El maestro Gabriel Arenas y su traje azul


"Tras certificarse la muerte del maestro Gabriel Arenas en Casablanca, su última voluntad fue respetada. Cuando partió hacia el exilio llevaba puesto un traje azul, un traje que conservaba con gran esmero y cariño, era unos de los pocos bienes, envuelto en un sinfín de recuerdos, que se pudo traer de su tierra. Y había pedido, cuando a menudo salía en las conversaciones familiares el tema de la muerte, que quería ser enterrado con ese traje". Esto es lo escrito en una de las últimas líneas del libro, escrito `por el ceutí José Antonio Pleguezuelo, un libro lleno de vida y de emociones su titulo "El traje azul".



El maestro Gabriel Arenas y su traje azul
El ceutí José Antonio Pleguezuelo, nos vuelve a sorprender con un nuevo libro "El traje azul", donde narra con destreza la vida y la época del maestro Gabriel Arenas. El pasado año salió a la luz otra obra suya de obligada consulta para todos aquellos que deseen saber sobre la vida del pintor Mariano Bertuchi. En esta ocasión el libro está lleno de humanidad y sobretodo de reconocimiento hacia una persona y su familia, que tras los duros golpes de la vida saben salir a flote con dignidad y reconocimiento.
La figura de don Gabriel tiene varias facetas: hijo, esposo, padre, educador, político o masón. De todo ello se hace referencia en este libro. También de sus aficiones y de su forma de ver la vida. No es indudablemente un retrato psicológico, pero sí veremos que a medida que vamos analizando su trayectoria podemos hacernos un fiel esbozo de su perfil.  En principio poco se sabía de don Gabriel. Muchas anécdotas sueltas y un profundo recuerdo, a veces difuso, en la memoria de numerosos sanroqueños. Poco más. A través de este libro abriremos muchas páginas desconocidas de su vida. Desde sus antepasados, sus estudios de magisterio, su muerte en el exilio y su descendencia, que no es poca. Si con su primera mujer tuvo dos hijos que no tuvieron descendencia, con su segunda mujer fueron seis. Dos murieron de párvulo y tres han tenido descendencia: de Ana tres nietas, cinco biznietos y cinco tataranietos; de Isabel cuatro nietos, seis bisnietos y cuatro tataranietos; y de Gabriel ha tenido tres nietos y cinco bisnietos. En definitiva una amplia prole repartida por Europa.
Hijo de maestro -su padre Nicolás se había instalado en San Roque cuando aún reinaba Isabel II- enfocó su vida hacia ese menester. Aunque su padre murió cuando él era muy niño, en su familia había un ambiente encaminado al magisterio. Fue por eso que realizó los estudios por esa vía, aprobando los exámenes de Profesor de Instrucción Primaria en Sevilla; era el año 1894.
Tuvo dos familias. Se casó en 1909 con Francisca Trujillano, con la que le nacieron tres hijos: Nicolás, que murió de párvulo, Nicolás y Pepita. Pero en 1918 falleció su esposa debido a la famosa epidemia de gripe que asoló medio mundo. Tras la muerte de Francisca, que le dejó ciertamente abatido –dimitió de concejal para dedicarse a sus hijos-, tiempo después empezó a convivir con Ana Lara, una joven madre soltera que trabajaba en su casa. Con ella tuvo varios hijos, que no serían reconocidos hasta el año 1935 cuando rehizo el testamento.
Don Gabriel fue una persona muy valorada en los años que vivió en San Roque. Ese respeto se lo ganó día a día en su escuela particular –la que tenía más prestigio en San Roque- a través de un trabajo riguroso y constante que comenzó en los últimos años del siglo XIX. Pero él veía más allá de la educación transmisora de conocimientos; la educación cívica y los valores morales y ciudadanos también formaban parte de su quehacer diario, no sólo en la escuela, también en la calle. Son múltiples las anécdotas que se cuentan sobre esta labor constante y paciente que hacía con sus alumnos. En esa escuela, de nombre San Luis Gonzaga y situada en la plaza de Espartero, formó a centenares de sanroqueños y sanroqueñas, aplicando en la medida de sus posibilidades los fundamentos de la reputada ILE (Institución Libre de Enseñanza), fundada por Giner de los Ríos.
  Tenía una forma de vivir austera, sin banalidades: le gustaba el paseo, la lectura, la música, las plantas... Esa forma de ver la vida la transmitió a su gestión en el Ayuntamiento. No sólo atendía a sus convecinos, también era muy riguroso en cuestiones hacendísticas y festivas. Durante los dos largos años que estuvo al frente de la alcaldía no se celebró ninguna Feria Real, tampoco se celebraron procesiones de Semana Santa: lo primero por motivos económicos y lo segundo por la corriente laica que predominaba en todo el país. Prefirió invertir el poco presupuesto municipal en cuestiones de beneficencia. Esa austeridad también la trasladó a otros ámbitos: procuraba no salir de viaje y mandaba al teniente de alcalde en su representación. Era un hombre de bien, de orden, no le gustaba las alharacas ni el barroquismo.
Prueba de su altura moral fue que recién elegido alcalde se instaló una ola anticlerical en el país y estuvo velando durante nueve días con sus respectivas noches la iglesia parroquial Santa María la Coronada junto a otros miembros del Ayuntamiento y fuerzas del Regimiento Pavía que tenían su cuartel en San Roque. Sobre este particular se ganó el respeto de toda la ciudadanía sanroqueña. En el mundo masónico entró muy tarde, ya tenía sesenta años cuando se afilió a una logia linense. En esa logia tuvo una carrera meteórica hasta llegar al grado de maestro. Pero después se afiliaría a una logia de San Roque, a la que también se apuntó su hijo Nicolás.
 Con el estallido de la Guerra Civil, tras ser detenido y encarcelado, pudo exiliarse a Tánger gracias a que fueron precisamente unos ex alumnos suyos falangistas los que le facilitaron su huída vía Gibraltar. En Tánger trabajó de maestro en la Legación Española. Allí tuvo una hija y también se enteró de la muerte de su hijo mayor Nicolás en el frente de guerra en el verano del 38. Al finalizar la contienda civil tuvo que marcharse de Tánger al publicarse su nombre en el Diario España y viajó hasta Casablanca, la opción de México le pareció una aventura de demasiado calado para su edad, además de no encontrarse bien de salud. En una modestísima casa de un pobre barrio moriría en 1941, a los 69 años, lejos de su patria, rodeado de parte de su familia y con el corazón completamente roto.

