El corresponsal como escritor


STANFORD. - He vivido casi cincuenta años como corresponsal en el extranjero, sobre todo en Beirut. He tenido la suerte de ejercer de corresponsal ¨titulado¨ -atitrée dicen los franceses- ininterrumpidamente desde 1970. Fue una época dorada de la profesión sobre la que Lluís Foix escibió su texto Su excelencia el corresponsal. Era cuando los corresponsales eran ‘los ojos y los oídos’ de los medios informativos, contaban con la confianza de sus directores, incluso de los propietarios, la admiración de la Redacción.



Beirut
Beirut

Recuerdo que en la década de los sesenta, las cortas visitas de Augusto Assía, Angel Zúñiga que escribía sobre cine y Gente -people – desde Nueva York, Carlos Sentís, Tristán La Rosa, el muy olvidado Cristóbal Tamayo, el primero en escribir en la prensa española sobre los kurdos de las montañas del Irak, a La Vanguardia, eran acontecimientos en la monotonía de nuestro anónimo trabajo en la redacción. Además de alcanzar un estatuto profesional envidiable, la remuneración de aquellos años era atractiva. Al empezar mi aventura de corresponsal en otoño de 1970 cobraba mil dólares mensuales, cuatro veces más mi sueldo de redactor en España. El corresponsal gozaba de una cierta aureola social.

Durante el franquismo, España fue un país, al principio, pobre y sobre todo ensimismado. Pocos eran los que podían viajar al extranjero, los que sabían hablar alguna lengua como el francés o el inglés. Los corresponsales eran ciudadanos privilegiados que vivían en un ambiente de libertad en los países democráticos. Algunos participaron en París, Londres, Washington, en plataformas e iniciativas políticas para combatir la dictadura.

El tiempo fluye. Está muy de moda hablar de la irremisible extinción del corresponsal clásico, con una situación garantizada. La pavorosa crisis económica más que todas las nuevas tecnologías, más que la dictadura del instante, de la información como espectáculo, han dado al traste con una profesión atípica que había sido liberal, un tanto, excéntrica y elitista. Hubo corresponsales en España, desde Julio Camba o Josep Pla, de gran valor literario. Modesto ‘escritor en periódicos’ -la denominación que acuñó otro destacado y popular cronista, César González Ruano-, creo que si la prensa escrita puede salvarse es por la calidad de sus reportajes, de sus artículos, de sus informaciones. Reivindico el estilo literario de la crónica, un género cultivado por descollantes periodistas.

Me he convertido en eslabón de una larga tradición de corresponsales de España en el extranjero. El editor de mi primer libro de crónicas lo tituló El decano, y así es como gustan, a menudo, llamarme, por los años y leguas de mi carrera ilusionada. ¨Cuando hay más información que conocimiento -como ha escrito Vargas Llosa en La civilización del espectáculo- cuando el esfuerzo de escribir, leer, o simplemente de cultivar la memoria, se debilitan nosotros, los supervivientes, podemos ser todavía útiles.

Al entrar en la sección Internacional sabía que podría ser algún día corresponsal porque mi periódico mantenía desde hacia muchos años su red permanente de corresponsales en el extranjero. La información internacional ha sido prioridad de esta empresa, una empresa familiar, de talante liberal, abierta al mundo. El hecho que su sede central no estuviese en Madrid sino en Barcelona le ha dado mayor margen de libertad, muy patente durante la dictadura franquista.

Beirut, mi ciudad

He hecho de Beirut, mi ciudad. No me considero corresponsal de guerras aunque he sido testigo de muchas, sobre todo de la larga guerra civil libanesa de 1975 a 1990. Las guerras no se acaban porque nacen de una pulsión humana muy profunda. Los corresponsales de guerra son necesarios para denunciar a los cuatro vientos sus crueldades. La guerra permite al periodista ejercer su capacidad creativa, ponerse a prueba en situaciones límite, ahondar en la condición humana, disponer de más papel, de más espacio, de más tiempo para narrar… La lucha por el espacio vital impreso, en mi caso, es la extenuante lucha diaria de los periodistas, desde el principio hasta hoy. Por eso el tema de la descripción de la guerra, permite a los corresponsales expresar su capacidad descriptiva. Pero no hay que reducir su valor periodístico y literario a los que solo se dedican a escribir sobre los campos de batalla. El oficio de periodista le fuerza a escribir cumpliendo estrictas medidas impuestas de espacio y de tiempo. ¡Ay qué lejos quedan! los tiempos de cronistas que ahora tanto admiramos como Gaziel, del que en seguida les hablaré, cuando podían disponer de amplio espacio en las páginas de mi periódico. Hace años escribo mi blog Diario de Beirut en la pagina web de La Vanguardia, que me ha permitido publicar más temas con plena libertad, ampliar el ámbito de mis lectores, además de conocerles.

