve imposible. Por eso llevamos más de un año diciendo en estas páginas que la obligación del liderazgo político es consensuar los “aportes” de todos. Y son los que más tienen los obligados a realizar mayores aportes en una situación urgente. Nadie está discutiendo acá donde salir de vacaciones, sino como vivir todos los días. Mientras el aluvión sucede, algunos se frotan las manos: en un tiempo los activos argentinos ya estarán mas baratos que nunca y podrán hacer grandes negocios. Se equivocan quienes piensan que este es un problema que Macri, solo, debe afrontar.

Jorge Lanata


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