El autor del libro


El ceutí José Antonio Pleguezuelos Sánchez, nació en nuestra Ciudad en 1955. Estudia magisterio en la Escuela del Morro y, tras aprobar las oposiciones en 1979, ejerce de maestro en la provincia de Barcelona y en San Roque. Actualmente vive y ejerce su profesión en San Roque, viviendo en esta Ciudad consigue la licenciatura de Geografía e Historia. Actualmente ejerce de profesor en el Instituto Educación Secundaria Antonio Machado de la Línea de la Concepción. Sus primeras investigaciones históricas, que comienzan en el año 1998, se centran en los cambios del Antiguo al Nuevo Régimen que se produjeron en San Roque en la primera mitad del siglo XIX. Fruto de aquellas investigaciones es el trabajo fin de carrera "Medidas contra los liberales (1814-1833), la publicación en 2002 del libro "La Guerra de la Independencia en San Roque" (1808-1814) y varios artículos relacionados con este tema en periódicos y revistas. En 2005 publica "La época de Franco en San Roque", "Las ordenanzas de Gibraltar" en 2006, junto a Adriana Pérez y José Beneroso, y en el mes de abril de 2008 salió a la luz "Mariano Bertuchi y San Roque", que hace un recorrido sobre la vida y obra del pintor granadino. Asimismo, es colaborador habitual de la revista Alameda y publica artículos periódicamente en otras revistas como Almoraima, Cuadernos del Archivo de Ceuta o Lacy. Desde 2007 es miembro del Instituto de Estudios campogibraltareños.