En mi caso, la elección del Oriente Medio como tema ha sido vocacional, nacido de mi interés sobre este apasionante mundo en efervescencia, y también porque permite describir, tratar asuntos menos conocidos, intentar una desafiante interpretación de su realidad.

Durante la guerra del Líbano, escribí una crónica en la que ponía de relieve la calidad del periodista como testigo de lo que ocurría a su alrededor, titulada El paraíso infernal de los periodistas del 24 de noviembre de 1984. ¨En Beirut –escribía- nadie es anónimo y todos se sienten protagonistas. Eso tan fungible, tan perecedero que es la noticia, lo que en general acontece al prójimo, zarandea al ¨otro¨, en Beirut se hace algo carnal, íntimo, concierne a todos, a cada uno, a mi mismo. En Beirut, ¡dicha de las dichas!, la noticia soy yo. “No conozco otro lugar en el mundo en el que el periodista tenga el privilegio permanente de poseer una de las condiciones esenciales de su trabajo, la inmediatez. En Beirut, en El Líbano, los lugares son accesibles, y los personajes están al alcance de la mano. Se puede escribir directamente sobre lo que uno ha visto o ha sabido¨. No es sólo un título metafórico el de mi último libro de crónicas La Historia desde mi balcón,  porque mi vecindad con el paredaño Hotel Commodore me ha permitido ser testigo directo de muchos acontecimientos.

La nostalgia de las largas guerras de Beirut provocó que algunos colegas, al concluir su tiempo de quince años, se dirigiesen impacientemente a describir, a cubrir, las guerras que empezaban en Sarajevo, en los Balcanes… Yo me he quedado en Beirut. En mi crónica del verano de 1982  Beirut pólvora y jazmín escribí: ¨Beirut por todo esto, porque estalla en el aire como un castillo de fuegos artificiales y queda agarrada firme en la orilla del mar, porque es la frontera entre todos los sentimientos y esto tan superficial que son las ideas, porque es el infierno, la imaginación, la ternura y la esperanza. Beirut porque cada día parece morirse irremisiblemente y surge después en otra aurora roja, porque todos la desahucian y nadie la arranca del corazón, Beirut es, y no la he elegido, mi ciudad.”

 El recuerdo de Gaziel

En la sección de Internacional, en La Vanguardia, el recuerdo de Gaziel, seudónimo de Agustí Calvet, se ha hecho más vivo en el centenario de su nacimiento. Cuando tenía 28 años estudiaba en París, y aspiraba a ser catedrático de Filosofía. Comenzó escribir en La Vanguardia convirtiéndose en el gran corresponsal de la Primera Guerra Mundial, y según algunos historiadores del periodismo en el que mejor la narró.

Como era español sus escritos no eran censurados al publicarse. Gracias a una guerra se inició en el periodismo, y a consecuencia de otra, la guerra civil española de 1936 a 1939, tuvo que abandonarlo, cuando era director del periódico.

Me gusta citar una frase del gran escritor y periodista Josep Pla que escribió primero en catalán y después también en castellano, tras la victoria del general Franco, que dice ¨que es más difícil describir que opinar¨.

Las crónicas del joven Gaziel que él llamaba ¨mamotretos¨, eran muy largas, de una extensión ahora desmesurada en la prensa escrita, que a menudo necesitaban días para llegar a la redacción. La Primera Guerra Mundial le permitió descubrir sus aptitudes para el periodismo, saber que poseía una gracia para agradar a cierto tipo de lectores. Durante aquel tiempo publicó centenares de crónicas, recogidas en cuatro libros, además del Diario de un estudiante en París, titulados En las líneas del fuego en 1917, o el Año de Verdún en 1918. Su éxito fue tan fulminante que La Vanguardia casi duplicó su tirada que en 1913 era de 58.000 ejemplares y en 1918 de 100.000. Al principio se dedicó al periodismo ¨propanis lucrando¨, porque quería escribir obras de envergadura literaria, filosófica y tenía una vocación universitaria.