Un libro para la memoria


En principio, Tánger era la parada de un camino que no se sabía a ciencia cierta donde acababa. Por aquellos años esta Ciudad gozaba de un Estatuto Internacional. Varias naciones, entre ellas España, habían firmado el 18 de diciembre de 1923 el Tratado definitorio de "Estatuto de la Zona Internacional de Tánger", experiencia única de administración de una ciudad por parte de varios países. Recién iniciada la Guerra Civil la familia de Gabriel Arenas había partido hacia Tánger vía Gibraltar. Desde esta ciudad las comunicaciones en barco con Tánger eran muy fluidas. Tras los primeros besos, abrazos sonrisas y lágrimas por el reencuentro familiar, se dirigieron a su nuevo "hogar".
El lugar donde vivía su compañera y sus hijos era desolador. Luciano Romero, un antiguo alumno de Gabriel Arenas que vivía en Tánger coincidió con él finalizando el año 36 en el bar Barranco, Don Gabriel estaba sentado en una esquina del salón, y nada más darse cuenta de su presencia le hizo señas, éste lo reconoció, se acercó y lo abrazó con gran efusión. Estuvieron hablando de cómo había podido salir de España gracias a la ayuda de unos discípulos que eran falangistas y que le habían allanado el camino para entrar en Gibraltar.
Nada más instalarse en Tánger, como tantos y tantos exiliados, don Gabriel empezó a frecuentar el comedor de la Legación, allí un día se encontró con Manuel Muñoz, otro sanroqueño que también había huido y trabajaba como camarero. Don Gabriel se encontraba en la cola del reparto, cuando Manuel lo vio lo sacó. Aquella situación no le  agradaba en absoluto, él era un hombre curtido en la adversidad, huérfano de padre desde muy pequeño, y esa manera de vivir no formaba parte de su condición. Por eso, con más determinación que nunca, decidió ir a pedir trabajo a la Legación Española. Sin embargo, le dijeron que era muy mayor para ejercer su profesión.  Pero don Gabriel dijo que quería trabajar, que no podía seguir así. Tanta fue su insistencia que le adjudicaron una plaza de maestro en la escuela, abierta para los hijos de los residentes y exiliados, que estaba junto al lado de la Legación Española.
En el verano de 1939 se desplaza a Casablanca junto a su familia. Muchas son las vivencias que escribe José Antonio Pleguezuelos en su interesante y bien documentado libro. Trascribamos unas líneas donde relata las ultimas horas de Don Gabriel en Casablanca… Enfermo y derrotado por la vida, al igual que una gran roca roída por el tiempo, el día 11 de octubre de 1941 falleció don Gabriel en su domicilio de la calle Auxerre. Tenía 69 años. Su hija nos detalla los últimos momentos con un tono cargado de emotividad: " No, ya últimamente no escribía, estuvo mi padre malo, se asfixiaba, así estuvo muchos días, no se cuantos, era del corazón y una mañana estaba sentado en la cama, porque el dormía aparte, ya no dormía con nosotros, dormía en la habitación de afuera, y estaba sentado y cayo al suelo, el corazón le falló.
El día del sepelio, don Gabriel fue inhumado muy humildemente, pero con gran dignidad, vestido con el traje azul que tanto apego tenía, el traje que conservaba con tan exquisito esmero y cariño. Su hija Isabel dice al respecto: " No sé quién pagó el entierro. Mi hermana Ana se hablaba con un muchacho de nacionalidad francesa y tal vez… o algún amigo, no lo sé. Le hicieron en el cementerio una cosota, le pusieron una cruz y flores y plantas. Ese cementerio se llamaba Bensik, el cementerio donde enterraron a mi padre, le pusieron en la tierra. Cabe añadir que los restos de don Gabriel se encuentran en la actualidad en el anonimato en el cementerio cristiano de Casablanca. Como escribió su alumno Luciano Romero en la revista Alameda: "Fue un hombre de carácter, entero y al mismo tiempo sencillo y bondadoso".


Domingo, 25 de Octubre 2009
El Faro de Ceuta y Melilla
           


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