En su magnifico trabajo de corresponsal fue ¨prudente, observador y veraz¨ como dice su biógrafo Manuel Llanas.

Un gran hombre de letras de la época, Eugeni d’Ors, escribió ¨que es el periodista más que el filósofo quien puede mejor captar las palpitaciones del tiempo¨, siempre que sepa escribir ¨gacetillas de eternidades, que haga una información de ideas, o todavía mejor de almas¨.

Las crónicas de guerra de Gaziel describen escenas como la muerte de un soldado francés en una trinchera, los bombardeos del frente, la vida de las poblaciones de la retaguardia. Se esfuerza en captar las emociones con la misma vivacidad y rapidez que brotaban en su mente. Reflejan la tensión entre periodismo y literatura en su búsqueda de las palabras, a menudo anhelante, contra el tiempo, hasta conseguir su composición final.

A veces muestra su hastío ante las matanzas, denuncia a los que ¨gozan del panorama macabro como un teatro la guerra¨, ¨la avidez del público lector por las novedades espectaculares¨. Adapta su estilo y escribe crónicas más breves con sus apuntes y esbozos. Al principio de su trabajo, dirigiéndose al lector, escribe ¨que no todo ha de ser en mis crónicas cuestión de grata amenidad y de leve y fugaz literatura. Al lado de la visión de los campos de batalla, de los personajes curiosos que encuentro a mi paso, pondremos un ancho margen para las altas ideas, y los fecundos planes de gobierno, y así tu tendrás un conocimiento integral de los sucesos y mis páginas serán a manera de un vasto panorama de estas tierras heroicas en el que vendrán mezclados en la debida proporción y equilibrio, lo útil, lo profundo y lo agradable¨.

En el libro La revancha del reportero publicado en el 2007 por Plàcid Garcia-Planas, brillante enviado especial surgido de este plantel inmarchitable de corresponsales de la sección Internacional de mi periódico, traza la historia de estos periodistas trabajando en paises en guerra. Empieza con José Boada que ya en 1893 narró la guerra del Margallo entre el ejército español y los rifeños marroquíes de Melilla; el ya citado Gaziel; continuando con otro gran corresponsal olvidado de la Primera Guerras Mundial, Enrique Domínguez Rodiño; Francisco Carrasco de la Rubia, que escribió en el frente de los Monegros durante la guerra civil española; Carlos Sentís que fue uno de los primeros periodistas en visitar el campo de exterminio de Dachau, liberado por los soldados estadounideses en 1945; Javier María de Padilla en 1968 durante la Guerra del Vietnam -¨ me he llevado la maquina de escribir al lado de la ventana y escribo a la vez que se desarrollaba la escena. Ya sé cómo mueren los periodistas¨, apunta mientras guerrilleros del Vietcong y soldados estadounidenses combaten delante de su hotel un día de 1968 en Saigón. El libro En pos de guerras muertas concluye en el verano del 2006 en Beirut cuando el estallido de la guerra de Israel y el Hezbollah, y evoca mis crónicas escritas en la guerra civil libanesa de 1975 a 1990.

¨Lo que no es tradición es plagio¨ escribió Eugeni d’Ors y en La Vanguardia se han hecho nuevos corresponsales con voluntad de estilo literario, como Enric Juliana antes corresponsal en Roma y ahora en Madrid, como Joaquín Luna que trabajó en Hong Kong, Washington, París y ha iniciado hace pocos meses su trabajo de columnista con original mirada y prosa moderna y bien asentada. Los recientes libros de Juliana sobre las Españas, han sido apreciados como ensayos históricos de valor literario.

¨¿Cómo se escribe el miedo, cómo se describe un cadáver, cómo adjetivizar la oscuridad, cómo puntuar la muerte?¨ pregunta en el epílogo de su interesante libro que es historia y reflexión sobre unos periodistas de varias épocas de la misma redacción y del mismo periódico. Su reciente libro sobre González Ruano es texto de investigación periodística de calidad literaria.

Josep Carner

Cando llegué a Beirut al principio de la década de los setenta conocí a Sidi del Burgo, hombre vivaracho, cordial, que hacía años trabajaba como canciller en la Embajada de España. Del Burgo, judío sefardita, vivió en El Líbano hasta que, ya jubilado, y en el tiempo de la guerra, se fue al Canadá donde residían sus hijos. Los judíos de Beirut habían formado una comunidad próspera, contaban con una sinagoga en el centro de la capital, en el barrio de Wadi Abu Jmil, cerrada pero que sigue en pie; una escuela muy cerca del hotel Omnar Kahayam, en donde yo pasé mis primeros meses en la capital libanesa, ahora desaparecido, como todo este barrio, bajo las excavadoras de la empresa Solider y de sus planes de reconstrucción urbana.

Del Burgo ya trabajaba en el consulado español antes de la independencia de esta república en 1943, donde estuvo destinado desde febrero de 1935 hasta septiembre de 1936 Josep Carner, al que evocaba con simpatía.

Cada mañana cuando llegaba a la cancillería -la oficina y la vivienda del cónsul estaban en el mismo edificio cerca de la misión diplomática francesa- encontraba al poeta en pijama, pergeñando su artículo que enviaba al diario La Publicitat. “Me interesa más escribir al artículo ¿sabe usted? -le decía Carner-, que el sueldo de cónsul. Por cada uno me pagan cien pesetas.”

Transcurría la mañana plácidamente. La casa que habitó Carner, el edificio Gandur, era un hermoso inmueble de dos plantas, rodeado de una verja de hierro con vistas sobre el mar. Su fachada con un gracioso balcón cubierto de ventanas ojivales de esta peculiar arquitectura libanesa de influencia italiana, ahora de una elegancia un poco antigua, daba a una animada calle por donde circulaba el tranvía que atravesaba un barrio alegre, sereno, en el que había villas con espaciosos jardines como el que albergaba la representación de Francia.

-Como teníamos poco trabajo -me contaba el canciller- pasábamos horas hablando. Me maravillaba la gracia de su conversación. Hablaba de todo. Era un hombre muy culto. A menudo discutíamos de política porque el era un fervoroso republicano y yo era monárquico. Recuerdo que algunos días visitaba a un joven, Mohamad Faallallah, que más tarde sería embajador del Líbano, y que traducía El Corán al francés. Carner tenía entonces el proyecto de vertirlo al catalán. Faallallah leía pasajes del libro e iba tomando notas. Además trató mucho al que había sido cónsul de los Paises Bajos, el señor Patrice Camilliere.

Sidi del Burgo me contaba pequeñas anécdotas de su estancia en Beirut en un ambiente de serenidad, de gozo creador, hasta la muerte de su esposa, Carmen de Osa, hija de un diplomático chileno, enterrada en la ciudad. Pilar Viciana, enamorada del Oriente levantino, consiguió despues de amables peripecias dar con su acta de defunción en una iglesia católica del barrio de Badaro en el este de Beirut. El documento lleva la fecha de 26 de octubre de 1935. El cementerio, un cementerio marino de Zeitune, fue desahuciado antes de 1970.

A lo largo de su estancia escribió para La Publicitat artículos hermosos, sutiles, incisivos, recogidos en el libro del Pròxim Orient. Para un hombre de 1900 como Carner, aficionado a la medida humana de las cosas, El Líbano de entonces no podía sino encajar muy bien en su sensibilidad. Escribió sobre El Líbano muchos artículos, tambien le atrajo Siria, la ciudad de Damasco, y se interesó con seriedad por la cuestión palestina que comenzaba a agravarse con la llegada de las primeras “alias” o emigraciones de judíos procedentes de Europa Ortiental.

Carner se encontraba a gusto en Beirut. Gracias al consulado pudo conocer la “buena sociedad” libanesa de la época. No fue Carner un hombre de vida mundana. Prefería tratar con gente amante de la literatura. En sus artículos, a veces poemas en prosa, se refleja la vida de las colonias extranjeras de aquel tiempo. Sus interlocutores acostumbraban a ser patriarcas, obispos, diplomáticos, damas elegantes, miembros de la burguesía.

Su curiosidad, su interés le hacían llegar, por encima de estas limitaciones de clase, al pueblo libanés. Las notas descriptivas que compuso, la finura con que supo penetrar en su psicología y en sus costumbres, el cuidado siempre vigilante que tuvo para comprender su vida, hacen que Carner, con relativamente pocas páginas escritas en torno al moderno Oriente Medio -alrededor de setenta artículos-, sea uno de sus intérpretes europeos más atinados.

La tranquila contemplación de uno de los vecinos árboles floridos le recordaba el Sant Gervasi de Barcelona: “Tot l’any se’m ha mostrat constel·lat de flors vermelles, sorgeix d’una tàpia, decora el jardí d’un general. Pel costat veig passar militars francesos o be els seus auxiliars d’altres pobles africans o senegalesos. Mai veig una noia xina, malaya o india com als poemes o contes on vaig aprendre a estimar el granat florit amb l’il·lusio literària. Les dames que invita el molt gentio general van vestides a l’última hora de Paris”.

Hay una parte del Líbano que Carner evoca gustosamente en sus líricas prosas. Es Brumana, Beit Meri, Dur el Chueir… En Brumana alquiló una casa de verano en medio de un bosque de pinos. “El Líban està ple de pobles i poblets que l’ús de les teulades modernes de color sempre fresc els hi dóna la aparènça a qualsevulga hora, vistos a la distància necesària, com si haguessin estat acabats de construir”.

En un artículo titulado El balcó i la boira donde escribe que “Al migdia al Líban no hi ha colors sino tan sols llum i linea”, hace la elegía de la última cigarra que todavía oye cantar al final del verano, cuando andaba por la carretera de Brumana a Beit Meri.

Otro de los paisajes que supo apreciar fue el del litoral mediterráneo, camino hacia Saida. “M’és dolc d’anar tot avançant per la carretera de Saida, entre aquet bell olivar poc distant de Beirut, vorejant d’una banda per un estrep del Líban ple de casetes polides en graunada, i de l’altre banda pel mar. D’aquests paratges creien els grecs haver rebut el primer tany d’olivera dut de la Fenícia al temple epirota de Zeus. La nostra religió, la nostra estètica són el blat, la vinya i l’olivera. La costa fenícia era mediterrània pero no pas asiàtica i mes aviat semblava una illa entre Asia, Africa i Europa”.

Y en tono profético escribía: “Ningú no coneix l’esdevenidor de aquestes riberes sol·licitades per un retòric panarabisme que es nodreix, sobre tot, de vanitat i d’ignorància. Pero jo estic segur -basta de veure aquestes oliveres del cami de Saida que si algun cop ve a manar ací, in asssimilat, un veritable àrab del Hedjaz o del Yemen, serà tingut per més estrany que no pas un turc”.

De Beirut le llaman la atención el número de comunidades confesionales, de patriarcas, los tipos pintorescos como aquel bandido llamado Fuad Ayame, un gentleman educado en la Universidad Americana que robaba a los ricos en provecho de los pobres, los viejos narradores o “jakauati” de cuentos que relataban sus historias en las desvencijadas cafeterías, en el dédalo de callecitas en torno al Serrallo, entonces sede del alto comisario francés, las peripecias de unos locos que iban en peregrinación a La Meca…

En una palabra, el encanto, la diversidad espontánea de la vida del Oriente, de este Oriente cuyas “ciudades están hechas de perfumes y malos olores” y donde “la suntuosidad se desparrama por el suelo”.

Otros temas que trató siempre con la misma elegancia, con el mismo esfuerzo intelectual, fueron los velos y el fez, los djins o el juego, el retorno de los emigrados, enriquecidos de América, el mal de ojo, una facultad especifica de “les persones d’ulls blaus i dents separades”, o las tempestades de arena sobre Beirut.

Escribió pequeños apólogos sobre el Islam, cuentos de antiguos emires y califas, con frecuencia cita a Gobineau, a Paul Morand, otro diplomático y escritor viajero, a Thomson, a algún clásico de la literatura árabe o de un autor de algún libro importante sobre el Oriente.

Sobre Damasco escribe varios artículos muy hermosos. “Un viatger a dit al parlar de la primavera de Damasc que és tan breu com la donzellesa d’una noia arab”. En otro artículo,Jornades de Damasc, que comienza a hablar de los campos de Siria llenos de anémonas rojas “si queréis de la sangre de Adonis”, Josep Carner se refiere a los acontecimientos políticos del “Gran Bairan” de aquel año, cuando se estaba negociando el futuro de la nación.

Hora es ya que diga que Josep Carner fue un corresponsal magnífico por los artículos y comentarios políticos sobre Oriente Medio, sobre Palestina, que son, seguramente, las informaciones más precisas publicadas, entonces, en la prensa peninsular. Así, después de hablar de la huelga de los zocos de Damasco, escribe que la “idea nacionalista en si misma tiene una influencia occidental. La pura sensibilidad del Próximo Oriente no habría dado panislamismos o panarabismos. ¿Quién hubiese imaginado en los tiempos de aquella administración otomana que gobernó estas tierras, troceándolas por el uso oportuno de los fanatismos religiosos, que en la vigilia del ‘Gran Bairan’ de 1936, las multitudes de Damasco gritaran delirantes ‘Visca la pàtria cristiana i musulmana’”.

Sus opiniones sobre la situación de Palestina son interesantes. Se percata ante todo que Palestina obsesiona a la nación siria. Prevé que, como reacción al sionismo en el mundo mahometano, se popularizará el nacionalismo árabe, e interpreta con gran lucidez, a través de un análisis sociológico, lo que estaba ocurriendo en aquellos años de Palestina debido a la adquisición de terrenos por los judíos sionistas. Los que se beneficiaban de ellas eran los “efendi” o señores feudales, que muchas veces no vivían ni en Jerusalén ni en las otras ciudades palestinas. “La compra de les terres és una estratagema per foragitarlos. Un propietari pot vendre la seva finca però el dret d’una nació a la seva terra és inalienable”.

Los desposeidos son los “fellahs”, los que se rebelan contra los judíos. Su inquietud arrastra a los árabes poderosos, que si no hubiese sido por ella no hubiesen reaccionado con tanta decisión contra el sionismo. Josep Carner, perspicaz observador político, sabe ver la interacción, el juego dialéctico que empezaba a producirse entre judíos y árabes. Y se percata de que con las primeras olas de inmigrantes judíos a Palestina llegó una racha de comunismo agrario que va evolucionando hacia una actitud más burguesa y nacionalista. Fueron los “fellahs” de Palestina, como tantas veces ocurre en la historia, los que recibieron de rechazo la ideología de sus adversarios.

Josep Carner trató en su tiempo de entender el problema del Oriente Medio y exponerlo en la península. He querido referirme a sus opiniones políticas para no dar la impresión que Carner fue sólo un gran poeta, para insistir en el esfuerzo de creación que hizo para profundizar en el mundo árabe. Su paso por el Oriente fue, en este sentido, una prueba de fuego para su sensibilidad y para su inteligencia. Nunca se dejó arrastrar por un mundo de emociones que trastornó a muchos escritores románticos que cultivaron el falso mito del Oriente.

Paul Nizan, en su obra Aden Arabie, lo desmitificó, mostrando su brutal aspecto de la explotación del hombre por el hombre, y del subdesarrollo. A su manera, Carner, con la mesura y la emoción púdicamente contenida, también se esforzó para dar a conocer en Europa una visión más real y menos exuberante del siempre mal conocido Oriente.

Durante su corta estancia en Beirut siguió trabajando en la composición de su gran poema ‘Nabi’, que publicó después en Chile. En uno de sus libros de poesía he encontrado un poema titulado Lamentación de los cedros. Fue otro catalán que amó el Oriente: “Des d’aquestes platges, des d’aquests cims, contemplo el mateix mar de les nostres costes”. El “Príncep dels poetes” de Catalunya escribió: “El desert ha creat el monoteisme que és la flor del pensament humà. La mar és la sustentadora de la unitat del món. És sobre les roques, deixan la mar o sobre la mar, que sou independents”.
Tomás Alcoverro

Lunes, 19 de Mayo 2014
La Vanguardia, Barcelona, España
           


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